
Por Jhonny Peralta Espinoza * -.
El evismo elige el acto puro de poder vertical
Que los bloqueos evistas, durante el conflicto de las elecciones judiciales, hayan provocado un daño económico de más de 800 millones de dólares tiene un nombre: vaciamiento de la democracia; y que ahora Evo pida al Senado aprobar los créditos internacionales es puro tacticismo político, que puede o no favorecerle en el tiempo. Y afirmamos esto porque en abril de 2023, en un audio Carlos Romero revelaba que “el detonador desestabilizador tendría que ser un factor que genere convulsión social”; en febrero de 2024 Humberto Claros declaraba que “los sectores sociales están llegando a un momento donde dicen tienen que irse Lucho”; Ponciano Santos, en marzo de 2024, amenazaba que “nosotros por supuesto que podemos fregar más el tema económico”; en abril de este año Evo advertía “que si inhabilitan a Evo va a haber una convulsión”; y en el mismo mes Ponciano Santos nuevamente amenazaba que “en mayo va a comenzar la batalla si inhabilitan a Evo y proscriben al MAS”; días más tarde el propio Ponciano Santos afirmaba que “va haber bloqueo si no aprueban el congreso de junio en Villa Tunari”. Esta línea política del evismo, ejecutada desde hace más de un año, refleja que la candidatura habilitada de Evo pasa por un acto de un puro poder vertical, que en los hechos significa una escalada de violencia, verbigracia, provocar la caída del Gobierno. Por todo esto hablamos del tacticismo de Evo.
El Movimiento Al Socialismo (MAS), como una organización de movimientos y organizaciones sociales, sin ideología ni estrategia política, convivió con varias corrientes: evismo, garcíalinerismo, quintanismo, arcezaconetismo, romerismo, que fueron los más importantes, lo que inevitablemente provocó el reinado de los “jefes”, ahogando el debate político, atentando contra la democracia interna, y con vínculos y relaciones frágiles con las organizaciones sociales. Todo esto implicaba la vía previa a crisis permanentes, haciendo imposible la unidad de acción, como se vio en el golpe de 2019. Lo paradójico es que ahora surgen los “libre pensantes” desatados, exministros de Evo que escriben contra el gobierno de Lucho haciéndose eco con el presidente que pide “pluralismo ideológico y lucha de ideas”; y en una actitud prepotente de clase medieros dicen a las organizaciones sociales “qué hacer”. Empero cuando se hicieron concesiones a la oligarquía cruceña, a la banca privada y a las élites militares y policiales, o cuando se planteó el referéndum, solo mostraron sumisión.
En este escenario el ejercicio del poder del Estado siempre tiene dos caras: por un lado, el consentimiento; por otro, la coerción. La obediencia que no puede lograr el Estado con recompensas y castigos simbólicos la obtiene finalmente por la fuerza. Y como ahora el evismo recién entiende que la política es conflicto y no consenso, lucha de ideas y no uniformidad ideológica, la escalada de violencia que propone, o sea, el conflicto, debe ser gestionado por la política, y el medio para gestionarlo es el ejercicio del poder, el Estado, que es el instrumento político más relevante para la gestión del poder. Concluimos que política, poder y Estado son ángulos de una misma figura geométrica. Por esto, en cualquier caso, el Estado y sus instituciones poseen la violencia como última razón, pero debe ser una “violencia legítima”, según Max Weber. En otras palabras, como afirma Pedro Portugal, si “el bloqueo de caminos patrocinado por Evo Morales se ha convertido en ser recurso personal de cualquier cacique local para satisfacer sus caprichos y especificas ambiciones”, entonces a lo que está asistiendo el pueblo boliviano es a una disputa descarnada del poder per se sin propuestas ni demandas políticas y económicas colectivas.
Toda consigna que no afecta emociones y solo pide adhesión y creencia es magia negra
En una coyuntura con alta polarización y ya electoralizada el evismo solo repite como mensaje: “Evo salvará por segunda vez a Bolivia”; y el arcismo enarbola la “industrialización con economía de base ancha”. Ambas se han propagado, pero no terminan de afectar las emociones, y esto porque estos mensajes como programa no responden a la situación objetiva. Hay dos peligros a la hora de desarrollar el programa. El primero consiste en quedarnos en análisis abstractos y repetir consignas generales que no encuentren eco en los movimientos sociales; es el peligro de caer en la abstracción sectaria. El otro peligro es el contrario: un excesivo adaptacionismo a las condiciones locales que lleva a perder la línea de transformación.
Evo, ante un gobierno como el que señala que “ha regresado al neoliberalismo y es insolvente”, y más allá de lo que parece ser Evo o de lo que los sucesos o hechos desde 2019 le han conducido a lo que es ahora como expresidente, nos quiere decir con eso de que por segunda vez quiere salvar a Bolivia, y que esto lo lleva en su esencia. O sea, se nos presenta como un predestinado porque en su esencia está la solución a los males que vive el país, y por este camino Evo niega rotundamente la posibilidad de poder crear y clausura la posibilidad misma de la libertad.
