diciembre 3, 2023

Tres años de logros y dos de tareas por cumplir: Balance y perspectivas de un gobierno consolidado

Por Diego Zamorano -.


Bolivia nunca ha sido fácil, ni para gobiernos populares, ni para populistas, ni para dictadores que gobernaron a degüello contra quien osara reclamar. Esa debe ser una premisa para intentar un balance de lo que han sido los tres primeros años con Luis Arce Catacora en el timón de la nave del Estado, como dicen los formalistas, o conduciéndola por aguas turbulentas, contra viento y marea, como suele ocurrir y no por una vocación conflictiva de este pueblo, como disfrutan afirmando enemigos, pesimistas y simplificadores de la realidad.

Por tanto, quienes conducen el país deben tener siempre en cuenta que este no es un pueblo de borregos, es un pueblo gregario, organizado y cuajado en mil combates, que nunca ha dejado de luchar por sus derechos y que no se deja ningunear, ni siquiera por mesianismos que distorsionan el liderazgo al que fueron elevados por generaciones, oleadas de lucha popular, plebeya e irreductible.

Han sido tres años de logros y de relativa estabilidad, pero también de tensiones y contradicciones que la conducción del país ha sabido sortear con mayor o menor habilidad pero saliendo airoso pese a los embates procedentes de su propia retaguardia y de intentos desestabilizadores de la derecha extrema y enfebrecida que no escarmienta, cual gallina que come huevo.

Entrando en materia, comencemos por lo que es la especialidad del economista que supo traernos de regreso a esta democracia adolescente, voluble, plebeya y llena de contradicciones, que, con todos sus defectos, era a donde querían volver las grandes mayorías, tras esa mezcla de pesadilla, sainete, corrupción y sangre que fue el régimen golpista parido por pititas y supuestos y envejecidos demócratas liberales como cómplices.

La economía bajo control

Pese a los torvos augurios de quienes, como Sansón peluqueado y cogido por los filisteos, prefieren que el país se hunda aunque la gente se hunda con él, la administración de Arce ha sabido mantener estable la economía, con crecimiento aún insuficiente, pero en un contexto latinoamericano en el que esa es la tónica por razones principalmente externas que van desde la interdependencia y las guerras que enriquecen a los poderosos hasta las contradicciones que brotan en el tránsito de un mundo gobernando por un arrogante y decadente gendarme hacia la racional multipolaridad que, esperamos, garantice la paz y la equidad internacionales.

El principal problema ha sido la disminución de ingresos causada por el declive de la producción de gas debido al agotamiento de los campos productores sin que se hayan incrementado las zonas de producción. Así, es lógico que, por consiguiente, haya mermado nuestro rubro estelar de exportación.

Pese al alarmismo irracional de la derecha y de quienes quieren usar el tema económico como caballito de batalla, Bolivia tiene una de las inflaciones más bajas de la Región y los problemas de escasez o iliquidez de dólares no han conmovido la solidez de nuestra moneda.

En ese contexto, hay que reconocer que, en el marco del proceso iniciado con la caída del neoliberalismo, el gobierno de Arce se juega por sacar a Bolivia de su condición de básico exportador de materias primas y apuesta por la industrialización para producir con valor agregado y, por lo tanto, mejorar el rendimiento de nuestras exportaciones.

En ese empeño, la industrialización del litio es lo más importante, así como el proceso de instalación de más de 140 plantas estatales para industrializar los recursos naturales y dejar el absurdo esquema de vender madera para importar muebles en vez de desarrollar la destreza y la creatividad de nuestra gente para producir y exportar muebles.

El arduo frente político

Es en otro terreno –en el que, insistimos, Bolivia nunca ha sido fácil de gobernar–, el político, en el que Arce ha tenido más problemas, y entre estos, los más importantes del trienio han sido, y todo indica que seguirán siéndolo: por una parte, el resquebrajamiento del Movimiento Al Socialismo

(MAS), convertido ya en deplorable división, con Evo Morales como opositor principal; y por otra, la oposición de derecha, que insiste en medrar de la ruptura del MAS y creer que, por fin, tiene allí su posibilidad de levantar cabeza, tras el fracaso de la opción golpista, aunque sin líderes viables ni arraigo en las masas, ni programa que las atraiga.

