octubre 12, 2024

¿Es cotidiano el desafío político cubano? (Segunda parte)

Por Ariel Dacal Díaz (Escritor)-.


Está planteado un dilema

Una anciana se encarga del agua en su edificio. Quita y pone el motor, recoge dinero entre los vecinos si hay alguna avería y gestiona lo necesario cuando la cisterna se contamina. Vive en uno de esos edificios del Vedado [La Habana] que la gente conoce como “capitalista” por la fecha y la calidad de su construcción. En una ocasión pidió a los vecinos regular el consumo de agua pues habría afectaciones.

Una inquilina, quien compró uno de los apartamentos para alquilarlo, le dijo rotundamente que no podía pedirle a los turistas que ahorren agua porque eso le afecta el negocio.

No muy lejos, en la misma barriada, un arrendador de habitaciones entró en conflicto con los vecinos que viven encima de su casa porque molestan el descanso de los extranjeros. El juego de los niños, el ir y venir cotidiano, el paso por áreas comunes de ambas viviendas atenta contra la estabilidad del negocio. En el momento álgido del conflicto, el arrendador planteó como alternativa a los vecinos que se mudaran o le vendieran la casa.

En el mismo Vedado, es notoria la compra y remodelación de casas añejas. Algunas personas, sobre todo mayores, son tentadas a vender y se desplazan a zonas menos favorecidas. En lugar de los antiguos propietarios se asientan personas “prósperas”.

No es un secreto que la renta de habitaciones es uno de los negocios más lucrativos. Esta actividad económica genera encadenamientos con otras labores: jardinería, trabajo doméstico, venta de productos diversos, transporte, albañilería, carpintería de todo tipo. También es fuente de importante contribución fiscal. En no pocos casos se establecen redes entre arrendadores que posibilita un acceso más estable a clientes y potencia el incremento del confort y la calidad del servicio, así como la estética de los barrios.

Al interior de este grupo existen prácticas y tarifas generalmente compartidas y se conforma una suerte de identidad social y clasista que, en ocasiones, implica que otras personas sobran.

¿Existirá un punto medio para esta tensión? ¿La anciana del edificio, los vecinos sin recursos y los que venden porque no les queda más remedio son daños colaterales de la prosperidad de unos pocos? ¿Estas contradicciones quedan fuera de lo atendible para la actualización del modelo? ¿La solución vendrá de las fuerzas autorreguladoras del mercado, o serán paleadas por el efecto derrame? ¿La función del Estado se reducirá a asistir a las personas más desfavorecidas?

Frente a este fenómeno tenemos básicamente dos variables: a) el derecho a la prosperidad mediante la venta de un servicio de calidad; b) el derecho a una convivencia digna para quienes no son prósperos. La relación entre ambas no se da de manera natural y espontánea. Dependerá siempre de las decisiones políticas, de los cuerpos legales que las respalden y de la toma de conciencia de quienes se implican en esa relación.

Este asunto es una manifestación más de la tensión permanente entre el control social que garantice un orden justo y digno y la maximización de la ganancia que tiende a subordinar la realidad social, natural y humana. Más específicamente, devela la contradicción entre el acceso a una vivienda digna como derecho y la mercantilización de este como solución.

Por otra parte, el acceso y disfrute de la vivienda es uno de los datos más críticos dentro de la creciente desigualdad que signa nuestra realidad. La solución asumida hace algunos años fue convertir la vivienda en una mercancía realizable para quien pueda compararla, o una inversión de capital para quien pueda rentarla.

En paralelo, el Estado mantiene, por un lado, magros programas asistencialistas para responder a las situaciones extremas y, para las que no lo son, pretende facilitar soluciones por esfuerzo propio. Por otro lado, potencia el desarrollo inmobiliario con elevados estándares que benefician a una minoría, sobre todo foránea. Lo llamativo es que no se incluyeron soluciones comunitarias o cooperativas para el problema de la vivienda. El cuerpo de soluciones vigente es de matriz individual y mercantil.

Añádase el debate sobre el retorno de la hipoteca, por ahora solo para la segunda vivienda de descanso prevista por la ley. Este dato me resulta alarmante por el entendido de que la hipoteca es la forma más perversa de mercantilización del derecho a la vivienda y la subordinación de este a la maximización de las ganancias y la acumulación.

Usted podrá corregir estas líneas con ejemplos de personas que arriendan sus viviendas y respetan la convivencia con sus vecinos, usted puede ser una de ellas. Yo puedo sumar varios nombres a esa lista. Usted podrá apostar porque la ley regule esta relación. Yo creo que es un paliativo necesario que puede adelantar un tramo de justicia, pero no será solución suficiente. Usted podrá argumentar que la gente quiere su propia casa, no fórmulas de propiedad común.

