
Por Diego Portal -.
La decisión de las bolivianas y los bolivianos en las elecciones de agosto próximo no es nada difícil. Si revisamos las opciones y propuestas que hoy circulan en el ambiente preelectoral todo gira alrededor de dos opciones: por un lado, está la profundización del proceso popular iniciado en 2006; y por el otro, el retorno al siglo pasado. No hay dónde perderse, pero es cierto que todo puede suceder.
No se puede desconocer que existe una corriente, que va más allá de nuestras fronteras, de ascenso de ideologías de odio, de radicalización fascista, bajo un discurso de supuesta libertad populista, que sataniza los avances en igualdad y equidad alcanzados en las últimas décadas no solo en América Latina y el Caribe. Los sectores oligárquicos de distintos países han colocado su artillería contra todo lo que se les oponga tildándolos de comunistas y extremistas, antidemocráticos, enemigos de su patria, de Dios y sus familias.
En contraparte, los sectores progresistas, particularmente en nuestro continente, se han visto debilitados por un sinnúmero de razones, algunas de ellas de su propia responsabilidad, dando paso a gobernantes como Milei en Argentina o Noboa en Ecuador, para citar solamente a dos de los más fieles vasallos de esa oligarquía mundial ahora abiertamente liderada por el presidente estadounidense Donald Trump.
Los libertarios criollos
Es evidente que en Bolivia la derecha nunca logró construir una verdadera burguesía, en los términos de su definición teórica, quedándose simplemente reducida a una pobre oligarquía. Tras la guerra del Chaco, y la posterior Revolución Nacional, se pretendió construirla pero no tuvieron la capacidad de hacerlo y optaron por mantener su condición de una élite asentada en actividades extractivas tradicionales.
Sus descendientes o herederos gobernaron durante los 20 años de neoliberalismo y no hicieron otra cosa que no fuera incrementar sus arcas familiares, dejando a la gran mayoría de las familias en una situación por demás crítica, tras enajenar los recursos naturales, regalarse entre ellos las empresas públicas y adjudicarse obras y concesiones importantes en aquellos cuatro lustros de oscurantismo económico y político.
A los “muertos vivientes” de la política local, que mantienen intactas sus pretensiones de preservar sus pequeños espacios, sus parcelas, sus feudos regionales, se ha sumado un novedoso actor (operador) político. Un enviado del cielo o de la Providencia destinado a unirlos, a encaminarlos, o establecer orden entre ellos y, finalmente, definir quién los representará en las elecciones del próximo agosto, con la idea de que si llevan un candidato de “unidad” podrían acceder al gobierno y llevar a Bolivia al siglo XX, apropiándose de recursos como el litio y el oro, desmantelando la totalidad de las empresas públicas en beneficio propio.
El enviado del cielo
Tal vez señalar que ese “procede del cielo” no sea tan preciso como decir que se trata del “enviado del Norte”. De allí proviene el profeta de la unidad fascista con el encargo de tomar el gobierno, así sea al asalto, y apoderarse del litio y de todo lo que pueda interesarles del territorio nacional.
Claure fue muy enfático, esta semana, al señalar que su misión es evitar, a toda costa, que el Movimiento Al Socialismo (MAS) siga gobernando y que para ello no escatimará ningún esfuerzo. A confesión de parte, relevo de prueba.
Pero, ¿qué es lo que ha hecho o está haciendo el millonario de nacionalidad estadounidense nacido en Bolivia para lograr ese objetivo? Las cosas están por demás claras. Fue parte, aunque tras bambalinas, en el golpe de 2019 que buscó poner fin al Proceso de Cambio y sacar al MAS del Ejecutivo, pero no contó con que el pueblo no lo permitiría y que en menos de un año repondría a su gobierno en la Casa Grande del Pueblo, de manera clara y contundente y, sobre todo, consolidando el sistema democrático.
Fracasado el golpe, la derecha que es la mandante de Claure lo lleva por el camino no solo de un discurso antimasista, antinacional y antipopular, pretendiendo instalar un relato similar al de 1985 (“Bolivia se nos muere”) para justificar todo un paquete de desmantelamiento de la patria, sino también por el camino de la manipulación y la mentira. En esta línea se inscribe el gran despliegue, con el apoyo irrestricto de la corporación mediática, de la realización de encuestas y difusión de sus resultados, con las cuales pretende no solo identificar al candidato más popular de la derecha y descartar cualquier liderazgo de la izquierda.
Con seguridad se puede afirmar que este no es el único recurso que trae en su portafolio el enviado del Norte, a quien habría que recordarle que antes de 2019 se reunió con Evo Morales y habría que preguntarle cuál fue el motivo de esas reuniones y cuáles los puntos abordados. En ese entonces el magnate no se declaraba antimasista y festejaba sus coincidencias futboleras con el exmandatario. Su actual antimasismo busca dividir las opciones de electorales de la izquierda a través de la manipulación de los resultados de sus publicitadas encuestas.
