noviembre 3, 2024

De Karl Marx al ecomarxismo (primera parte)

Por Michael Löwy (Filósofo)-.


La reflexión sobre la contribución de Marx a una perspectiva ecológica ha progresado mucho en las últimas décadas. La imagen un tanto caricaturesca de un Marx “prometeico”, productivista, indiferente a los retos medioambientales, transmitida por algunos ecologistas, ansiosos de “sustituir el paradigma rojo por el verde”, ha perdido mucha credibilidad.

El pionero en el redescubrimiento de la dimensión ecológica en Marx y Engels fue sin duda John Bellamy Foster, con su obra La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza (Ediciones de Intervención Cultural, 2000), que pone de manifiesto los análisis de Marx sobre la “fractura metabólica” (Riss des Stoffwechsels) entre las sociedades humanas y el medio natural, provocada por el capitalismo. Bellamy Foster transformó la Monthly Review, una de las publicaciones más importantes de la izquierda norteamericana, en una revista ecomarxista, y fomentó el avance de toda una escuela de pensamiento marxista en torno a la temática del metabolic rift, incluyendo a autores tan importantes como Brett Clark, Ian Angus, Paul Burkett, Richard York y otros. Se puede criticar a Bellamy Foster por su lectura de Marx como un ecologista comprometido desde sus escritos de juventud hasta sus últimos trabajos, sin tener en cuenta textos o pasajes que muestran una lógica productivista, pero no se puede dudar de la importancia, la novedad, la profundidad de sus escritos. En la lectura de Marx en una perspectiva ecológica hay un antes y un después de Bellamy Foster.

Próximo a esta escuela de pensamiento –su primer libro, Karl Marx’s Ecosocialism, Capital, Nature and the Unfinished Critique of Political Economy (2017) [La naturaleza contra el capital, Bellaterra, 2022] fue publicado por Monthly Review Press–, el joven investigador japonés Kohei Saito se distingue por una interpretación más matizada de los escritos de Marx. Tanto en su primer libro como en el siguiente, Marx in the Anthropocene. Towards the Idea of Degrowth Communism (2022), muestra que la reflexión de Marx sobre el medio ambiente no es un todo homogéneo. No trata los escritos de Marx como un conjunto sistemático, definido de comienzo a fin por un gran compromiso ecológico (según algunos) o una poderosa tendencia no ecológica (según otros), sino como un pensamiento en movimiento. Es cierto que se pueden descubrir elementos de continuidad en la reflexión de Marx sobre la naturaleza, pero también hay cambios y reorientaciones muy significativas. Además, como lo sugiere el subtítulo del libro de 2017 –publicado en francés como La Nature contre le Capital. L’écologie de Marx dans sa critique inachevée du capital (2021)– sus reflexiones críticas sobre la relación entre la economía política y el medio natural quedaron “inacabadas”.

Entre las continuidades, una de las más importantes es la cuestión de la “separación” capitalista de los humanos respecto de la tierra, esto es de la naturaleza. Marx pensaba que en las sociedades precapitalistas existía una forma de unidad entre los productores y la tierra, y consideraba como una de las tareas esenciales del socialismo la de restablecer la unidad original entre los humanos y la naturaleza, destruida por el capitalismo, aunque a un nivel más elevado (negación de la negación). Eso explica el interés de Marx por las comunidades precapitalistas, tanto en sus discusiones ecológicas (por ejemplo, Carl Fraas) como en sus investigaciones antropológicas (Franz Maurer): estos dos autores eran considerados “socialistas inconscientes”. Y, desde luego, en su último documento importante, la carta a Vera Zasulich (1881), Marx afirmaba que gracias a la supresión del capitalismo las sociedades modernas podrían volver a una forma superior de un tipo “arcaico” de propiedad y de producción colectivas. Se diría que esto pertenece al momento “anticapitalista romántico” de las reflexiones de Marx… Sea como sea, esta interesante visión general de Saito resulta muy pertinente hoy día, cuando las comunidades indígenas de las Américas, de Canadá a la Patagonia, están en primera línea de la resistencia a la destrucción capitalista del entorno.

No obstante, la principal contribución de Saito es mostrar el movimiento, la evolución de las reflexiones de Marx sobre la naturaleza, en un proceso de aprendizaje, reconsideración y remodelación de sus pensamientos. Antes de El Capital (1867), se puede encontrar en los escritos de Marx una evaluación bastante poco crítica del “progreso” capitalista –una actitud muchas veces descrita con el vago término mitológico de “prometeísmo”–. Esto resulta evidente en el Manifiesto Comunista, que celebraba la “sumisión de las fuerzas de la naturaleza al hombre” y la “roturación de continentes enteros para el cultivo”; pero se aplica también a los Cuadernos de Londres (1851), a los Manuscritos Económicos de 1861-63 y a otros escritos de aquellos años. Curiosamente, Saito parece excluir de su crítica a los Grundrisse (1857-58), una excepción no justificada –en mi opinión–, porque es conocido cómo admiraba Marx en este manuscrito la “gran misión civilizadora del capitalismo” respecto a la naturaleza y a las comunidades precapitalistas, prisioneras de su localismo y de su ¡“idolatría de la naturaleza”!

