mayo 3, 2024

Los orígenes del panamericanismo

Por Roberto Regalado (Cientista político)-.


Durante la presidencia de Benjamin Harrison (1889-1893), el secretario de Estado de los Estados Unidos, James Blaine, propuso complementar las acciones unilaterales de fuerza mediante las que el naciente imperialismo norteamericano imponía su dominación en Centroamérica y el Caribe, con la construcción de un sistema hegemónico de relaciones multilaterales que convirtiese a todos los gobiernos de América Latina en copartícipes de la penetración económica, política e ideológica estadounidense en sus respectivos países.

Con ese fin convocó a la Primera Conferencia Internacional Americana de 1989-1890, en momentos en que esa nación aún era incapaz de disputar con éxito el control neocolonial de Inglaterra sobre América del Sur.

En sus inicios, incluso los países más cercanos política y económicamente a Inglaterra asumieron al panamericanismo con la ilusión de que conduciría al cese de las injerencias y las intervenciones militares estadounidenses en el subcontinente y a la apertura de canales para la solución de controversias entre los miembros del sistema panamericano.

Este incentivo se debilitó durante la primera década del siglo XX, cuando los gobiernos latinoamericanos creyeron que recibirían protección de los organismos internacionales en proceso de formación mediante las Convenciones de La Haya. Sin embargo, se sintieron obligados a dirigir su atención hacia el panamericanismo, de nuevo, cuando en Europa se agudizaron los conflictos que condujeron al estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

Las injerencias, intervenciones y ocupaciones militares hechas por los Estados Unidos, principalmente en la Cuenca del Caribe, aunque no solo allí, en las décadas de 1880 a 1940 [1], fueron más intensas que los avances del sistema panamericano:

  • En 1889-1890 se creó la Oficina Internacional de las Repúblicas Americanas, originalmente destinada solo a recopilar información económica.
  • En 1901-1902 se creó un cuerpo de gobierno para la Oficina Internacional de las Repúblicas Americanas, presidido por el Secretario de Estado estadounidense e integrado por los embajadores latinoamericanos acreditados en Washington D. C.
  • En 1905 la Oficina Internacional de las Repúblicas Americanas se convirtió en Unión Panamericana, a tono con el (frustrado) objetivo estadounidense de convertirla en mecanismo multilateral.

Aquí se interrumpe el avance del panamericanismo hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. Después de esa conflagración:

  • En 1923 volvió a fracasar la tentativa de construir una organización regional debido al rechazo estadounidense a la exigencia de que aceptase la “garantía multilateral de independencia y e integridad de los Estados americanos”.
  • En 1928 fue rechazada la pretensión estadounidense de institucionalizar el derecho de intervención y el proteccionismo aduanero.
  • En 1933 la Conferencia Interamericana de Montevideo aprobó un tratado de no agresión y conciliación de disputas propuesto por Argentina, que fue aceptado por los Estados Unidos a regañadientes a cambio de no ser condenado por prácticas proteccionistas.
  • En 1936 fracasó el intento de aumentar las atribuciones y la representatividad internacional de la organización panamericana.
  • En 1938 se estableció un procedimiento de consulta sobre el mantenimiento de la paz –como alternativa a la propuesta estadounidense de crear un Comité Consultivo Interamericano–, que fue un avance, aunque modesto, en la formación del sistema panamericano.
  • En 1939 se creó un Comité Consultivo Interamericano Financiero y Económico para enfrentar las consecuencias del inicio de la Segunda Guerra Mundial, y se estableció una zona alrededor del continente dentro de la cual se solicitaba a los países beligerantes no realizar acciones militares. Aunque ese acuerdo era imposible de cumplir, su importancia radica en que fue la primera posición unánime del movimiento panamericano ante un acontecimiento internacional.
  • En 1940, influida por la percepción de una posible victoria alemana en Europa, por la resistencia de Inglaterra frente a la maquinaria bélica nazi fascista y por el creciente respaldo de los Estados Unidos a ese país, todo lo cual delineaba un panorama incierto, América Latina solo se pronunció:

–     Contra la transferencia de territorios coloniales enclavados en América a otras potencias europeas.

