octubre 4, 2024

Por qué retroceden las izquierdas en américa Latina (segunda parte)

Por Roberto Regalado Álvarez (Politólogo, Doctor en Ciencias Filosóficas)-.


El socialismo no es, ciertamente, una doctrina indo-americana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental.

José Carlos Mariátegui

En medio de la avalancha universal del neoliberalismo y de la apoteosis de los mitos de la globalización, entre 1989 y 1991 se produjo el colapso del llamado bloque socialista europeo, que favoreció la proliferación de nociones derrotistas sobre el futuro de la Humanidad. De ese derrotismo, un colectivo de autores escribía: “La ‘globalización’, nos aseguran, ha hecho perder sentido a todos los aparatos categoriales –económico, político, social e ideológico– que articulaban el pasado inmediato y han desplazado al ser humano del papel de protagonista de la historia. ‘El mundo ya no es exclusivamente un conjunto de naciones, sociedades nacionales, Estadosnaciones, en sus relaciones de interdependencia, dependencia, colonialismo, imperialismo, multilateralismo’, su centro ‘ya no es principalmente el individuo tomado singular y colectivamente, como pueblo, clase, grupo, minoría, mayoría, opinión pública […]. De ahí nacen la sorpresa, el encanto y el susto. De ahí la impresión de que se han roto modos de ser, sentir, actuar, pensar y fabular’” [2].

Este fragmento incluye citas de Octavio Ianni, quien llegó al extremo de comparar las consecuencias del desarrollo económico, científico y tecnológico del capitalismo en las postrimerías del siglo XX con “las drásticas rupturas epistemológicas representadas por el descubrimiento de que la Tierra ya no es el centro del Universo según Copérnico, el hombre ya no es hijo de Dios según Darwin [y] el individuo es un laberinto poblado de inconsciente según Freud” [3].

Rememorar el ambiente ideológico y político dentro del cual Francis Fukyuama publicó su tan mentado como lamentable libro El fin de la Historia y el último hombre (1992), facilita que las nuevas generaciones capten el sentido de aquella ingeniosa expresión de politología popular, que en ese contexto fue plasmada en una pared de una ciudad latinoamericana: “Cuando creíamos tener las respuestas, cambiaron las preguntas”.

Una de las preguntas de finales del siglo XX, aún sin respuestas, es: ¿cómo prever, neutralizar e impedir el estallido de la contradicción entre las utopías de los proyectos y las realidades de los procesos, tanto revolucionarios como reformadores, que desembocaron en la degradación, el abandono y la traición de los principios fundacionales de los dos grandes paradigmas socialistas del siglo XX: los del socialismo de Estado soviético y los de la socialdemocracia europea occidental?

Bien conocido es que el derrumbe del llamado bloque socialista europeo comenzó en 1989. Algún sombrío simbolismo debe tener que ese año se cumplía el segundo centenario de la Revolución francesa (1789) y el primer centenario de la fundación de la II Internacional (1889), en la que convergieron partidos socialistas de todo el mundo. Menos conocido o reconocido es que esa crisis del pensamiento socialista no solo dinamitó los cimientos del vector comunista nacido de la disolución de la II Internacional, nucleado en torno al Partido Bolchevique, sino también desencadenó la neoliberalización del vector laboristasocialdemócrata, cuyo primer indicio ampliamente difundido apareció en Inglaterra en 1988 con la publicación del libro: La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia, de Anthony Giddens, que asumía gran parte de la plataforma neoliberal de la primera ministra Margaret Thatcher. Años después, tomó un camino semejante la Comisión Progreso Global de la Internacional Socialista (1996).

Pero, si el “socialismo no es […] una doctrina indo-americana”: ¿por qué las y los latinoamericanos debemos encontrar respuestas a preguntas incontestadas de los socialismos de matriz europea de los siglos XIX y XX?

Debemos hacerlo por dos razones:

  1. La primera es que todos los movimientos populares y todas las fuerzas políticas y social políticas de izquierda y progresistas de América Latina son compatibles con –y muchos de ellos “caben” dentro de– la concepción más amplia y abarcadora de los términos socialismo y socialista;
  2. La segunda la aporta Mariátegui al afirmar que el socialismo “es un movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental”.

