octubre 4, 2024

Adversidades, sueños y esperanzas: 15 años del nuevo Estado

Por Ariel Bernardo Ibañez Choque (Economista)-.


Las bolivianas y los bolivianos venimos recorriendo un camino escarpado con grandes avances, retrocesos e incluso contradicciones, pero con la vitalidad intacta por construir un nuevo Estado. Conmemorar los 15 años de este sueño colectivo por prosperidad, inclusión, igualdad y justicia social requiere una mirada crítica desde diversos ángulos que dibuje un horizonte seductor para las nuevas generaciones que tendrán la misión de continuar este largo camino.

Este breve artículo abordará la dimensión económica. En efecto, uno de los componentes distintivos del nuevo Estado es la economía plural que no es sino la inclusión y reconocimiento de las diversas formas económicas del país: estatal, privada, comunitaria y cooperativa. Pero no siempre fue así.

El problema histórico de la economía boliviana, y de muchos países de la Región, ha sido la dependencia a la metrópoli (en el período colonial) y al capital extranjero (en el período republicano). El resultado de la dependencia es la incorporación desventajosa de países productores de materias primas al comercio mundial procurando la exportación de excedentes económicos y el escaso eslabonamiento productivo o la ausencia de industrialización. Este no es solo un problema cuantitativo en términos de balanza de pagos, sino, por sobre todo, cualitativo porque limita el despliegue y desarrollo de las relaciones productivas, económicas y sociales para el desarrollo.

Durante el período republicano las élites apostaron por el liberalismo. El capital extranjero jugó un rol importante en la generación de enclaves económicos, profundizando la vocación de productor de materias primas de Bolivia, por ejemplo, con la plata, el estaño, etcétera. Pero, no solo eso, en el marco de la competencia de capitales transnacionales incluso procuraron costosas guerras para el país en el océano Pacífico y el Chaco. Eso no significa que el liberalismo no haya sido beneficioso para las élites, pero el resultado fue la postergación política, económica y social de la población ajena a los enclaves económicos, principalmente de la población indígena y campesina.

Entonces, mientras las élites participaban de las reglas del juego modernas del mercado mundial en alianza con el capital transnacional, por ejemplo, Patiño, llamado el Barón del Estaño –que conmovía profundamente la bolsa de New York con su sola presencia–. Al mismo tiempo, estas mismas élites resguardaban en el país un mercado interno, ajeno a las reglas del mercado capitalista, asentado en las relaciones coloniales para la estructuración económica y social. Este problema fue identificado por Fausto Reinaga en su famosa tesis de “las dos bolivias”, en las que unos sujetos tienen más derechos políticos, económicos y sociales que otros por el racismo imperante.

No obstante, hubo algunos intentos de ruptura del liberalismo en el Estado republicano, pero ninguno con el éxito suficiente para cambiar esa situación. El Estado de 1952 es el referente más importante de estos esfuerzos. A mediados del siglo pasado, las mayorías indígenas y campesinas, junto con las mujeres, lograron su incorporación política masiva tras el triunfo de la Revolución Nacional. Sin embargo, a nivel económico, posterior a la nacionalización de la minería del estaño la industrialización fue nuevamente postergada. René Zavaleta, intelectual orgánico de 1952, identificó que tras esta capitulación de los ideales de la Revolución Nacional se encontraba la alianza de los dirigentes políticos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) con el imperialismo norteamericano. En efecto, la historia demostró esta inversión del MNR cuando extirpó sus raíces revolucionarias he implementó el neoliberalismo a ultranza en Bolivia.

Estos factores, y otros más, desembocaron en la creación del nuevo Estado que, entre otros objetivos más, se propuso la industrialización en base a los recursos naturales para romper la penosa dependencia histórica del país y procurar el desarrollo económico y social. La virtud del nuevo Estado fue que, distante a las imperantes recetas del neoliberalismo, logró en estos 15 años reinvertir el excedente económico con grandes avances en términos de crecimiento económico, reducción de la pobreza y la desigualdad, y la apertura de derechos económicos para las economías campesinas e indígenas. Pero el camino de la industrialización no es sencillo, más aún si se pretende preservar la soberanía política y económica. Por esto, el mensaje del presidente Luis Arce que ha insistido en la industrialización como la respuesta estructural a los retos a los que se enfrenta Bolivia tiene mucho sentido y coherencia histórica. Ya lo decía el gran economista Kaldor: “el único camino para que un país se desarrolle es la industrialización… ¡cualquiera que diga otra cosa esta siendo deshonesto! “.

Finalmente, lo que nos enamoró del nuevo Estado a toda una generación que vio el desastre del neoliberalismo en Bolivia no fue solo la coherencia para superar las patologías históricas de Bolivia, sino el sueño y la esperanza de avanzar más allá del capitalismo. Esto es lo que ahora debe seducir a las nuevas generaciones, la posibilidad de construir una nueva sociedad asentada en los ecosistemas y la vida desplazando del epicentro al patético sistema actual cuyo único afán es el dinero.

 

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