Por La Época .
La estrategia imperialista está en pleno desarrollo y con buenos resultados. A pesar de que los hechos confirman cada día el ambiente de desestabilización al presidente Luis Arce, muy similar al que se experimentó a principios de la década del 80 contra Hernán Siles Suazo, la facción de Evo Morales no levanta el pie del acelerador del vagón que está por colisionar.
Esta coyuntura es parecida a la registrada en el gobierno de la UDP, pues los momentos nunca son iguales. Entre 1982-1985 una corriente política de la Central Obrera Boliviana (COB) denominada Dirección Revolucionaria Unificada (DRU), de discurso y práctica “radical”, en realidad desempeñó una posición inequívocamente conservadora al perder de vista al enemigo principal (el imperialismo) y construir condiciones subjetivas y objetivas para que Siles se viera obligado a adelantar elecciones generales un año antes de lo establecido constitucionalmente. El resultado de esa “estrategia y táctica revolucionarias”, que contó con el respaldo entre bambalinas de las fracciones hegemónicas de la burguesía (la banca y la agroindustria), fue la derrota del campo nacional-popular y la instalación de dos décadas de neoliberalismo. Para ser objetivos, la diferencia entre el infantilismo de izquierda en el 80 y el conservadurismo de una facción del Movimiento Al Socialismo (MAS) estriba en que los primeros terminaron prisioneros de una lectura mecánica del marxismo, mientras los segundos de los intereses particulares y electorales de un jefe de partido.
En la Bolivia de hoy la amenaza a la democracia y al Gobierno es real. Los partidos de la derecha clásica, con intereses de clases y fracciones de clase muy definidos, se han constituido en la base de apoyo a una estrategia de desestabilización del gobierno popular de Luis Arce. El expresidente y su círculo más cercano están convencidos de que lo están haciendo bien. En cierta medida eso es verdad: acorralan al Gobierno con cualquier pretexto -como el de los magistrados ahora-, aunque el hechizo, si se concreta, cortará la continuidad de lo nacional-popular en el gobierno.
La estrategia imperial, que con seguridad en el 80 contó con operadores disfrazados de radicales, ahora va por la cabeza de Luis Arce, primero, para luego ir por Morales, a quien nunca le aceptarán como suyo, a pesar del abandono de ciertos principios del expresidente con relación a las fracciones hegemónicas de la burguesía. Ya durante su gobierno favoreció a la banca privada y a los agroexportadores. De nada servirá el alineamiento de esta facción conservadora vestida con traje radical con la posición del Comando Sur respecto de la presencia china y rusa en Bolivia. Ese “colaboracionismo de clase”, que ha llevado a pactar con la derecha clásica de que se pide “debido proceso con los presos políticos”, solo perjudicará a las fuerzas populares y facilitará el accionar del imperialismo.
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