Con respecto a la primera razón, en el bien fundamentado criterio de G. D. H. Cole, los términos socialismo y socialista fueron acuñados entre la segunda y la tercera décadas del siglo XIX, en respuesta a la necesidad de un apelativo que englobase a las escuelas de pensamiento que, no obstante las diferencias existentes entre ellas, “promovían algún enfoque social, contrapuesto al prisma individualista del capitalismo liberal”.

¿Hay algún movimiento social popular o alguna fuerza política o social política de izquierda o progresista en América Latina –sean de pensamiento autóctono, de pensamiento de matriz europea o de pensamiento mestizado– que no contraponga “algún tipo de enfoque social al prisma individualista del capitalismo [neo]liberal”?

¿Hay otro medio para suplantar, en beneficio de los pueblos, al sistema social o al sistema político imperante, que no sea una reforma o una revolución, medios cuyas brechas entre utopía y realidad desembocaron en la degradación, el abandono y la traición de los principios fundacionales de los grandes paradigmas socialistas del siglo XX?

Con respecto a la segunda razón, la invasión europea a Abya Yala incorpora a la Región al naciente sistema capitalista mundial en la condición de apéndice colonial. Así comienza el proceso mediante el cual América Latina se mueve “dentro de la órbita de la civilización occidental”. Dado que la independencia de América Latina no se complementó con la emancipación social, y que las élites que monopolizaban el poder en las repúblicas introdujeron nuevas formas de dominación foráneas y propias, en el siglo XIX las ideas y tradiciones de lucha de los pueblos originarios y los sectores populares criollos empalmaron con las ideas y tradiciones socialistas y anarquistas europeas mediante un largo y dificultoso proceso de mestizajes ideológicos y culturales del que nació la izquierda latinoamericana.

La emigración europea y los criollos que regresaban a las excolonias iberoamericanas después de vivir en el viejo continente eran portadores de las ideas de la Ilustración, los ecos de la Revolución francesa, el utopismo de los primeros movimientos socialistas, la rebeldía de la Revolución de 1848, las concepciones y las contradicciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT, 1864/1876) y de la II Internacional (1889/1916), y de esos parteaguas de la historia universal que fueron la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre de 1917, a raíz de los cuales el movimiento socialista se bifurcó en socialdemocracia y comunismo.

Por compartir el enfoque social contra el prisma individualista del capitalismo neoliberal, y por estar en la órbita de la civilización occidental, los movimientos sociales populares y las fuerzas políticas y social políticas de izquierda y progresistas de América Latina pueden y deben beneficiarse del conocimiento de cómo y por qué, en etapas anteriores de la Historia, fuerza populares semejantes a ellos no lograron evitar el crecimiento de la brecha entre utopía y realidad, el mismo desafío que ellos enfrentan hoy.

En busca de respuestas a cómo reencauzar y desarrollar las luchas emancipadoras, en las décadas de 1980 y 1990, en América Latina se erigió una nueva arquitectura de los sectores, los partidos y organizaciones políticas, y los movimientos sociales populares, cuyo resultado fue la acumulación de la fuerza social y la fuerza política que les permitió ocupar espacios institucionales sin precedentes entre 1985 y 2009, incluida la ininterrumpida cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas de la década de 2000. Sin embargo:

  1. Una nueva generación de preguntas surgió a raíz de la pérdida de fuerza social, fuerza política y espacios institucionales de la izquierda y el progresismo, incluida la pérdida de gobiernos, ocurrida entre 2009 y 2019;
  2. Una más reciente generación de preguntas surge a raíz de la elección de gobiernos progresistas en México, Colombia y Guatemala [4], y de la recuperación del gobierno en Argentina, Bolivia, Honduras, Chile y Brasil; con la particularidad de que esa recuperación de espacios institucionales no se sustenta sobre la base de una recuperación equivalente de la fuerza social y política que los movimientos populares, la izquierda y el progresismo acumularon anteriormente.

Indicadores para “medir” el crecimiento de la brecha entre las utopías de los proyectos y las realidades de los procesos de reforma social o trasformación social revolucionaria emprendidos por los gobiernos de izquierda y progresistas de la década de 2000 son:

  1. La desvalorización del acumulado histórico

El acumulado histórico de las luchas contra la dominación colonialista, neocolonialista e imperialista fue un factor fundamental en la conquista de los espacios legales de lucha social y política de las décadas de 1980 a 2000. En particular, en la etapa histórica abierta por la Revolución cubana (19591989) hubo: lucha social, política, electoral y armada; un gobierno popular en Chile; gobiernos militares progresistas en Perú, Panamá y Bolivia; y revoluciones políticas en Granada y Nicaragua. Aunque ninguno de esos procesos sobrevivió, en conjunto, contribuyeron a crear correlaciones de fuerzas favorables a la apertura de espacios democráticos.