En los próximos meses y en las mismas elecciones de agosto se podrá verificar si Claure cumplió o no con los encargos de sus mandantes. Sin embargo, debe quedar en claro que la definición del futuro del país será de única y exclusiva responsabilidad del electorado.
En la otra orilla
Las organizaciones sociales han sido muy claras al señalar que la unidad es el único camino para profundizar el proceso de transformación histórica que transita y construye desde 2006 y que ha dado paso a la constitución del Estado Plurinacional como la máxima expresión del avance de los sectores populares, indígenas, campesinos originarios y de clases medias.
Sin embargo, los obstáculos para cumplir este objetivo parecen ser muchos y otros van apareciendo conforme pasa el tiempo. Los enemigos de la unidad ya no solo están al otro lado del río, ahora se los puede identificar en nuestra propia orilla: algunos buscando cruzar el río y otros proponiendo tender puentes entre ambas orillas.
El prebendalismo, profundamente incrustado de algunos dirigentes, el mesianismo manifiesto de algunos de ellos, acompañado de una egolatría incontrolable alimentada hasta por la misma corporación mediática que hasta hace poco se constituían en sus principales detractores, son algunos de los elementos que ponen en riesgo la unidad del movimiento popular.
Desde la extrema derecha, a la cabeza de la oligarquía atrincherada en el Oriente, se ha iniciado, ya desde cuando menos dos años atrás, un abierto sabotaje a la economía, empleando todos los mecanismo y recursos a su alcance desde la banca privada y el sesgado manejo de los dólares, los agroindustriales exportadores que prefieren dejar fuera del país las divisas que obtienen con sus ventas, etcétera. Pero el sabotaje vas más allá y se centra en interrumpir la provisión de alimentos, especialmente los de primera necesidad, a lo que se suma una serie de bloqueos, paros y otras actividades desestabilizadoras que constituyen atentados en contra de la economía del país.
Cuál es el menú en la mesa
El Proceso de Cambio ha avanzado en múltiples aspectos, al tiempo que ha tenido limitaciones producto de un andar que se ha desarrollado en el marco de una democracia formal, porque aun cuando se haya conseguido redactar una nueva carta constitucional hay varias tareas pendientes.
La industrialización y la garantía de la autosuficiencia alimentaria son algunas de las demandas ciudadanas que están en la mesa del debate nacional y que el gobierno del presidente Luis Arce ha tomado en cuenta en su gestión, aunque, obviamente, una sola gestión de gobierno no es suficiente para consolidar estas líneas de acción estratégica.
Igualmente se deben profundizar los avances sociales, el apoyo económico a los sectores más vulnerables para acortar cada vez más la brecha económica entre los distintos sectores sociales, de tal manera de seguir construyendo un país más justo, más equitativo, con igualdad de oportunidades.
De manera especial se debe tomar en cuenta el desarrollo de la industria del litio, del hierro y de otros recursos naturales en los cuales hay un gran potencial, pero que lamentablemente debido a la mezquindad política de la oposición de derecha y de la nueva derecha, en la actual coyuntura, han impedido consolidar estos desarrollos.
Por el otro lado, se presenta un menú trasnochado, recalentado. El pueblo, especialmente quienes ya tienen más de 40 años, probaron el sabor amargo de este menú y si la memoria no les falla debiera ser muy difícil, cuando no imposible, que vayan a pedir que este vuelva a la mesa de los bolivianos.
Este menú ofrece lo ya conocido: una drástica devaluación de la moneda, préstamos sin límites y sin destino, principalmente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de otros financiadores, que luego tendremos que pagar todos. Despido de cientos de funcionarios del Estado, congelamiento o rebaja de sueldos y salarios, retiro de los subsidios a todos los servicios básicos y a los carburantes. Entrega de las empresas públicas, sin excepción, teleféricos, minería, alimentos, telecomunicaciones, servicios aviación, hidrocarburos, a la voracidad transnacional y a los propios dirigentes de la oligarquía local.
Esta es una película que ya vimos en el pasado y sabemos cuál es el final. Es la misma que se vio en casi la totalidad de los países de nuestro continente y los dejó empobrecidos y desinstitucionalizados.
Está claro el panorama que se va pintando hacia las elecciones de este año. No es de esperar ninguna sorpresa que pueda cambiar tal escenario de manera radical. Más allá de los nombres de las personas o candidatos, se trata de elegir entre dos propuestas de país. Las dos ya la gente las conoce y no hay dónde perderse. Obviamente, conspira a la continuidad del Proceso de Cambio el actuar irresponsable de algunos de sus líderes, particularmente de quienes se reclaman provenir y representar al campo popular.
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