Por La Época -.
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, está por conseguir su objetivo de provocar un conflicto regional que le de más oxígeno a su política criminal desarrollada contra el pueblo palestino y, por tanto, dejar de ser el centro de la crítica mundial por los miles de palestinos muertos hasta ahora. Lo que seguro también sabe es que estamos a un paso de que estalle una tercera guerra mundial.
Para lograr eso Israel debe arrastrar, en este orden, a Irán –el país persa sin el cual la resistencia palestina tendría más dificultades–, y luego a su aliado estratégico, los Estados Unidos, que en cristalización de su doble moral no respalda públicamente los bombardeos e incursiones armadas del Estado judío en la Franja de Gaza, pero al mismo tiempo boicotea los esfuerzos de las Naciones Unidas para evitar que la masacre del pueblo palestino continúe.
Desde esa perspectiva y no otra es que se entiende el ataque que con misiles hizo Israel contra la embajada diplomática y el consulado de Irán en Damasco el pasado 1 de abril, donde 11 funcionarios persas murieron. Los medios occidentales atribuyeron el objetivo del bombardeo a conseguir la muerte del comandante de la fuerza Al Quds y responsable de las operaciones exteriores, Mohammad Reza Zahedi, así como de su asesor y otros altos mandos.
Aparte de que ese haya sido el objetivo táctico, lo cierto es que el objetivo militar estratégico del gobierno de Netanyahu es romper el aislamiento en el que se encuentra desde octubre de 2023, cuando sus fuerzas regulares iniciaron el bombardeo indiscriminado contra la población civil en Gaza, desde donde Hamas atacó a algunos puntos clave israelita el 7 de octubre. Israel sabe que para eso debe provocar a Irán y también involucrar al Líbano, donde miembros del grupo Hezbolá fueron atacados sorpresivamente en febrero y marzo pasados.
Hasta hace unos días ni Irán ni Hezbolá habían caído en la provocación. La situación ha cambiado y ha adquirido una alta intensidad luego que Teherán decidiera enviar centenares de drones militares hasta Israel, aunque todavía es difícil medir la sostenibilidad de la medida de “legítima defensa” por los bombardeos a su embajada en Damasco, según sostiene el gobierno persa.
Con todo, sería un error considerar que el gobierno de Netanyahu no ha conseguido avanzar en su diseño estratégico. Si bien su provocación no ha sido respondida por Teherán en los términos que quisiera el sionismo, sí ha logrado que la administración Biden sostenga que los Estados Unidos están comprometidos con la defensa del Estado judío y que ha ordenado en las últimas horas movilizar tropas adicionales en Oriente Medio para prepararse ante una eventual escalada del conflicto. La advertencia estadounidense no es una sorpresa, pero cuenta al momento de hacer un análisis del conflicto.
Lo cierto es que se camina aceleradamente hacia un conflicto regional y que puede terminar en una guerra mundial con consecuencias superiores a las registradas en las dos guerras mundiales.
Ahora más que nunca hay que levantar la bandera del mundo como territorio de paz, para lo cual se impone que las Naciones Unidas logren un cese al fuego de Israel contra el pueblo palestino, así como se logre revertir las consecuencias que provocó el Estado judío al atacar el territorio soberano de Irán en Damasco.
En América Latina y el Caribe el rechazo a Israel va en aumento. Si bien la ruptura de relaciones diplomáticas de Bolivia con Israel no ha sido seguida por otros gobiernos, las duras y reiteradas críticas al Estado judío no han cesado, así como las expresiones de plena solidaridad con Palestina de las organizaciones sociales. La historia de este conflicto está lejos de terminar.
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