Álvaro García Linera plantea el problema de la división en términos crudos y clarísimos: en Bolivia hay dos liderazgos, Evo y Lucho, y esa fractura es el enemigo principal, el mayor peligro que tendrán que enfrentar el Gobierno y los millones de bolivianos que no quieren la regresión al gonismo y su expresión maquillada, el mesismo, y que ha dejado también atrás al mirismo, el banzerismo y otros rezagos del pasado.

La clave está en evitar a toda costa la división del vigoroso movimiento que sacó a la patria del marasmo, es el principal peligro para los dos años que le restan a Arce, pero también es el principal escollo para las aspiraciones electorales de Evo, que algunos llaman obsesiones ajenas a la realidad.

Ante lo complejo del conflicto planteado, suena iluso lo que algunas voces plantean con timidez: que para presentar aunque sea una tenue esperanza de unidad –tan apreciada por los movimientos sociales–, haya un pacto en el que ambas partes se comprometan a apoyar a aquel de los dos que pase a la segunda vuelta, dando por hecho de que ninguno de los dos, menos la derecha, podrán ganar en una sola ronda electoral.

No ha sido positivo que la contienda preelectoral haya quedado planteada, con su efecto desgarrador y en alguna medida debilitante, pero ya está y parece irreversible, se ha convertido en un dato de la realidad, en la cancha en la que se debe jugar en adelante y a eso hay que atenerse.

Frente externo firme

En materia de política exterior, puede decirse que Arce y su canciller Mayta han sumado lo que forma parte de los mayores aciertos y logros del Gobierno, siendo acaso el más importante el reciente movimiento, ponerse a la vanguardia del repudio latinoamericano a la barbarie sionista que desangra al pueblo palestino, una guerra de exterminio como la que hicieron los nazis contra los judíos.

El anuncio de la Cancillería de romper relaciones con el régimen de Benjamín Netanyahu ha dado la vuelta al mundo. Y no solo ha tenido resonancia mediática, sino que ha sido el paso que muchas cancillerías timoratas dejaron de dar por congelarse en el ejercicio inútil de analizar costo y beneficio, sin atreverse a abrir el camino.

Detrás vinieron cancillerías importantes como las de México y Chile, que llamaron a sus embajadores en Tel Aviv en consulta como gesto de desagrado ante el recrudecimiento del genocidio (y no guerra como pretende hacer creer el coro mediático) y hasta la otrora destacada y hoy timorata cancillería del Perú condenó en un comunicado el bombardeo sionista contra el inerme campo de refugiados de Jabalia, en el norte de Gaza. Si estuviéramos en los tiempos de Mesa, Goni o Paz Zamora, Bolivia estaría culipandeando, mirando qué hacen el amo del Norte o los grandes del Sur para ir detrás.

El Gobierno, por otra parte, no se ha sometido a la guerra mediática montada por los Estados Unidos y dócilmente acatada por medios de prensa del exterior y de Bolivia, y no solo ha mantenido relaciones cordiales con países como Cuba, Venezuela y Nicaragua, sino que ha desarrollado esos vínculos y se ha atrevido a mantener lazos con Irán, sin importarle que al Tío Sam eso no le guste.

Y ojo, que en el terreno mediático internacional el Gobierno debería curarse en salud y pensar en una estrategia que contrarreste la todavía incipiente campaña internacional que quiere hacer de la golpista Áñez la versión boliviana de Guaidó, al presentarla falsamente como víctima de una supuesta dictadura, y al golpismo, a los Sánchez Berzaín, los Murillo y los Camacho, como luchadores por la democracia, o sea, el mundo al revés, pues se trata de gente que tiene cuentas de sangre y corrupción que deben pagarle a la justicia y a los caídos que exigen que no haya ni olvido ni perdón.

