Por José Ernesto Nováez Guerrero *-.
Este año 2024 se realizarán elecciones presidenciales en los Estados Unidos. El desenlace de estos comicios será vital para Cuba. La contienda, hasta ahora, parece perfilarse como un nuevo enfrentamiento entre el republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden. Si bien este no ha cumplido la mayor parte de sus promesas electorales respecto a Cuba, su administración tampoco ha sido de las más hostiles contra el país, limitándose a mantener políticas y restricciones aprobadas en el anterior mandato. Sin embargo, un retorno de Trump a la Casa Blanca puede marcar una nueva vuelta de tuerca a la histórica campaña de agresión contra Cuba.
El legado de Trump
Aunque desde los inicios de la Revolución cubana los Estados Unidos han desplegado un amplio arsenal de medidas en contra de la isla, entre los gobiernos recientes el que más enconadamente se empeñó en atacar todas las arterias vitales de la nación fue el de Donald Trump. En sus cuatro años el magnate republicano aprobó 243 medidas en contra de la isla, muchas de ellas mientras el país y el mundo estaban enfrascados en el enfrentamiento a la pandemia del Covid-19.
Entre esas medidas podemos destacar la activación del Título III de la Ley Helms-Burton, ley que fue aprobada en 1996 pero cuyo tercer título había sido suspendido por sucesivas administraciones norteamericanas. También se restringieron los viajes a la isla, se creó una Lista de Alojamientos Prohibidos que incluyó a 422 hoteles y casas de renta, se limitó el monto de las remesas y se suspendió la licencia que permitía desde los años 90 a la Western Union operar estas transferencias hacia Cuba.
Se atacó y criminalizó la cooperación médica cubana, sumando a esta campaña a organismos internacionales y gobiernos aliados de Washington. Se persiguieron las operaciones de comercio exterior del país, sancionando a navieras, mayoristas e instituciones financieras por llevar adelante operaciones mercantiles legítimas de Cuba. Se creó una Lista de Entidades Cubanas Restringidas, donde se incluyeron 231 empresas de todos los sectores de la economía nacional.
El asedio llegó al punto de perseguir todas las embarcaciones y operaciones financieras orientadas a garantizar el suministro de combustible a la nación. Solo en 2019 fueron penalizadas 53 embarcaciones y 27 compañías por participar en operaciones de suministro de combustible a Cuba.
Poco antes de dejar el mandato Trump incluyó a Cuba en la Lista de Países Patrocinadores del Terrorismo, de la cual Biden se ha negado a sacar al país, a pesar de las numerosas peticiones hechas desde diversos sectores de la sociedad civil norteamericana. Al estar en esta lista, se dificultan aún más las posibilidades de la isla de acceder a servicios financieros, créditos, etcétera.
Todas estas medidas y muchas más que serían largas de enumerar explican la muy compleja situación que hoy atraviesa la Revolución.
Un fantasma electoral
Desde hace años Cuba es un tema importante en el debate presidencial norteamericano. Las razones son varias. La primera es que la hostilidad hacia su proyecto social y político es un punto de consenso entre los dos grandes partidos de la política estadounidense. Las élites imperiales nunca han perdonado a la nación el haber roto con las estructuras de dominación neocolonial que durante medio siglo tejió el capital norteamericano sobre ella, apropiándose de sus principales riquezas.
La existencia de Cuba, seis décadas y medio después, es un reto además para el proyecto de dominación norteamericano en todo el continente. El ejemplo de la isla bloqueada es un fantasma que preocupa a las élites latinoamericanas, y por eso lo agitan atemorizadas cada vez que las condiciones del neoliberalismo generan estallidos prerrevolucionarios en sus sociedades. Es el caso de la Colombia de Duque en 2018 o el Chile de Sebastián Piñera en 2019. Enseguida la gran prensa cartelizada se llenó de acusaciones sobre supuestos “agentes cubanos” que dirigían estas protestas. Hundir y demonizar a Cuba es hundir y demonizar la esperanza que representa.
Cuba es también clave para contienda política interna. La influencia de ciertos sectores cubanoamericanos en La Florida, el carácter pendular de este estado (aunque parece estarse inclinando cada vez más establemente del lado republicano) y la gran cantidad de votos electorales que aporta hacen que, a la hora de intentar ganarse a los votantes, las promesas de qué hacer o no hacia Cuba sean consideradas fundamentales.
El nuevo florecer de la Guerra Fría que estamos viendo, producto de la agudización de las contradicciones de los Estados Unidos con Rusia y China, así como la emergencia de bloques económicos y políticos alternativos al mundo unipolar hacen que Cuba sea uno de los fantasmas que se puede agitar hacia lo interno para “preocupar” a ciertos sectores del electorado. Así, por ejemplo, en diciembre de 2023, El Nuevo Herald, diario ultraconservador del estado de La Florida, agitaba la amenaza de una posible intromisión cubana en las elecciones estadounidenses de 2024. Esto se conecta con los rumores ampliamente difundidos por esta prensa de supuestas bases espías rusas y chinas en la isla.
Levantar estos temores regularmente permite dotar de algún fundamento una política genocida contra un país pequeño y su población. Una política que tiene más de seis década y carece de todo sustrato jurídico, político y moral y así ha sido denunciado repetidamente en numerosos espacios internacionales. Es una política al servicio de una agenda punitivista, imperialista y neocolonial.
* Escritor y periodista.
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