El cambio ocurre en 1865-66, cuando Marx descubrió, leyendo los escritos del químico agrícola Justus von Liebig, el problema del agotamiento de los suelos y la ruptura metabólica entre las sociedades humanas y el medio natural. Esto llevaría, en el volumen I del Capital –aunque también en los otros dos volúmenes inacabados– a una valoración mucho más crítica de la naturaleza destructiva del “progreso” capitalista, en particular en la agricultura. Después de 1868, leyendo a otro científico alemán, Carl Fraas, Marx descubrió también otras cuestiones ecológicas importantes, como la deforestación y el cambio climático local. Según Saito, si Marx hubiera podido terminar los volúmenes 2 y 3 del Capital, habría puesto más el acento en la crisis ecológica –lo que significa también, al menos implícitamente, que en su estado inacabado actual, el acento no estaba suficientemente puesto en esas cuestiones…–.

Esto me lleva a mi principal desacuerdo con Saito: en varios pasajes del libro afirma que para Marx “la no durabilidad medioambiental del capitalismo es la contradicción del sistema” (p. 142, subrayado por Saito); o que al final de su vida llegó a considerar la ruptura metabólica como “el problema más grave del capitalismo”; o que el conflicto con los límites naturales era para Marx “la principal contradicción del modo de producción capitalista”.

Me pregunto dónde ha encontrado Saito semejantes declaraciones en los escritos de Marx, los libros publicados, los manuscritos o los cuadernos… Son inencontrables, y por una buena razón: la insostenibilidad ecológico del sistema capitalista no era una cuestión decisiva en el siglo XIX como lo es hoy día: o mejor dicho, desde 1945, cuando el planeta ha entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno. Creo además que la ruptura metabólica, o el conflicto con los límites naturales, no es “un problema del capitalismo” o una “contradicción del sistema”, ¡es mucho más que eso! Es una contradicción entre el sistema y las “condiciones naturales eternas” (Marx), y por tanto con las condiciones naturales de la vida humana en el planeta. De hecho, como afirma Paul Burkett (citado por Saito), el capital puede continuar acumulando en cualquier condición natural, incluso degradada, mientras no haya extinción completa de la vida humana: la civilización humana puede desaparecer antes de que la acumulación del capital se vuelva imposible…

Saito concluye su libro con una valoración sobria que me parece una resumen muy pertinente de la cuestión: El Capital (el libro) fue un proyecto inacabado. Marx no respondió a todas las cuestiones ni predijo el mundo de hoy. Pero su crítica del capitalismo proporciona una base teórica extremadamente útil para la comprensión de la crisis ecológica actual. Por consiguiente, añadiría que el ecosocialismo puede apoyarse en las ideas de Marx, pero que debe desarrollar plenamente una nueva confrontación ecomarxista con los desafíos del Antropoceno en el siglo XXI.

En su último libro, Marx and the Anthropocene, Saito desarrolla y amplía su análisis de los escritos de Marx, criticando el productivismo de los Grundrisse y del famoso Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, a menudo considerado la formulación definitiva del materialismo histórico. En el Prólogo de 1859 las fuerzas productivas aparecen como la principal fuerza motriz de la Historia, que sería liberada gracias a la revolución de los “obstáculos” que constituyen las relaciones de producción capitalistas. Sitio muestra cómo a partir de 1870, en sus escritos sobre Rusia y en sus cuadernos de notas etnográficas o naturalistas, Marx se aleja de esta visión de la Historia. En este “último Marx” se esboza, según Saito, una nueva concepción del materialismo histórico –ciertamente inacabado– en donde el medio natural y las comunidades premodernas (o no europeas) juegan un papel esencial. Saito intenta mostrar también, sobre todo a partir de los Cuadernos de Notas recientemente publicados por la nueva MEGA, una adhesión de Marx a la idea de decrecimiento, pero esta hipótesis no encuentra un fundamente efectivo en estos escritos.