Ante la crisis institucional, la crisis de gobernabilidad, la crisis política y una crisis económica en ciernes Evo propone su esencialismo. Mientras, el Gobierno no puede quedar impasible, no puede pensar que los movimientos sociales existen solo como datos sociológicos ya construidos. La política tiene su propio lenguaje que hay que descifrar y que no es solo la sombra que da la economía. El Gobierno, en una actitud conservadora, no logra plantear nuevas conquistas sociales que se expresen en un relato para permear en todas las organizaciones sociales, que generan el significado de nuestra identidad, que construyan nuestra subjetividad, lo que somos y en lo que nos reconocemos.
En este escenario Evo ha decidido derrocar abiertamente al Gobierno elegido democráticamente, dejando de ser imparcial, porque traiciona al voto popular, sumándose a la narrativa de la derecha reaccionaria que desde hace años sostiene que el Estado es inviable. Por tanto, la supuesta ola de indignación popular que se generaría por la inhabilitación de Evo y el no reconocimiento de su congreso, materializada en bloqueos, convulsión social o lo que desee Juan Ramón Quintana, tendrá una eficiencia limitada, pero con atención del aparato mediático de la derecha en medio de una indignación con un carácter fluido y volátil porque los bloqueos ya no son propicios para organizar políticamente el desencanto de las mayorías nacionales debido a que su situación objetiva contiene otras demandas.
Así, si bien la indignación de los bloqueos puede ser incontrolable, transitoria, más emocional que racional, no es política, porque su resolución no se dará en los bloqueos, porque la correlación de fuerzas políticas reales es desfavorable a Evo Morales; por tanto, esos bloqueos deben leerse nunca como el final de un proceso, sino más bien como el inicio de algo, como la expresión de una ruptura simbólica, como la manifestación del cierre de una etapa y el comienzo de otra. Y esa ruptura simbólica es el cierre del orden constitucional, verbigracia, la caída del Gobierno y el comienzo de un proceso político reaccionario. Para construir políticamente, para organizar esa indignación de los bloqueos, para transformar la reacción de indignación en acción política es necesario articular una cadena con otras demandas particulares. Este será el intento del evismo por transformar la indignación de los bloqueos en una cadena de convulsión social donde se sumen otras demandas, por eso en este momento los bloqueos están en una politización en bruto; y si queremos interpretar estos bloqueos y extraer conclusiones de las causas concluiremos que lo que realmente quiere Evo Morales no es hacer política emancipadora, sino caer en el oportunismo puro y duro, porque la ciudadanía tiene los votos, pero Evo cree tener el poder de subvertir la soberanía popular. Es en estos términos que el Gobierno debe asumir la resolución de este conflicto político, sin olvidarse que cuando un gobierno se encuentra débil sus diferentes instituciones dejan de dar respuestas emocionales a la gente, dejan de conectar con la sociedad y entonces se pierde la confianza, lo que a su vez provoca que aparezcan otras instancias o símbolos alternativos que cumplen esa función, y esto es precisamente a lo que aspira Evo.
Una lucha corporativa por el poder: el Estado Plurinacional es inviable
La crisis política que atraviesa el país sigue demostrando una incapacidad para realizarse como un Estado moderno, porque, por un lado, de las propias filas del Proceso de Cambio ha emergido el evismo, una corriente que invalida la viabilidad del Estado Plurinacional, porque lo acusa de que el narcotráfico y la corrupción han penetrado en altas esferas del Estado y además de que el Gobierno está destruyendo la democracia. Esa voluntad efectiva de conspirar contra el orden constituido, que es una constante en la historia del país, ahora la enarbola el evismo, y es una demostración de que la situación de disponibilidad de una nueva ideología que produzca un nuevo sujeto estatal ha fracasado, y con este fracaso también corren la misma suerte sus conductores o gobernantes. Las respuestas que siguen dando autoridades del Gobierno a la guerra política planteada por el evismo no le hacen mella ni influyen en su conducta.
Lo que se evidencia es una disputa corporativa del poder por dos corrientes políticas: el arcismo y el evismo, carentes de horizontes estratégicos, una disputa sobre la institucionalidad, llámese Poder Legislativo o Poder Judicial o Poder Ejecutivo, poderes que ha creado el propio MAS; o sea que lo paradójico es que ambas corrientes están matando a su propia creación. Y si se están matando en una pelea de poder donde nada tiene que ver con contenidos ideológicos o diferencias programáticas, es que en esta pelea la organización, el MAS, ya no es funcional. Así, el Gobierno en tanto no demuestre lo contrario, será siempre culpable de no haber sabido vencer, porque tiene la obligación de luchar, de resistir y vencer, no tanto por lo que es o puede llegar a ser, sino por lo que tiene enfrente, la nueva derecha (evismo-camachismo-mesismo), y por lo que se nos vendrá encima, un proceso reaccionario.
