Por Luis Oporto Ordóñez *-.
Las bibliotecas y la lectura crítica fueron un motor para los cambios en el curso de la Historia. La Ilustración fue el medio que introdujo información esencial hacia las antiguas colonias españolas en América, a través de las tertulias literarias y los clubes secretos, conformados por miembros conspicuos de la sociedad, muchos de ellos integrantes de las logias masónicas, quienes abrazaron la causa de la Independencia. En este artículo veremos algunos los ejemplos en Colombia y el Perú.
Los clubes secretos en Colombia
El periodista cubano Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819), que llegó “a Santafé por encargo del Virrey José de Ezpeleta para dirigir la Real Biblioteca y publicar un periódico semanario, que se llamó Papel Periódico de la Ciudad de Santafé”, introdujo la moda parisina de los clubes literarios, fundando la Tertulia Eutropélica, el viernes 21 de septiembre de 1792, a la que concibió con el ánimo de “efectuar reuniones divertidas y entretenidas, sin excesos, como lo expresa en su periódico, al informar que se ha organizado en cierta casa una junta de varios sujetos instruidos, de ambos sexos, bajo el amistoso pacto de concurrir todas las noches a pasar tres horas de honesto entretenimiento discurriendo sobre todo género de materias útiles y agradables”. Santos Molano sostiene que la eutropelia o eutrapelia era considerada “una virtud que permite moderar el exceso de las diversiones o entretenimientos”. Precisamente Rodríguez describió su tertulia como una “Asamblea del Buen Gusto”.
Los clubes se replicaron rápidamente en la capital de Colombia, Santafé de Bogotá, donde se suscitó una de las experiencias más fecundas en el debate independentista por medio de los clubes literarios, en cuyo desarrollo sobresale la figura del precursor Antonio de Nariño, extesorero de la Caja de Rentas que gozaba del apoyo del Virrey y era dueño de una biblioteca de seis mil títulos que heredó de su padre. Nariño abrió, en su residencia, El Arcano Sublime de la Filantropía (considerada la primera logia masónica) para discutir temas como la Revolución francesa o la Constitución de los Estados Unidos, a la que asistían académicos, nobles y comerciantes, como el Dr. Francisco Martínez, Dean de la catedral metropolitana; Francisco Antonio Berrío, fiscal de la Real Audiencia; padre Miguel de Isla; Pedro Romero Sarachaga, contador y regidor del Monte Pío de Santafé y el médico Emanuel Antonio de Froes, como lo establece Arango y Uribe. Estos círculos de lectura y debate, en los que participaron mujeres, se diseminaron por Popayán, Cartagena y Santa Marta (1791).
Manuela Sanz de Santamaría de Manrique, distinguida naturalista y estudiosa de la ciencia, antigua contertulia de La Eutropélica, fundó el Círculo del Buen Gusto, al que acudían Jorge Tadeo Lozano, Luis de Azuola y Lozano, redactores del Correo Curioso, y otras personalidades “que efectuaban conversaciones muy divertidas sobre la forma de sacudirnos la dependencia de la madre España; pero también se agitaban […] polémicas científicas, como una que se dio en 1807 sobre el ejercicio y práctica de la medicina, con lluvia de enjundiosos ensayos que publicó don Manuel del Socorro Rodríguez en su excelente periódico El Redactor Americano”.
Los clubes secretos en el Perú
Diversos clubes secretos de Lima y Arequipa dinamizaron la actividad revolucionaria. En efecto, a fines del siglo XVIII, se creó en Lima la Sociedad Amantes del País, bajo el amparo del Despotismo Ilustrado del rey Carlos III y del virrey don Francisco Gil de Taboada, presidida por José Baquíjano y Carrillo e Hipólito Unanue como secretario, conformada por literatos, religiosos y oficiales del Ejército, cuyos debates justificaban el amor a la tierra donde nacieron y a la que tenían derecho a gobernar, ideas que fueron moldeando el amor a la patria y la exigencia de reformas.
Las fracciones políticas de la nobleza como los “fernandinos” (grupo conformado por los médicos Hipólito Unanue, José Paredes, José Pezet, Gabino Chacaltana) discutían en el Colegio de Medicina de San Fernando. Por su parte, los “carolinos”, bajo la conducción de Toribio Rodríguez de Mendoza, se reunían en el Real Convictorio de San Carlos. A su vez, los religiosos del bajo clero, como Cecilio Méndez Lachica y Ramón Anchoris, debatían en el Oratorio de San Felipe Nery.
Otros centros de difusión y debate fueron el Real Convictorio de San Carlos de Lima y el Seminario de San Jerónimo de Arequipa. El primero fue una especie de centro superior de estudios que, bajo la dirección del sacerdote criollo Toribio Rodríguez de Mendoza, se convirtió en principal foco de cultura y ciencia del Virreinato. Las ideas de patria, libertad y amor al Perú (antes que al Rey) eran difundidas cuidadosamente, disimulándolas bajo la apariencia de reforma de los estudios, tomando como base la lectura de libros que contenían las ideas liberales y que estaban prohibidos por el gobierno virreinal.
El segundo fue fundado en 1619, y durante mucho tiempo era el único centro superior de estudios. Entre 1778 y 1804, bajo la conducción del obispo Chávez de la Rosa, el Seminario de San Jerónimo de Arequipa cumplió labor similar al Convictorio de San Carlos de Lima. Allí se formaron: Francisco Javier de Luna Pizarro, Mariano Melgar, Francisco de Paula Gonzáles Vigil, Mariano José de Arce, entre otros. Se convirtió en centro de formación patriótica, en el que se difundían las ideas liberales. Mariano Melgar integró el Cenáculo Literario de Arequipa (al que llamó Tertulia Literaria), que se reunía en la quinta Tirado para discutir temas literarios políticos y revolucionarios, manteniendo correspondencia con el Círculo de Sánchez Carrión de Lima. El criollo José de la Riva Agüero, por su parte, formó un club secreto e intentó ponerse en contacto con las fuerzas argentinas del general San Martín, en marcha hacia Chile, intento en el que fue apresado.
La represión contra los clubes literarios
Al igual que en Europa, estos centros fueron calificados como subversivos. La Tertulia Eutropélica en Colombia “funcionó con regularidad hasta 1794, año en que se descubrió la supuesta conspiración encabezada por Antonio Nariño, de resultas de la cual varios de los asistentes habituales fueron encarcelados”. A raíz del hecho, la biblioteca de Antonio Nariño fue decomisada, llevándose 34 cajas con obras de Voltaire, Rousseau y Reinaud, entre otros.
En el Perú, los cenáculos literarios, los centros de tertulia y las casas superiores fueron calificadas como “semillero de ideas emancipadoras, formando espíritus netamente revolucionarios entre los criollos para que hicieran causa común con los mestizos e indios”, considerados como “cuartel general de la insurrección contra España”, pues, como afirma Rodríguez de Mendoza, allí “hasta las piedras conspiraban”. Ante esa situación, el virrey Pezuela ordenó la clausura de los clubes y el Convictorio de San Carlos.
* Magister Scientiarum en Historias Andinas y Amazónicas y docente titular de la carrera de Historia de la UMSA.
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