Por Diego Portal (Cientista político)-.
¿Existe un verdadero proyecto unitario en la derecha? ¿Son más importantes los intereses de ciertos grupos de poder y los intereses personales de quienes dicen representarlos? Si en general sus intereses son similares, ¿qué motivos los divide? ¿Existe la posibilidad real de que puedan lograr una candidatura única para disputar las próximas elecciones presidenciales? ¿Existen otro tipo de componentes, fuera de los económicos y políticos, que forman parte de los impedimentos de tal unidad?
Así como estas preguntas, con seguridad los lectores se han planteado varias otras relacionadas con este tema, las cuales, dependiendo del contexto y la coyuntura, tendrán múltiples respuestas y no todas coincidentes.
Tras la reunión de mayo en los Estados Unidos, convocados por los agentes imperiales bajo la mascarada de la Fundación Jucumari, el panorama se tornó más claro sobre el horizonte que vislumbra no precisamente la derecha, sino quienes desde el Norte guían el accionar de sus operadores criollos.
Es cardinal revisar algo de la historia política de la última mitad de siglo en el país en cuanto al comportamiento electoral y alianzas de los partidos de derecha para poder establecer que la posibilidad de la candidatura única siempre ha sido solo parte del discurso, pero jamás ha podido concretarse. Se han unido en reiteradas ocasiones, pero habitualmente en torno a intereses concretos, sin renunciar a sus beneficios particulares y menos subordinarse unos a otros.
Luego del derrumbe de la Unidad Democrática y Popular (UDP) en 1985, la derecha a la cabeza del Movimiento Nacionalista Revolucionaria (MNR) tomó el poder con el acompañamiento de las agrupaciones dirigidas por el exdictador Hugo Banzer (ADN) y Jaime Paz Zamora (MIR) –otrora considerado de centro izquierda–. ¿Qué fue lo que los unió? Los intereses de los grupos de poder, principalmente económicos, a los que representaban las tres agrupaciones. ¿Cuáles eran estos intereses? En pocas palabras: asaltar el patrimonio nacional, la venta o remate de la patria, de sus empresas públicas, de sus recursos naturales, todo lo que venía bajo el rótulo de DS 21.060. Las consecuencias han sido desastrosas para bolivianos y bolivianas después de 20 años de neoliberalismo.
Durante esas dos décadas, para garantizar la gobernabilidad se parceló el Estado para su administración, se distribuyeron el poder y establecieron un pasanaku en la Presidencia, entre esos tres iniciales actores y otros que se fueron sumando en el camino, como la Unidad Cívica Solidaridad (UCS), del empresario cervecero Max Fernández (cuyo hijo hoy es el alcalde Santa Cruz de la Sierra), y la Nueva Fuerza Republicana (NFR), del excapitán de Ejército y actual alcalde de la ciudad de Cochabamba, Manfred Reyes Villa. No todos lo lograron, el tiempo no alcanzó.
Con el ascenso del Movimiento Al Socialismo (MAS) en enero de 2006, luego de haber obtenido un triunfo irrefutable en las elecciones de diciembre de 2005, el tablero político sufrió un cambio que afectó severamente la estructura de los partidos de la derecha. Algunos de ellos, como el MNR, el MIR y la ADN, fueron marcando el final de su vida pública, pese a que intentaron sobrevivir. Otros actores pretendieron tomar la posta dejada por esa derecha neoliberal; algunos aún intentan mantenerse vigentes: Carlos Mesa, Samuel Doria Medina y Tuto Quiroga son los más visibles entre los que se reclaman herederos del neoliberalismo.
Ninguno de ellos pudo constituirse en un referente valioso para la derecha ni menos para la oposición, tampoco tuvieron la capacidad, en los últimos lustros, de demostrar una real voluntad de unión, es decir, de llevar entre todos un solo candidato para poder disputarle al MAS la primera magistratura en elecciones generales. Siempre fueron a los comicios por separado, con sus propias nuevas siglas u otras prestadas, pero precautelando o buscando cuidar sus pequeños espacios regionales ya consolidados, lo que les permitía contar con una ínfima representación parlamentaria que les servía para sostener sus negocios particulares, por una parte, pero, además, seguir “vigentes” políticamente, aunque su incidencia fuera irrelevante.
Si bien en el terreno democrático no alcanzaron acuerdos o pactos que revelen una voluntad de unidad política por encima de sus intereses personales, lo hicieron eficientemente en la vía no electoral, bajo una estrategia y una táctica dictada desde los manuales elaborados por las agencias políticas imperiales cuando en 2019 fueron los actores principales en el golpe de Estado en contra de Evo Morales. Allí operaron unidos todos quienes se consideraban opositores, con papeles precisos ya en el operativo golpista.
Volviendo a la actual coyuntura, la oposición tropieza con los mismos problemas que fueron su constante en lo que va del presente siglo. Un elemento que al parecer les daría mayores posibilidades de atinar el camino de la unidad, de poder competir en las próximas elecciones con un candidato único, es la supuesta división del partido de gobierno que les facilitaría captar eventualmente los votos de los sectores indecisos, así como de otros que estarían quedando descontentos con la situación del MAS y que en lugar de votar nulo o en blanco podrían apoyar a un candidato opositor si realmente muestra tener posibilidades de pelear la elección.
