Por Roberto Laxe (Cientista político)-.
El enfrentamiento entre el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Antínio Guterres, y el Estado Sionista de Israel, por afirmar que las acciones de Hamas no surgen de la nada, sino que son consecuencia de “56 años de ocupación asfixiante”, así como la incapacidad de la ONU para frenar el genocidio de un pueblo que está siendo retransmitido por los medios de comunicación como si un filme postapocalíptico fuera, solo demuestra que el RIP de ese organismo está cerca.
Si es absolutamente inútil para pararle los pies al genocidio palestino, ¿para qué sirve?
La ONU fue creada en 1945 por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), a la que añadieron a Gran Bretaña, Francia y un total de 51 Estados. La República Popular de China se sumaría en 1971, en sustitución de la República de China, que fue expulsada.
En su Artículo 1 de la Carta Fundacional se dice: “mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del Derecho Internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz”.
Si bien desde su fundación la paz no se mantuvo en ningún momento, el reguero de guerras locales son parte de la historia reciente de la Humanidad (comienzo de la guerra árabe-israelí, indo-pakistaní, Corea, las dos guerras de Vietnam, etcétera), el peligro de la repetición de los dos grandes conflictos del siglo XX (la Primera y la Segunda Guerra Mundial) se alejó por un motivo que poco tenía que ver con la legislación de la ONU, y mucho con la realidad social sobre la que se construyó.
La Segunda Guerra Mundial había cerrado un capítulo de la Historia, quién sucedería en el “trono” del mercado mundial a las potencias europeas, especialmente Gran Bretaña y Francia (las grandes derrotadas: perdieron sus imperios coloniales); y la fuerza resolvió el conflicto, los Estados Unidos se convirtieron en el nuevo amo y señor al destruir físicamente a sus grandes competidores emergentes, Alemania y Japón.
Pero abrieron otro, la llamada Guerra Fría, que no es otra que la guerra entre el imperialismo capitalista y los países que tras la Segunda Guerra Mundial expropian a sus burguesías y establecen Estados no capitalistas, que escapan del dominio directo burgués. Tras esa guerra, 1/3 de la población mundial deja de estar bajo las leyes del capitalismo y se rigen por criterios económicos (planificación de la economía) y sociales (colectivización frente a individualismo) opuestos por el vértice a los defendidos por los Estados Unidos.
Si fue “guerra fría” y no se transformó en “guerra caliente” se debió a la política consciente de las burocracias de esos Estados obreros de “coexistencia pacífica”; su permanencia en el poder estaba ligado al mantenimiento de la paz mundial. No tenían la menor intención de llevar la revolución socialista hasta el final, sino de mantenerse en el poder a costa de lo que fuera bajo la falacia de la “superación del capitalismo”. Tras esta frase sin sentido –el mercado mundial se los terminó comiendo– ocultaban su renuncia a la revolución; y como todo lo que no avanza retrocede, esos Estados terminaron volviendo al redil del capitalismo.
Pues bien, bajo esta correlación de fuerzas, que era un “empate” técnico, se construyó la ONU, un edificio construido sobre la colaboración de clases y el pacto social, la “coexistencia pacífica”. Por ello, su método funcionó hasta que uno de los “contratantes” del pacto desapareció con la restauración del capitalismo en los Estados del llamado “del socialismo realmente existente”; se rompió así el equilibrio entre los Estados que culminó con la hegemonía de uno solo, los Estados Unidos. La ONU dejó de ser un organismo de “pacto social” para ser una institución que solo servía para avalar las aventuras imperialistas de los vencedores de la Guerra Fría, y si no pasaban sobre ella como en la segunda guerra de Irak.
Pero la vida no se para, sino que esa misma victoria dejó al mundo en manos del capitalismo como único modo de producción en el planeta: tras las luchas de los años 90, todos los Estados del mundo se transformaron en capitalistas, y si algo define al capitalismo es la competencia. Es innato a él, no puede sobrevivir sin ella.