Bolivia ha dado además pasos importantes para conseguir su ingreso al grupo Brics, punta de lanza de la multipolaridad, cuyo nombre está formado por las iniciales de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Es la manera de salir del marasmo en el que se ha convertido la Organización de Estados Americanos (OEA), vetusto foro que propició el golpe de 2019 y buscar horizontes más útiles y respirables.

En el balance de la política exterior de los tres primeros años del gobierno de Arce destaca también su participación en foros multilaterales, como las reuniones de las Naciones Unidas, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y el encuentro Celac-Unión Europea (UE), en los que Bolivia ha ratificado la línea antiimperialista, anticapitalista y anticolonialista que ha caracterizado el Proceso de Cambio desde su inicio.

Política: la clave es lo social

Aunque resulte obvio, lo que deja lo sucedido en los tres años transcurridos desde la recuperación de la democracia y el desmoronamiento del régimen golpista es que Arce debe dar prioridad a tareas políticas como la de consolidar posiciones ganadas, atar alianzas, prever y/o neutralizar las jugadas de los adversarios y, sobre todo, mantener a como dé lugar la iniciativa.

No basta con haber enfrentado a pie firme la subversión de la conducción fascista del tradicional regionalismo cruceño, que ha arrastrado a personajes otrora alineados con la democracia y lo popular, ni es suficiente haber hecho respetar la ley a quienes, al atentar contra la democracia, han delinquido y deben asumir las consecuencias de sus acciones.

La cinematográfica captura del facho Camacho y su encierro por los delitos cometidos y admitidos por su incontinencia verbal y su elemental narcisismo, fortalecieron al Gobierno, que tuvo el acierto de hacer de esa una operación quirúrgica, poniendo a buen recaudo al factor de perturbación, sin excesos ni arrogancia.

Viene al caso mencionar en este punto la importancia de tomar precauciones para que el enemigo no repita la puñalada artera de subvertir a las fuerzas del orden y los cuarteles y usarlas como instrumento clave del golpismo, lo que dejó inerme al Gobierno que, como ha ocurrido en otras etapas de nuestra historia y decidió la pelea a favor de los conspiradores, creía en que basta acceder al poder constitucional para contar con plena seguridad con los instrumentos de coerción del Estado.

Es previsible, por otra parte, que el mandatario y su equipo mantengan y desarrollen relaciones fluidas con los movimientos sociales, que desde hace muchas décadas son protagonistas de la política y de la historia de Bolivia y que, en definitiva, van a inclinar la balanza y decidir el desenlace de la pugna en marcha.

Importante también será sumar a sectores como la juventud urbana y sectores medios, a los emprendedores protagonistas, al calor del Proceso de Cambio, de un gigantesco fenómeno de movilidad social que, por falta de orientación y formación política adecuada, en parte se han identificado con lo patronal y asumido sus intereses y fobias, cayendo en manos de quienes cuando gobernaban les negaban las oportunidades de desarrollo y prosperidad y, lo más valioso, la inclusión y la equidad.

Deberá tener en cuenta las enseñanzas del reciente Cabildo del Pueblo, que dejó en claro que el proceso no tiene más dueño que las organizaciones sociales y que estas no quieren ser solo gobernadas, sino participar en el Gobierno y plantear iniciativas que el Gobierno deberá aterrizar en consenso y llevar a la práctica para robustecer cada vez más su ligazón con las bases sociales.

Es decir, participación real y no solo pegas y bonos y cumplir la tarea crucial de convertir lo que se daba en llamar el poder popular en algo más que un bonito párrafo en un programa de gobierno. Esa será la locomotora que reencaminará el proceso, sin que la derecha, la de siempre y la que trata de reciclarse sin tener nada que ofrecerle al país, que no sea lo que según la Biblia te convierte en una yerta estatua de sal: volver atrás.

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