–     A favor de autorizar a Estados miembros a actuar en casos de urgencia derivados de la guerra sin someterse al proceso de consulta, lo que en realidad era licencia otorgada a los Estados Unidos, de modo que, si se involucraba en la guerra, ello no comprometiera al resto de las repúblicas americanas.

Solo cuando la Segunda Guerra Mundial se inclinó contra el eje nazi fascista fue que los Estados Unidos logró alinear a la mayoría de las repúblicas latinoamericanas en un órgano dedicado a temas militares, aunque con funciones limitadas: en 1942 se creó un Comité Consultivo de Emergencia para la Defensa Política y una Junta Interamericana de Defensa (JID). Por la negativa de Argentina y Chile a aceptar acuerdos de mayor alcance, solo se recomendó la ruptura de relaciones con Alemania, Italia y Japón. Chile demoró un año y Argentina dos en cumplir ese acuerdo. Argentina solo rompió con Alemania bajo presión de los Estados Unidos, incluida una cuarentena diplomática y un bloqueo naval del Puerto de Buenos Aires.

El 6 de marzo de 1945, seis meses antes de concluir una guerra cuyo desenlace ya podía predecirse como favorable a los aliados antifascistas –los Estados Unidos, Inglaterra y la URSS–, desenlace oficializado el 2 de septiembre de 1945, en la Conferencia Interamericana sobre los Problemas de la Guerra y la Paz los gobiernos latinoamericanos, excepto el argentino, que no fue invitado, firmaron el Acta de Chapultepec, que abre paso a la construcción del sistema panamericano.

Tras casi 60 años de esfuerzos infructuosos, luego de convertirse en principal potencia imperialista –por ser la única que no sufrió en su propio territorio la destrucción causada por la Segunda Guerra Mundial– y de asumir el liderazgo de esas potencias en una intensa y prolongada “guerra fría” contra la Unión Soviética, los Estados Unidos finalmente cumplieron el objetivo de imponer un sistema de dominación continental basado en su hegemonía.

Aunque fue un “proceso”, y no un “hecho”, se asume que la Guerra Fría comenzó el 12 de marzo de 1947, cuando el presidente Harry Truman proclamó la doctrina que lleva su nombre ante el Congreso de los Estados Unidos, caracterizada por la estigmatización del comunismo y la manipulación de ese estigma para realizar una “cacería de brujas” contra toda organización o persona de izquierda o progresista, “cacería” que en América Latina fue ejecutada por dictaduras militares impuestas por el imperialismo norteamericano.

Seis meses después de la proclamación de la Doctrina Truman, sobre la base del Acuerdo de Chapultepec, el 2 de septiembre de 1947, Estados Unidos y las repúblicas latinoamericanas firmaron el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), que asumió el postulado de que toda “agresión extracontinental contra un Estado americano es una agresión contra todos los Estados americanos”, y estableció un deliberadamente impreciso marco de referencia para definir las acciones de los propios Estados miembros que serían punibles mediante acuerdo de una Reunión de Consulta convocada al efecto.

El segundo órgano del Sistema Interamericano fue la Organización de Estados Americanos (OEA), creada en la Conferencia Internacional Americana celebrada en Bogotá del 30 de marzo al 2 de mayo de 1948, que desde entonces constituye el órgano rector de dicho sistema. Aunque la OEA nace como uno de los organismos regionales del Sistema de Naciones Unidas, sus miembros constituyentes, tutelados por los Estados Unidos, exigieron que se les reconociera el derecho a ser ellos quienes decidieran sus principios fundacionales, lo cual hicieron sobre la base del Acta de Chapultepec.