En los Estados Unidos la consigna fue clara: deben buscar la unidad, consensuar un candidato único. Es que lo tienen totalmente claro allá en el Norte: ningún candidato de la derecha por sí solo, con su partido o agrupación, podría ganarle a cualquier candidato del MAS, sin importar quien fuese este. Y también queda claro que ni Mesa, ni Tuto, ni Camacho, mucho menos Doria Medina, estarían entre los posibles candidatos de ese proyecto de unidad, por razones por demás obvias relacionadas con sus resultados electorales y por su rol de presumidos líderes opositores en el que fracasaron rotundamente frente al masismo.
Es ahí donde se explica la airada reacción y los ataques de Doria Medina a Manfred Reyes Villa por su negativa a aceptar un acuerdo para trabajar con el grupo Jucumari. El edil fue contundente en su respuesta: está ejerciendo la alcaldía cochabambina, laborando para su ciudad y mientras no haya una convocatoria a elecciones no va a hablar del tema. Pero fue más allá al referirse a todos y cada uno de quienes pregonan la unidad, descalificándolos. En el fondo, la unidad por ese lado no va.
Es muy probable que sea precisamente Reyes Villa una de las cartas más significativas de las agencias imperiales, por distintos motivos, entre estos el haber conquistado un perfil muy interesante de administrador público a la cabeza del municipio valluno, pudiendo pensarse en un frente único liderado por él. Sin embargo, hay otros tantos factores que quedan en medio del camino hacia una candidatura de unidad con el excapitán a la cabeza.
Hay ya lanzamientos anticipados y apresurados de Amparo Ballivián, Vicente Cuéllar, Carlos Borth o Agustín Zambrana, se mencionan los nombres de Rodrigo Paz, Zbonko Matkovic, John Arandia o el propio Luis Fernando Camacho, sin descartar otros como Juan del Granado e incluso Eduardo Rodríguez. En efecto, es muy amplio el abanico que la derecha maneja, en alguna medida haciendo un tanteo de las posibilidades que cada uno pudiera tener antes de lanzarlos a la arena y seguramente varios de ellos pretendiendo hacer los méritos necesarios para congraciarse con los señores del Imperio, quienes, al final de cuentas, son y serán los que definan quién y cómo se encararán las elecciones de 2025, pretendiendo frenar y poner fin a la racha de aplastantes triunfos electorales del oficialismo desde diciembre de 2005 hasta octubre de 2020.
Se debe tener en claro que no se trata solamente de nombres o personas con aspiraciones presidenciales personales. En algunos casos, muy pocos, podría ser así, empero la mayoría responden a intereses de grupos de poder económico, social o regional. Son precisamente esos intereses uno de los elementos que impiden que el sueño del candidato único de la derecha.
A la hora de las definiciones, incluso contra la voluntad de Washington, habrá candidatos que prefieran ir solos, sabiendo que su votación será marginal, pretendiendo mantenerse vivos en el escenario político con unos cuantos diputados que lo representen y que podrían ser claves en algún momento para cerrar ciertos acuerdos parlamentarios.
La ausencia de unidad o la permanente división es un mal del que casi siempre se ha acusado a la izquierda nacional. Sin embargo, aun cuando los medios no lo dicen de esa manera, es mucho más endémico en los sectores conservadores, liberales o de derecha, y no precisamente por razones de fondo o por cuestiones ideológicas o de principios, sino por diferencias más terrenales, por intereses más próximos a quienes se hallan detrás de esos partidos.
Tan solo en el departamento de Santa Cruz, para graficar lo mencionado, responden a la imposibilidad de unidad cuestiones como las organizaciones empresariales: la Cámara de Industria, Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz (Caubci) piensa sus intereses de manera diferente a como lo hace la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO) o la Federación de Ganaderos de Santa Cruz (Fegasacruz) o incluso las logias Toborochi o Caballeros del Oriente. Piensan y actúan de modo distinto y tienen sus propios operadores y pueden negociar hoy de una forma y mañana de otra sin sorprender a nadie, poniendo por delante sus intereses corporativos.
Salvando las distancias, este tipo de factores se van repitiendo en todos y cada uno de los departamentos y son los que marcan el comportamiento de la dirigencia política, particularmente de la que se considera de derecha democrática.
En perspectiva de lo que podría ocurrir en el camino a las elecciones de octubre del próximo año, aun cuando falta bastante tiempo para ello y mucha agua correrá bajo el puente, vamos a encontrar decenas de componentes para pensar en la imposibilidad de que la derecha reconozca un punto de unidad, en el marco de la democracia –desde luego–, que se traduzca una candidatura única.
Quizás resulte arriesgado y hasta aventurado afirmar que en la derecha nunca ha existido una real voluntad de unidad ideológica, que únicamente les mueve la preservación de sus intereses y que si la unidad fuera un camino para salvaguardarlos podrían acceder a ella, como cuando participaron del golpe de Estado de 2019, para luego, casi de inmediato, salvando sus espacios e intereses, volver a sus reductos personales y seguir actuando desde ahí, sabiendo cuál es su rol marginal en la política boliviana, pero que les garantiza la conservación de sus privilegios, entre ellos la cobertura mediática, que en ciertos casos es el insuperable escenario donde desarrollan su actividad política.
Lo que sí hará la oposición, particularmente la de derecha, en este año y algo más de gestión del presidente Luis Arce, es seguir accionando todas las posibilidades de desestabilización del Gobierno, de todas las formas que sean posibles en lo económico, en lo social y en lo político. No habría que minimizar su capacidad para cumplir su cometido, pues siempre quedan abiertas las opciones de que encuentren aliados en sectores que no son los suyos pero que pueden serles útiles (tontos útiles) para su proyecto antidemocrático.
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