
Por Luis Oporto Ordóñez *-.
La historia de las bibliotecas en Bolivia, pese a su incuestionable importancia, no ha sido objeto de estudio hasta el presente, generando un vacío notable que impide comprender la esencia misma de las luchas ideológicas por el control del poder que impulsaron las pequeñas oligarquías nacionales basándose en el monopolio del conocimiento científico hasta que las fuerzas sociales contestatarias, en su afán de alcanzar la independencia política de las antiguas colonias de España en América, protagonizaron una segunda batalla, menos conocida pero igualmente dramática, para liberar el conocimiento de sus cadenas ancestrales y alcanzarlo a las masas populares mediante la creación de las bibliotecas públicas.
Históricamente se ha establecido la importancia de las ideas en el desarrollo de las sociedades, sobre todo en momentos estelares de su proceso como son los cambios estructurales generalmente por la vía de las revoluciones sociales tanto en la vieja Europa (Vg. la Revolución francesa) como en el Nuevo Mundo (Vg. las rebeliones indígenas y criollas independentistas en América Latina). En ambos casos se observa con claridad la importancia crucial de las ideas de los enciclopedistas y la Ilustración, que rompen los viejos paradigmas. Curiosamente, en ese fenómeno, la apropiación y posterior uso y difusión de las ideas renovadoras vinieron desde las élites hacia su forzada democratización. En otras palabras, las revoluciones sociales fueron insufladas desde el seno mismo de las clases dominantes, es decir, desde sectores avanzados, contestatarios y rebeldes prohijados por las mismas clases detentoras del poder político y económico, y esta vez también del poder de la información y la cultura, llámense estos “juventud noble, gentes de letras, clase literaria, jóvenes físicos, sabios del Reino”. Este selecto grupo, que se volcó a los afanes conspirativos, fue el que proyectó las ideas libertarias atesoradas en sus bibliotecas particulares.
Paul Grossac, el gran bibliotecario argentino, caracteriza la importancia de los libros para templar el carácter y formar las visiones del mundo: “acaso no exista documento tan significativo de nuestro carácter y de los hábitos mentales ambientes, como la averiguación de los libros que hemos preferido y admirado”.
Las élites cultivaron el arte de coleccionar libros formando impresionantes bibliotecas particulares de las que se han servido para documentar y fundamentar los objetivos históricos de las clases dominantes: generar y perpetuar una ideología igualmente dominante que explique el proceso histórico desde la visión de los vencedores, de los detentadores de los medios de producción. La palabra impresa tiene la magia de convertirse en la verdad irrebatible, por esa razón el libro, transmisor de conocimientos, fue expropiado por las élites y con ese instrumento se ha logrado plasmar el control ideológico de las clases subalternas y desposeídas.
Ese hecho ha generado una respuesta desde las grandes mayorías para apropiarse de ese bagaje científico cultural por medio de las bibliotecas públicas como correlato de las luchas ideológicas por el poder. Son numerosos los esfuerzos realizados desde la institucionalidad del Estado para el establecimiento de bibliotecas públicas puestas al servicio irrestricto y políticas de fomento a la lectura; pero también los actores sociales afiliados a las masas obreras, artesanales y los pueblos indígenas aportaron a ese mismo fin.
En efecto, existe la excepción a la regla y viene dada por la politización temprana de los mineros que, al margen del esfuerzo aislado de las élites ilustradas, al interior de esta clase social proletaria, típicamente rebelde y contestataria, se genera un proceso interno de acumulación y/o apropiación de las ideas para ponerlas al servicio de la revolución social. Los mineros de 1952 no necesitaron un farol ilustrado, lo que Silva denomina un “ilustrado cultural”, para ejercer su fuerza social contra el Estado feudal.
Fueron los mineros los que motu proprio adoptaron el ideal socialista en su praxis, generando sus propios mecanismos de doctrina y debate a través de las escuelas de cuadros. Sin embargo, en la clase minera existió una vanguardia ilustrada que introdujo el ideal socialista en las minas con los ejemplos sublimes de César Lora e Isaac Camacho, antecedidos por Guillermo Lora, en la etapa preinsurreccional de 1952.
En el trasfondo sublime de esa lucha por el control de la información, caracterizada por las iniciativas privadas y las acciones estatales para la apropiación del conocimiento en favor de las masas populares, subyace un elemento que podemos calificar como estratégico: la construcción de una bibliografía nacional, que viene a ser el sumun de ese esfuerzo colectivo de apropiación del conocimiento.
El estudio del fenómeno de la apropiación del conocimiento se desliza indiscutiblemente a indagar en la historia del libro. La razón es muy simple: el libro es la célula de la biblioteca, es su objeto y a la vez sujeto, pues todo lo que se haga gira en torno a ese producto curioso, rebelde y contestatario, que ha producido la Humanidad, desde el libro de las rocas hasta el libro digital. El libro es el medio que concentra el conocimiento intelectual en cualquier parte del mundo, quien lo controle y posea tendrá un infinito poder sobre el resto. Quizá eso explique el interés de la pequeña oligarquía del siglo XIX para evitar que el indio se instruya, domine la letra y consecuentemente la palabra.
Esos objetivos históricos, sublimes para la sociedad, han coronado sus esfuerzos al concretarse la creación de las bibliotecas públicas, las que han derivado luego de un largo proceso en constituirse en instituciones sociales, verdaderos instrumentos para construir sociedades democráticas, incluyentes, participativas y bien informadas, como se expresa en el manifiesto de IFLA sobre el Servicio de las Bibliotecas Públicas (2001), que no hace sino exponer en niveles modernos el alcance del Manifiesto de la Unesco sobre las Bibliotecas Públicas, a las que considera “fuerza vital para la comunidad, universidad del pueblo y fuerza viva de la sociedad”.
- Magister Scientiarum en Historias Andinas y Amazónicas y docente titular de la carrera de Historia de la UMSA.
Deja un comentario