Por Alonso Enrique Rodó -.
En resumen, con Evo no ganamos. No es un candidato aceptado por la mayoría de los bolivianos. Su aparente inhabilitación no tiene que ver con algún miedo ni que todos estén contra él, ni mucho menos porque el Imperio estuviese manipulando a esta gran mayoría para sacarlo del ámbito electoral. Tiene que ver con un análisis del presente, para conseguir que el Proceso de Cambio continúe y que no retorne la derecha.
Recordemos, Evo Morales ya estuvo inhabilitado para presentarse a las elecciones de 2019. Mediante un referéndum el año 2016, en el que pretendía modificar la Constitución Política del Estado (CPE), los resultados le negaron su participación. Sin embargo, con base en una Sentencia Constitucional Plurinacional, se presentó y ganó con el mínimo porcentaje para no tener que recurrir a la segunda vuelta, con grandes consecuencias.
Fue entonces que se ejecutó el golpe de Estado. Y, las decisiones que tomó por consejo de su entorno, que hoy nuevamente hacen de su vocería, generaron una serie de acciones violentas, como la toma de instituciones, y, finalmente, el autonombramiento de Jeanine Áñez como presidenta. Ella inició su gobierno persiguiendo y asesinando al pueblo que, sin su líder, salió a defender la victoria en las urnas.
En ese momento, la salida del país del líder histórico, para que retorne después de que se recupere la democracia, fue la idea que se apoderó del colectivo. No se podía arriesgar el perder al líder en manos de la derecha. Su encarcelamiento o su muerte terminarían con el Proceso de Cambio, se decía. Pero no fue así.
Su ausencia permitió que la raigambre social se asentara sobre cuestionamientos a las imposiciones que llegaban desde el exterior. Se observó negativamente la errática respuesta al golpe por parte de las autoridades que decían liderar el Proceso de Cambio desde el gabinete de ministros de Evo. Lo mismo ocurrió cuando se pudo ver que dirigentes de organizaciones sociales firmaron pactos con la derecha, haciendo uso legítimo de quizá una de las herencias de los 14 años. La gobernabilidad se encontraba en ellos, en los dueños del instrumento.
La consecuencia natural de los hechos ha situado aquella idea de la salida del país de Evo como un acto carente de valor y de ausencia de convicción. Se llegó a entender entonces que existe otra herida aún abierta en el conjunto de la militancia del Movimiento Al Socialismo (MAS), relacionada con haberse sentido abandonada y perseguida por la derecha en el 2019 y 2020. La percepción sobre el líder disminuyó más cuando manifestó su oposición al gobierno regente por no hacerle caso, hizo ver que el desacato tiene precio. El país ya lo ve con otros ojos, su ausencia en el poder pareciera generar en el común, la sospecha de que este es el camino ideal para la siguiente etapa del Estado Plurinacional.
Que no quede como una mera mención que el entorno de Evo, en su momento, o lo traicionó o resultó incapaz de defender o dirigir al menos la defensa del gobierno constitucional. Y son ellos mismos los que ahora lo convencen diciéndole que tiene apoyo, que está vigente, que ganaría sin mayor problema las siguientes elecciones generales. Eso no es posible, es inverosímil que una posible candidatura suya sea reclamada por la mayoría; esto, pues, porque las circunstancias no son las mismas, ni el momento histórico se asemeja al 2005 para reinventarse en una propuesta nueva y conciliadora para los bolivianos.
La historia lo dejó atrás, el presente nos dice que Bolivia no se encuentra sumida en una crisis económica, no existe un vacío de poder y, sobre todo, está siendo dirigida por el presidente que la mayoría de los bolivianos eligió y del que se espera lidere la siguiente etapa de la historia de Bolivia.
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