Sin embargo, con el tiempo se produjo una desvalorización del acumulado histórico debido a: la superposición sobre ese acumulado de nuevas realidades, nuevas problemáticas y nuevas vivencias; el surgimiento de mayores expectativas y demandas sociales, en unos casos por el cumplimiento y en otros por el incumplimiento de las anteriores; y las insuficiencias y errores de los gobiernos de izquierda y progresistas.

  1. La desestabilización de espectro completo

Debido a la creciente repulsa continental e internacional contra los crímenes de los Estados de “seguridad nacional”, entre la década de 1980 e inicios de la de 1990, los Estados Unidos y las oligarquías latinoamericanas fueron sustituyéndolos por “democracia neoliberales”. Sorprendidos de que, no obstante los “blindajes” y los “candados” para impedirlo, los pueblos lograran elegir gobiernos, e imposibilitados de retornar al pasado brutalmente represivo, recurrieron a la desestabilización de espectro completo, incluidas las guerras mediática, jurídica y parlamentaria, mediante las cuales crean condiciones para los golpes de Estado “de nuevo tipo” y las derrotas electorales de los gobiernos de izquierda y progresistas.

  1. El voto de castigo a la derecha se vuelve contra la izquierda

El voto de castigo contra la derecha neoliberal fue un factor fundamental en las elecciones en que las fuerzas de izquierda y/o progresistas conquistaron el gobierno. Gran parte de este voto fue de sectores sociales no concientizados, listo para volverse contra los nuevos gobiernos si no satisfacían sus expectativas. Ese voto se volcó contra la izquierda y el progresismo por: incumplimientos programáticos debidos a acuerdos con fuerzas de centro y con poderes fácticos; deterioro de la situación económica; la desestabilización de espectro completo; y las insuficiencias y errores propios.

  1. La abstención de castigo de los movimientos populares

El auge de la lucha de los movimientos populares contra el neoliberalismo y toda otra forma de dominación, explotación y discriminación, incorporó a la lucha política y electoral a sectores sociales que antes carecían de conciencia, motivación o condiciones para participar en ella. Acostumbrados a luchar contra gobiernos hostiles y descolocados en su relación con gobiernos amigos o incluso propios, los movimientos populares no lograron cumplir sus expectativas. Dado que no está en su naturaleza votar a favor de la derecha, una parte de ellos optó por la abstención de castigo.

Ninguno de estos elementos, ni cualesquiera otros que afecten las luchas populares, implican que desaparezcan la necesidad y la posibilidad de concebir proyectos y de desarrollar procesos emancipadores exitosos.

El sistema social predominante en el mundo prolonga su existencia mediante la depredación económica, ecológica y sobre todo humana. Cuando la derecha gobierna, depredar es lo que hace. Eso explica por qué, pese a que la izquierda y el progresismo no recuperaron la fuerza social y política de periodos anteriores, y pese a las guerras mediática, jurídica y parlamentaria que los golpean, volvieron al gobierno en Argentina, Bolivia, Honduras, Chile y Brasil.

Lo que no puede perderse de vista es que las manecillas del reloj de la Historia no giran hacia atrás. Entre las utopías con las que conquistaron su primer gobierno y las realidades que las convirtieron en una oposición perseguida y reprimida, se abrió una brecha que está por cerrar.

Las fuerzas latinoamericanas de izquierda y progresistas necesitan nuevas utopías realizables, atemperadas a la realidad. No calco ni copia de experiencias ajenas, ni calco ni copia de ejercicios previos de prueba y error.


1 Esta es la segunda parte del artículo “En busca del eslabón perdido, entre utopía y realidad”, publicado el domingo 15 de octubre.

2 Rafael Cervantes y otros. Transnacionalización y desnacionalización. Ensayos sobre el capitalismo contemporáneo, Editorial Félix Varela, La Habana, 2002. El autor citado es Octavio Ianni: Teorías de la globalización, Siglo Veintiuno Editores, México, 1995.

3 Octavio Ianni, Op. cit., p. 4.

4 El presidente electo sufre una guerra jurídica que busca frustrar su toma de posesión.

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