En los 80 fue Japón, después la Unión Europea (UE), los que parecían cuestionar ese poder hegemónico; pero todos ellos estaban atados al gigante norteamericano por mil hilos económicos, políticos y militares: Japón y Alemania fueron las potencias físicamente destruidas en los años 40 y en su territorio se ubican fuerzas de ocupación yanquis, como un recordatorio permanente de su derrota en 1945.
La “sorpresa” no vino de las viejas potencias europeas, en una decadencia bárbara que hace que sus intentos de unificación para situarse mejor en la competencia interimperialista choquen con su historia de conformación como Estados. Las burguesías europeas quieren la cuadratura del círculo, unificarse para competir sin renunciar a competir entre ellas; el resultado es ese engendro “medio Estado/medio tratado internacional” que es la UE.
La “sorpresa” vino donde se había restaurado el capitalismo y que los Estados obreros habían industrializado aceleradamente, Rusia y, sobre todos ellos, China, que de ser la “fábrica del mundo” se ha transformado en el “banquero del mundo”, y, por ello, en una potencia imperialista que amenaza seriamente la hegemonía yanqui. Estos, por primera vez desde 1945, ven en peligro su estatus como potencia hegemónica, con las consecuencias internas que esto supone: sería el fin del “american way of live”.
En el camino de la defensa de este estatus no renuncian a nada y como “entre dos derechos iguales, la fuerza es la que decide” (Marx, Critica a la Filosofía del Derecho de Hegel). Cuando la “guerra con palabras” (las leyes nacionales y tratados internacionales) no basta, la “guerra caliente” es la forma que los capitalistas, a través de sus Estados, tienen de imponerse frente a sus competidores.
Para los Estados Unidos y sus aliados, la ONU, sus promesas de “mantener la paz y la seguridad internacionales”, que nunca sirvieron para mucho, ahora son un estorbo en el camino de conservar el papel hegemónico; precisan de reorganizar el mundo bajo los nuevos criterios, la “lucha entre los Estados imperialistas por el dominio del resto del mundo es (…) un factor básico para definir la naturaleza y el destino de las organizaciones internacionales correspondientes”, como señala EB Pasukanis, en Sobre el Derecho Internacional.
Esta nueva realidad convierte a la ONU en un zombi que solo sirve para ratificar estadísticamente las carnicerías que los Estados capitalistas llevan a cabo y a través de sus organismos (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Unicef y demás) garantizar la pervivencia del orden mundial “realmente existente”, que no es otro que el dominio del eje imperialista euro-norteamericano, sus semicolonias y enclaves como Israel; lo que les permite disfrutar de patente de corso para vulnerar los Derechos Humanos y la soberanía de los pueblos.
La ONU es un zombi al servicio de este eje imperialista, que no sirve para otra cosa que para demonizar a los que se salen de ese eje; el doble rasero entre Rusia e Israel en sus guerras de ocupación es la mejor demostración de este papel que no “garantiza la paz”, sino que la atiza. A Rusia, cuando ocupa parte de Ucrania, se le expulsa de todos los organismos, menos de la ONU y el Consejo de Seguridad, la Corte Penal Internacional (CPI) emite una orden de detención contra Putin, las sanciones se llevan a la Asamblea General.
Israel lleva, desde su fundación en 1947, incumpliendo todas las resoluciones de la ONU, y, ahora, ante la “solución final” desatada contra Gaza por el Estado sionista se limitan a declaraciones genéricas, y cuando su Secretario General se sale del guión leyendo un comunicado con verdades como puños se permiten vetar a los funcionarios de la ONU y pedir su dimisión. El sionismo sabe que son la herramienta privilegiada de los euro-norteamericanos para mantener “su” orden en Oriente Próximo y el mundo árabe.
La ONU entre la crisis total y la refundación
Si un organismo que fue construido para “mantener la paz”, que era, en realidad, sostener el capitalismo tras las dos carnicerías que provocó en el siglo XX (la Primera y Segunda guerra mundial), y ya en aquel momento fue ineficaz, salvo para sacar la guerra de Europa que se trasladó al llamado Tercer Mundo, ¿qué puede hacer ahora que el capitalismo es el único modo de producción existente en el mundo, cuando todos los Estados se mueven por la ley de la selva del mercado? La ONU es un zombi, porque sus promesas de “mantener la paz” chocan con la realidad de un capitalismo en crisis y decadente, que solo conoce una manera de sobrevivir: la fuerza frente a sus pueblos y frente a los competidores.