Yo coincido con el diagnóstico, pero no lo asumo ni como condición natural ni como inamovible. Por más contradicción moral que pueda causar, el agua es un bien común hasta que no afecte mi negocio. Los vecinos son buenas personas hasta que no comprometan mis ganancias. El derecho a una vivienda adecuada se constriñe a mi posibilidad de comprarla. Ojalá todos puedan tener una casa y una convivencia dignas, pero al final la solución de otros no es un problema mío.

El punto no es que unas personas sean egoístas y de mala leche y otras solidarias y conciliadoras. No se reduce a una cuestión de opción personal, aunque también lo es. No basta que la ley medie ante las desigualdades. El tema es más profundo, refiere a un patrón de prosperidad tendiente a la maximización de la ganancia como fuerza constitutiva de la realidad que, al mismo tiempo, pulsa contra todo lo que lo obstaculice, inclusive contra los derechos de otros seres humanos. Patrón que encasilla la prosperidad en la acumulación material individual e impugna cualquier alternativa comunitaria.

¿Estas particularidades se atenderán en una nueva regulación sobre los edificios múltiples? ¿La prosperidad podrá florecer sin comprometer el derecho de terceros? ¿Quiénes y dónde definen y controlan las soluciones frente a esta tensión? ¿Qué institución protege a las víctimas de la prosperidad excluyente? El dilema está planteado. ¿Usted qué opina?

Una cosa es robar y otra cosa es robar

Días atrás estuve en una cola. Esta vez a la puerta del mercadito de un Cupet [gasolinera]. Era entrada la mañana y se suponía que estuviera abierto. Para ser más exacto, abierto al público. La gente que allí trabaja ajetreaba dentro, pero no estaban despachando. Era hora del arqueo (recuento) de caja.

Los comentarios en la cola iban y venían, y un tema se encimaba en el otro. Uno en particular me motivó. Se decía que hubo un robo en ese lugar hace unos días y por eso cerraban a distintas horas para hacer el arqueo.

Una de las personas que, como yo, esperaba para entrar, sentenció de manera tajante: “eso no pasa en el capitalismo; ahí el dueño te bota si te coge robando”. Sentencia que dio paso a variados ejemplos. Un familiar tal, en tal lugar, me contó tal cosa. Yo estuve en la tienda tal, en tal lugar y vi tal cosa. Cada uno de esos tales reforzaba, engrandecía, sublimaba y reafirmaba que: ahí el dueño te bota si te coge robando.

Me hubiera gustado preguntar, claro que solo como justificación para conversar mientras esperaba que terminaran el arqueo de caja, ¿qué pasa en esos lugares tales cuando el dueño capitalista le roba al que puede ser botado?, ¿lo pueden botar a él también?

Claro, lo pueden botar o cerrarle el negocio, que es lo mismo, si no paga los impuestos, si vende o almacena productos ilegales, si no está en buen estado de conservación lo que oferta, entre otras cosas. Todas esas son también maneras de robar.

Sí, pero ese es un bota’o desde afuera. Me refería a si la gente que trabaja en el lugar y no son dueños pueden botar al dueño si descubren que este roba. Me pareció una pregunta tonta de inicio, pues, ¿cómo puede robar si él es el dueño?

Mis respuestas demoraban en ser claras. Decidí entrarle al asunto por otro costado. En un negocio tal en un lugar tal, similar en tamaño y personal al de un Cupet, donde hay un dueño y son decenas de empleados y empleadas quienes cargan, cuidan, despachan, venden, anuncian y muchas cosas más que se hacen en tales lugares, ¿de qué forma podría robarles el dueño si él prácticamente no toca las mercancías? Por el contrario, es obvio que en el bolsillo, en la mochila o en el abrigo de las personas empleadas se puede ir una mercancía cualquiera de más, incluyendo dinero.

Al final del día, de la semana o del mes, cada cual recibe un pago por lo que trabaja. Sin embargo, las cuentas siempre son más abultadas para el dueño. Cuando digo más abultadas es en relación a la suma de cada una de las personas empleadas. Claro, eso es natural, el dueño gana más. Sí, pero, ¿cómo es que gana más si él solo no puede realizar el trabajo de decenas de personas?

Ya en este punto de la reflexión, al que llegué comparativamente de manera más lenta que la aparición de otras opiniones resurgidas en la cola, supuse que esa también es una manera de robar. Entonces, ¿por qué los empleados no botan al dueño que les roba parte de su contribución en la generación de beneficios? Debe ser que no queda tan claro que eso también es robar.

He sabido de lugares donde, por ejemplo, el contrato de trabajo es por ocho horas y se trabajan doce; sin embargo, el salario que reciben es por ocho. También los hay donde no existe ese problema pues no hay contratos.

Me pregunto, ¿quién se queda con los beneficios producidos en esas horas de más? ¿El dueño? De ser así, ¿eso no es robar?