11 años después de la creación de la OEA, y poco más de tres meses del triunfo de la Revolución cubana, el 8 de abril de 1959 al Sistema Interamericano se le sumó el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Por último, el día en que la Junta Interamericana de Defensa cumplía 64 años de fundada fue incorporada al sistema del que hasta entonces solo había sido un órgano asesor externo.

La Guerra Fría siguió desarrollándose en América Latina durante la presidencia de Dwight Eisenhower (1953/1957/1961), cuya principal acción de fuerza fue el derrocamiento del presidente de Jacobo Árbenz en Guatemala, ocurrido en 1954. Eisenhower aprovechó su propia agresión contra Guatemala para sustituir el “principio de no intervención” –que dada la influencia de la Carta de la ONU había tenido que asumir la Carta de la OEA– por el “derecho de intervención” en las normas del Sistema Interamericano. En la Conferencia Internacional de Estados Americanos celebrada en Caracas ese año, la OEA declara que la actividad comunista constituye una intervención en los asuntos internos americanos y que la instalación de un régimen comunista en cualquier Estado americano implica una amenaza al sistema, que requeriría una Reunión de Consulta para adoptar medidas.

Según Halperin:

[…] la posibilidad de experiencias socialistas en el suelo americano parecía aún remota; la organización de un aparato anticomunista era generalmente juzgada fruto de la manía persecutoria que entonces aquejaba a la potencia hegemónica o –según observadores más maliciosos– deliberada utilización de esa manía para erigir un instrumento de hegemonía política que eventualmente podía prestar utilidades más inmediatas que las de una barrera anticomunista. Por el contrario, la alternativa política fundamental parecía entonces seguir dándose entre la democracia política y la dictadura; y los avances de esta a partir de 1948 eran para muchos la clave de la efectiva política latinoamericana de los Estados Unidos (acentuada desde el retorno del partido republicano al gobierno en 1952) que la cruzada anticomunista ocultaba cada vez peor [2].

Por su parte, Heller dice que:

Desde 1945 la noción de seguridad hemisférica estuvo orientada hacia una eventual agresión soviética en la Región […] La doctrina de seguridad hemisférica de Washington se vio acompañada desde el punto de vista político por una actitud favorable hacia los regímenes militares en América Latina. Fue así que después de la Segunda Guerra Mundial los gobiernos de Truman y Eisenhower se pronunciaron por una política de estabilidad en el continente donde el golpe de Estado y la dictadura eran la regla. Las dos administraciones norteamericanas reconocieron y dieron su apoyo a los gobiernos de facto sin ninguna consideración de orden moral o jurídico. Las únicas condiciones exigidas, e impuestas por la Guerra Fría, eran un anticomunismo militante y la oposición a toda transformación del statu quo [3].

La administración Eisenhower promovió golpes de Estado contra Getulio Vargas en Brasil (1954), Juan Domingo Perón en Argentina (1955) y Federico Chaves en Paraguay, y contribuyó a minar a la Revolución boliviana de 1952. Con su beneplácito, en 1957 se instauró en Haití la dictadura de Jean Claude Duvalier. A raíz del triunfo de la Revolución cubana ordenó poner en marcha con ella el mismo plan de agresión que derrocó a Árbenz. El plan fue ejecutado por su sucesor, John F. Kennedy, quien en abril de 1961 ordenó la fracasada invasión por Playa Girón.

(Continuará)


1       Ver la primera parte de este artículo, titulada “Expansión territorial en América del Norte y política del ‘garrote’ la Cuenca del Caribe”, publicada en La Época.

2       Tulio Halperin Donghi: Historia contemporánea de América Latina, Edición Revolucionaria, La Habana, 1990, p. 415.

3       Claude Heller: “Las relaciones militares entre Estados Unidos y América Latina: un intento de evaluación”, Nueva Sociedad No. 27, Caracas, 1976, pp. 1819.

 

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