El MAS, al día de hoy, es una carcasa a la espera de su destino, ambas corrientes no cuentan con liderazgos plurales, programa claro y compartido, objetivos emocionantes, línea y estrategia políticas, ni militancia politizada. Y si ambas corrientes quieren que el pueblo les preste atención, que les hagan caso y se ilusionen con lo que plantean, no lo lograrán si entre compañeros se quitan el prestigio y la legitimidad, pero lo están haciendo. Ahora la lucha política no es de confrontación, sino de ruptura y destrucción del otro, en particular el evismo hacia el Presidente.
En este período complejo y crítico que se abre, en el cual problemas como la crisis judicial o la crisis económica o la crisis social pueden ser canalizados por la nueva derecha, no se trata simplemente de encontrar otro acuerdo o negociación, o quizás una política comunicativa, que no tuvo ningún efecto. El evismo se alimenta no porque tengan una política comunicativa mejor, sino porque es capaz de producir un tipo de subjetividad en función de la escalada de violencia. El Gobierno debe comprender que la lucha por la hegemonía política se disputa en los territorios, en todos los entornos laborales y locales en los que hacemos experiencia, en los lugares cotidianos donde se configura nuestra manera de ver y sentir el mundo. La lucha política no es una “cosa”, la resistencia de los movimientos sociales no se deja “deducir” de una hipótesis teórica, hay que escucharla. Su forma, su intensidad, su impacto, sus sujetos, no se pueden presuponer. Por esto, cuando la organización piensa y decide desde criterios exteriores a las luchas concretas, cuando se eleva por encima de las situaciones efectivas y calcula desde hipótesis abstractas, se vuelve contra lo organizado.
El Gobierno en el dilema de elegir la politización para derrotar la guerra política evista
El evismo, absoluta y totalmente minoritario, solo puede ser derrotado con la confrontación política directa, porque ha constituido desde hace tiempo un grupo compacto para que nada se filtre de sus planes, ha renunciado a establecer cualquier forma de complicidad con quien no pertenece a ese núcleo duro, y esta es su debilidad. En otras palabras, el evismo hace política sin raíces, solo exterioriza un deseo de pureza ideológica y defensa de un territorio propio, y el Gobierno debe develarlo como lo que es: un grupo en plena sedición, conspiración y desestabilización, donde cualquier gobierno que defienda su legalidad democrática, el orden constitucional, está en la responsabilidad de perseguirlo y enjuiciarlo. El Presidente en el congreso de Cofecay sigue planteando la batalla de las ideas como medio para arribar a la unidad, que es la hora de formar cuadros jóvenes y construir poder popular, pero para lograr estos objetivos debe hacerlo ahora y en esta guerra política, y el único camino es la politización, o sea que el Pacto de Unidad, la juventud y la militancia se planteen preguntas radicales y responderse de forma colectiva qué país queremos construir, qué instrumento político apoyar, qué Proceso de Cambio por el que luchar y qué clase de poder popular levantar.
Al Gobierno solo le cabe apoyar las potencias de transformación que anidan en los movimientos sociales, en la juventud y en la militancia, y será de esa confrontación o resolución de la guerra política que salga el candidato del Proceso de Cambio. Porque ahora es la hora de la derrota de la nueva derecha, en las calles y en las urnas, y por un buen tiempo. Lo contrario sería seguir asistiendo a una disputa de la política entre élites, y lo más preocupante es que sería una disputa sin horizontes ni contenidos; cuando el mandamiento supremo de la política es actuar con acciones política que no sirvan solo a los militantes y analistas, sino a los movimientos sociales, que son, como dice el Presidente, “la esencia del proceso”.
Por esta coyuntura que atravesamos es suficiente y necesario que el Gobierno tenga una dirección política, la misma que debe definir una estrategia de unidad indígena-popular y que predisponga a la guerra política. Una de las primeras tareas es construir la convergencia de las fuerzas sociales y políticas que se diferencian y se distancian de las posiciones políticas de la nueva derecha; segundo, tener una actitud de apronte y no la lógica de repliegue, donde la centralidad sea la política como arma de solución del conflicto. Y, por último, tener a un hombre de Estado, y para esto hacen falta dos cosas: un Estado y ser un líder. Después de años se reconoce que el Estado Plurinacional posee más debilidades que fortalezas, y lo sabe todo el mundo. En cuanto a ser un líder, es decir, tener toda esa voluntad de actuar, esa fe en la acción y la capacidad para dirigir a los que te rodean en torno a esa acción, implica en todo momento una disciplina que tarde o temprano se refleja en la acumulación de fuerza política, de fuerza cultural, de fuerza organizativa para definir una nueva fase que pone al frente al enemigo político en un momento disruptivo que defina el horizonte político. Y aquí será el Presidente el que tome su decisión de liderizar o no esta confrontación contra la nueva derecha, que implica comprender que esta coyuntura debe ser dirigida directamente por la política, caso contrario significará que está clausurando su etapa política y quizás también la del Proceso de Cambio.
- Exmilitante Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka
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