Ah, pero también sé que en otros lugares se trabaja ocho horas, respetando el contrato, donde en las primeras seis ya has trabajado en relación al pago salarial que te correspondería por ocho. ¿Y las otras dos horas a dónde van? ¿Eso no es robar también?

Entonces creo que una cosa es robar y otra cosa es robar. Un robo es cuando un empleado o empleada, sea en el capitalismo o en el Cupet, se apropia indebidamente de una mercancía, sea esta dinero o no. Otro robo es cuando el salario que se recibe a cambio de una cantidad de trabajo sea menor a la cantidad de trabajo realizado. Casos en que la diferencia va a otro bolsillo menos laborioso o a una administración autoritaria.

Pero, ¿qué tal si le damos vuelta a la comprensión sobre este asunto?, ¿qué tal si en realidad las empleadas y empleados que roban están redistribuyendo las ganancias, sin conciencia de ello, aunque sea de forma distorsionada, irregular, individualista, egoísta y con daño a terceros; pero al fin una manera de complementar ingresos en relación a lo que aportan con su trabajo?

Qué tal si se entendiera que la gente roba, también, porque es robada de manera permanente en estructuras productivas de bandidaje, desigualdad, autoritarismo, despilfarro o ineficiencia. Las que se basan en relaciones salariales donde empleadas y empleados son cada vez más una mercancía y cada vez menos ciudadanos y ciudadanas del proceso productivo. Estructuras que lastran la capacidad de lectura crítica de la realidad y que se naturalizan en sentencias tales como: en el capitalismo el dueño te bota si te coge robando.

Visto más a fondo, estas estructuras no solo potencian robo de ganancia y conciencia, sino de justicia, de derechos, de vida y dignidad. Roban también la historia al contar que el problema está en los asalariados y no en las estructuras salariales injustas.

De entenderse así, la respuesta pudiera encaminarse a transformar esas estructuras, no a botar a los asalariados ni exculpar a los capitalistas.

Si las personas del Cupet y de las tiendas tales en los lugares tales participaran democráticamente en la redistribución de las ganancias que ayudan a crear con su trabajo, robar sería otra cosa.

Cuba, el tornado y la política

En Cuba la solidaridad se concretó. Mucha gente optó por hacer, dar y estar frente a los destrozos dejados por el tornado que golpeó varios municipios habaneros en 2019. Las experiencias, anécdotas y reflexiones sobrevenidas, al tiempo que están llenas de escombros, dramas y virtudes humanas, recuperación y solidaridad, nos invitan a leer con hondura y discernimiento a Cuba, su sociedad, su gente y las maneras de hacer política.

Estos días nos dejan algunas lecciones importantes, a saber: los problemas dramáticos del pueblo empujan a la unidad como solución; Estado y sociedad no tienen fronteras nítidas cuando se prioriza acompañar y proteger a la gente que, angustiada, maldice las ausencias y dilaciones, al tiempo que bendice las cercanías afectivas y materiales, vengan de donde vengan; la pregunta ¿y tú qué has hecho? es un buen antídoto contra las/os cronistas de desastres; la prioridad del protagonismo personal o del control estatal hacen igual daño a la solidaridad colectiva; el problema no es quién sí o quién no, dónde sí o dónde no, cuando se trata de resarcir a la gente más jodida; un “presenciaso” soluciona y humaniza más que un “tuitazo”; la realidad está en los barrios y no en Facebook; la sensibilidad individual y colectiva pueden mucho cuando activan la autogestión para ser útil y servir.

Este episodio, sobre todo, nos deja una pregunta trascendente: ¿por qué no hacemos cotidiano lo que ahora parece una excepción? Por ejemplo, la preocupación constante por las personas que viven en situación de pobreza –las más afectadas por eventos naturales y sociales–; el hábito de compartir lo que tenemos sin que medie una relación mercantil; el rescate del trabajo voluntario en la comunidad, sin más interés que ayudar a quien lo necesita y sin más beneficio que el bienestar que genera servir a los demás.

Podemos hacer cotidiano, también, que los límites entre el Estado y la sociedad se diluyan. Poner en común los intereses, coordinar esfuerzos y reconocer que la sociedad civil legitima su riqueza en la solidaridad y el empeño colectivo.

Además, podemos, entre todas y todos, diseñar un modelo que, al desterrar los recelos mutuos naturalice, potencie y enriquezca la articulación entre el Estado y la sociedad. Un modelo que parta de comprender que la solidaridad, la creatividad y las alternativas comunitarias, culturales y económicas, tienen muchos caminos posibles fuera de la mercantilización y la centralización castrantes.

La buena gente cubana trasluce lo mejor para afrontar este desastre. No perdamos el impulso y reconstruyámoslo todo, mejor que como estaba antes, incluyendo las maneras de hacer política, para que el bien común sea, cotidianamente, una preocupación de todos y todas.

 

*       Cortesía del portal web La Tizza – https://medium.com/la-tiza

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