Marx crítico de la acumulación ilimitada

Me parece que la cuestión de la contribución de Marx al ecosocialismo, o si se prefiere al ecomarxismo, no se limita a sus textos sobre la relación con la naturaleza, que son, hay que reconocerlo, relativamente marginales en su obra: no hay un solo libro, o artículo, o capítulo de libro de Marx o de Engels dedicado a la ecología o a la crisis ecológica. Lo cual es del todo comprensible, considerando que la destrucción capitalista del entorno solo estaba en sus primeras manifestaciones y no tenía en absoluto la gravedad que hoy día tiene. Pienso que en sus escritos se encuentran argumentos que no tienen por objeto la naturaleza, pero constituyen contribuciones esenciales para una reflexión ecomarxista, a condición de ser repensadas en función de la crisis ecológica de nuestra época. Hay que considerar aquí dos elementos:

  1. La crítica de Marx a la hybris capitalista: la acumulación/expansión sin límites;
  2. El comunismo como “Reino de la Libertad”;
  3. El capitalismo es un sistema que no puede existir sin una tendencia expansiva ilimitada. En los Grundrisse, Marx observaba: “el capital, en tanto que representa la forma universal de la riqueza –el dinero– es la tendencia sin límites ni medida a superar su propio límite. Cualquier límite no puede ser superado más que por él. Si no, dejaría de ser capital: el dinero en tanto que se produce a sí mismo (…) es el movimiento perpetuo que tiende siempre a crear más” [1].

Es un análisis que se desarrollará en el primer volumen de El Capital. Según Marx, el capitalista es un individuo que no funciona más que como “capital personificado”. Como tal, es necesariamente un “agente fanático de la acumulación”, que “fuerza a los hombres, sin piedad ni tregua a producir para producir”. Este comportamiento es “el efecto de un mecanismo social del que solo es un engranaje”. ¿Cuál es ese “mecanismo social”, cuya expresión psíquica en el capitalista es “la más sórdida avaricia y el espíritu calculador más mezquino”? Esta es su dinámica, según Marx: “el desarrollo de la producción capitalista necesita una expansión continua del capital colocado en una empresa, y la concurrencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista como leyes coercitivas externas a cada capitalista individual. No le permite conservar su capital sin ampliarlo, y no puede continuar ampliándolo sin una acumulación progresiva” [2].

La acumulación ilimitada del capital es la regla inflexible del mecanismo social capitalista: “¡Acumulad, acumulad! ¡Es la ley y los profetas! (…) Acumular para acumular, producir para producir, es la consigna de la economía política que proclama la misión histórica del período burgués” [3].

Acumulación para la acumulación, producción para la producción, sin tregua ni piedad, sin límites ni medida, en un movimiento perpetuo de crecimiento, una ampliación continua: esta es, según Marx, la lógica implacable del capital, ese mecanismo social del que los capitalistas son “agentes fanáticos”. El imperativo de acumulación se convierte en una especie de religión secular, de culto “fanático” en el que la mercancía sustituye a “la ley y los profetas” del judeo-cristianismo.

El significado de este diagnóstico para el Antropoceno del siglo XXI resulta evidente: esta lógica productivista del capitalismo, esta hybris que exige la expansión permanente y que rechaza cualquier límite es la responsable de la crisis ecológica y del proceso catastrófico de cambio climático de nuestra época. El análisis de Marx permite comprender por qué el “capitalismo verde” no es más que un señuelo: el sistema no puede existir sin acumulación y crecimiento, un crecimiento “sin límite ni medida”, que depende en un 80% de las energías fósiles. Por eso, a pesar de las lenificantes declaraciones de los gobiernos y de las reuniones internacionales sobre el clima (las COPs) o sobre la “transición ecológica” las emisiones de gas de efecto invernadero no han dejado de crecer. Los científicos hacen sonar la voz de alarma y enfatizan la necesidad urgente de cesar cualquier nueva explotación de energías fósiles, esperando reducir rápidamente la utilización de los recursos existentes; pero los grandes monopolio del petróleo abren cada día nuevos pozos, y su representante, la OPEP, anuncia públicamente que harán falta explotar estos recursos durante mucho tiempo todavía, “para satisfacer la demanda creciente”. Lo mismo ocurre con las nuevas minas de carbón, que no dejan de abrirse, de la Alemania “verde” a la China “socialista”.

En efecto, la demanda de energía no deja de crecer, y con ella el consumo de energías fósiles, mientras que las renovables vienen simplemente a añadirse a aquellas, en vez de reemplazarlas. Si un capitalista “verde” quisiera realizar una práctica diferente sería echado del mercado: como recordaba Marx, “la competencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista como leyes coercitivas externas a cada capitalista individual”.


1       Karl Marx, Manuscritos de 1857-1858, llamados Grundrisse.

2       Karl Marx, El Capital, libro I

3       Ibid.

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