Por La Época -.
El intempestivo arresto del exministro de Minería del gobierno de Evo Morales, Luis Alberto Echazú, y la repentina muerte del exgerente de la empresa estatal Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB), Juan Carlos Montenegro, son hechos maliciosamente utilizados por quienes están más interesados en defenestrar al gobierno de Luis Arce que en defender los intereses del país, aún a riesgo de abortar uno de los proyectos más importantes para garantizar la soberanía nacional e incluso nuestra viabilidad futura como Estado.
Pueden distinguirse dos tipos de reacciones a partir de este tipo de lecturas sobre los acontecimientos recientes: primero, la de quienes pretenden señalar que la añorada industrialización del litio sí tenía un buen rumbo en el gobierno de Morales, contrario al emprendido por el actual gobierno del mismo partido, pero bajo la administración de Luis Arce; y segundo, la de quienes descartan la industrialización del litio como un todo, independientemente de quienes se encuentren al frente de su conducción, mientras esta sea en cooperación con capitales rusos o chinos. En la primera es evidente que la estrategia de la industrialización impulsada por Arce es la respuesta que se necesita en el mundo de la postpandemia. La segunda es la que no necesitamos si queremos romper la dependencia.
La primera discusión debe descartarse por completo, por confundir desacuerdos técnicos para resolver un mismo problema con una supuesta ruptura política que haría imposible explicar que alguna vez hubo una relación entre los dos principales políticos del oficialismo. La segunda, por otro lado, es más seria, en los márgenes de lo que podría llamarse la izquierda, el progresismo o, a fin de cuentas, el nacionalismo, pues reafirmaría, en última instancia, viejos prejuicios neocoloniales incompatibles con alguien comprometido con la liberación del país de toda forma de dominio extranjero. Y esto porque al final se insiste en una vieja idea: que no somos capaces de levantar industria por nuestros propios medios, sino en que los únicos capaces de impulsarnos en ese camino, o incluso los únicos que son dignos de ser llamados socios, son los que justamente se encargaron de que el país no fuera nada más que una triste semicolonia por más de un siglo. Seguir apostando por capitales estadounidenses o europeos equivale a esperar a que un asesino serial se reforme. Entregar el litio a ellos sería repetir la historia, que no es otra cosa que un suicidio.
Y esto sin suponer que tales capitales ya vienen engrasando una máquina publicitaria de sus intereses y en contra de los del país. Fuera de ello, todo lo demás puede discutirse, desde cuál es la estrategia más adecuada para industrializar el litio hasta si era realmente necesario emplear las medidas cautelares que se tomaron en contra de antiguas autoridades que en su momento eran tratadas como “compañero” o “hermano”, lo que no implica que no se investigue la gestión de esos años.
El enemigo es y siempre ha sido el mismo, con sucursales en todos los países del mundo menos en el suyo propio.
Deja un comentario