Ante esta crisis absoluta del organismo que “regulaba” las relaciones entre los Estados, todos los medios capitalistas son conscientes de que hay que cambiar la jerarquía entre los Estados.
“Las Naciones Unidas han luchado y siguen luchando por el progreso y el bienestar de la Humanidad (…) Sin embargo, teniendo en cuenta la manera fundamental en que ha cambiado el mundo en los últimos siete decenios, existe una necesidad clara de reformar las Naciones Unidas y sus principales órganos”, dijo Sam Kahamba Kutesa, presidente del sexagésimo noveno período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas del pasado año.
Por su parte, en septiembre de este año el diario digital Bloomberg escribía: “un mundo decepcionado por la ONU empieza a buscar respuestas en otros lugares”, las potencias euro-norteamericanas en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Habría que añadir: “si los países que dominan la ONU siguen resistiendo la reforma, el Sur Global no tendrá más remedio que buscar opciones fuera del sistema de la ONU”, concretando los BRICS y su expresión de seguridad, el Acuerdo de Cooperación de Shanghái, por ejemplo.
Esta decepción es la que lleva a que los representantes del Sur Global, herederos del Movimiento de los No Alineados de la Guerra Fría con China a la cabeza, pidan una adecuación de la ONU a las nuevas jerarquías entre los Estados que se está construyendo sobre las ruinas de Siria, Libia, Yemen, Ucrania, Palestina o el Sahara.
A pesar de lo que digan desde el llamado Sur Global o desde los medios del imperialismo euro-norteamericano, los pueblos del mundo y, menos que menos, la clase obrera mundial, nada tienen que esperar de un organismo –democratizado o no– que fue construido para mantener el capitalismo y que ahora tiene exactamente el mismo objetivo en el marco de una nueva correlación de fuerzas entre las potencias imperialistas; ni de lejos se plantean acabar con la explotación y la opresión, solo reordenar las estructuras de poder en el mundo.
De la misma manera que los Estados Unidos, a comienzos del siglo XX, cuando presentó sus credenciales como potencia imperialista emergente, lo hizo desde la “libertad de comercio” y el supuesto respeto a la soberanía de los pueblos apoyando luchas de liberación nacional como la de Cuba frente al decadente Imperio español, los actuales competidores imperialistas utilizan la misma retórica de “defensa de la soberanía de los pueblos” y la “libertad de comercio”. Tras estas consignas ocultan su verdadero objetivo: sustituir la “vieja y decrépita” potencia colonial (sea España, Francia o Gran Bretaña en aquel momento, los Estados Unidos hoy), por los “jóvenes y dinámicos” capitalistas chinos, rusos y sus aliados de los Brics.
La solución no pasa por establecer nuevas instituciones que únicamente atenúen las contradicciones sociales, al servicio de que los “jóvenes” imperialistas sustituyan a los “viejos y decrépitos” en el dominio del mundo, sino por acabar con las relaciones sociales de producción y sus consecuencias de concentración y centralización del capital, y, por lo tanto, del poder.
Fue Lenin el que dijo que en unas condiciones de contradicciones interimperialistas semejantes no había que “engordar” a las nuevas potencias frente a los “viejos y decrépitos” imperios. La tarea es la de construir una política independiente de toda burguesía, imperialista o nacionalista, para reconstruir el mundo bajo unos criterios sociales, políticos y económicos opuestos por el vértice a la jerarquía capitalista, el socialismo, primera fase hacia la sociedad comunista, donde la defensa del bien común sea el eje ordenador de la vida social.
Es obvio que esa nueva forma de organizar la sociedad excluye cualquier componenda institucional que, como la ONU, solo sirva para mantener el orden capitalista al que hay que enfrentar como lo que es: parte del problema y no de la solución.
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