mayo 19, 2025

¿Qué pasó realmente el 26 de junio de 2024?

Desde aquel ya lejano 10 de octubre de 1982, cuando Hernán Siles Zuazo recibió el mando presidencial de manos de Guido Vildoso, el último de la extensa saga de presidentes dictadores de la noche negra fascista que vivió Bolivia a partir de agosto de 1971, transitamos una democracia –cuando menos formal– que, sin embargo, ha tenido que enfrentar una serie de obstáculos para llegar hasta donde nos encontramos hoy.

Básicamente, habíamos imaginado una democracia basada en que los bolivianos y las bolivianas debíamos acudir cada cuatro años, primero, y cinco años después, a depositar nuestro voto para elegir a los mandatarios, a nuestros gobernantes, incluyendo a presidente y vicepresidente, a senadores y diputados, quienes, a nombre nuestro, podían hacer y deshacer lo que se les ocurriese, protegidos bajo el digno paraguas de la “democracia”.

También habíamos incorporado en nuestro imaginario democrático el retorno de los uniformados a sus cuarteles, suponiendo que estos se dedicarían a cuidar las fronteras, a generar polos de desarrollo en las regiones más alejadas del territorio nacional y que ya no volveríamos a verlos de ministros de Estado, presidentes de empresas públicas o como rectores de las universidades públicas autónomas, menos de presidentes de nuestra patria.

Esos casi 43 años fueron poco a poco cambiando el rostro y la formalidad de esa democracia liberal que había costado dolor y sangre recuperarla. Con la llegada del nuevo siglo el horizonte democrático fue tomado casi al asalto –pero guardando las reglas de juego de esa democracia impuesta– por los sectores populares, por la gente del campo y de las ciudades, para pasar de una democracia representativa a otra algo más participativa, donde el pueblo fuese tomando la voz y la titularidad de un proceso de transformación que dejando atrás las formas republicanas coloniales recuperase la patria para todas y todos.

En ese contexto se inscribe la Asamblea Constituyente de 2006, la nueva Constitución Política del Estado (CPE) de 2009 y la creación del Estado Plurinacional.

Creímos que habíamos superado los traumas y las taras de 180 años de república atrasada, pobre y dependiente, presa de caudillos bárbaros, secuestrada por intereses transnacionales e imperiales resguardados por los lacayos criollo, muchos de ellos atrincherados dentro de las Fuerzas Armadas o de la Policía. Lamentablemente, parece que no fue así.

El golpe de 2019

Partiendo del reconocimiento de que el movimiento popular, particularmente los conductores del proceso, habían incurrido en varios desaciertos tácticos e incluso estratégicos, como el referéndum del 21F, junto a otras acciones de acercamiento a sectores oligárquicos, principalmente cruceños, que solo sirvieron para potenciar a una derecha 10 años antes derrotada electoral y políticamente por el movimiento popular, a la que sin embargo se le permitió sobrevivir en algunos de sus espacios claves, como la milicia.

La supuesta insurgencia ciudadana (“revolución pitita”) planificada desde la Embajada yanqui en La Paz, como plan “B” ante la imposibilidad de vencer electoralmente al Movimiento Al Socialismo (MAS) en las elecciones de ese año, nunca habría logrado el objetivo de sacar del gobierno a Morales y compañía si no hubiese contado con el apoyo de la Policía y las Fuerzas Armadas. El pedido de renuncia formulado por el comandante en jefe, Willams Kaliman (quien curiosamente poco tiempo atrás se había desempeñado como agregado militar en la representación diplomática boliviana en los Estados Unidos), fue el factor determinante para lograr la “renuncia”, en cadena, de las autoridades del Ejecutivo y el Legislativo, dando soporte a un imaginativo “vacío de poder” que dio sustento a la inconstitucional sucesión presidencial que llevó a palacio a la segunda vicepresidenta de la cámara de senadores.

Un movimiento popular agotado con la campaña electoral previa y desorientado por la poca capacidad de sus dirigentes, no pudo reaccionar de inmediato ante la situación, a lo que se sumó la salida al exilio del Presidente y Vicepresidente depuestos, estableció el mejor escenario para los golpistas. La reacción popular llegaría poco después, pero ya era tarde para reparar lo sucedido.

Había que volver a la resistencia, a las calles. Y ahí estuvo el pueblo, sus organizaciones sociales, arrinconando a los golpistas, derrotándolos primero en las calles y luego en las urnas, con un contundente 55% de la votación. Se había recuperado la democracia, la formal, había que seguir construyendo la verdadera, la popular. Quedaba aún mucho por andar.

Cuatro años de desestabilización

Desde el mismo 8 de noviembre de 2020, incluso algunos días antes según se conoció posteriormente, la derecha se había dado a la tarea de desestabilizar el gobierno democrático y constitucional encabezado por Luis Arce y David Choquehuanca.

Consideraban que habían perdido una batalla, pero que aún tenían como objetivo estratégico una larga lucha restauradora.

Paros cívicos, prolongados bloqueos de caminos, huelgas sectoriales, agio, especulación, bloqueo parlamentario, fueron algunas de las armas usadas en este período con la única finalidad de impedir la gobernabilidad, debilitar la gestión de gobierno, buscando generar el descontento de la ciudadanía, destruir la estabilidad económica y, por tanto, la paz y la convivencia democrática entre bolivianas y bolivianos.

La suposición generalizada era que el golpe era el último de los recursos de la derecha, cuyo discurso trataba de sostenerse en los marcos de la democracia formal, acusando a todo el que no piense como ellos de ser autoritario, dictatorial y comunista, pretendiendo revivir en ciertos sectores de la clase media, principalmente, aquel fantasma que dio sustento al Plan Cóndor y a todos los golpes militares en la Región.

¿Qué paso el 26 J?

Aún queda mucho por conocerse sobre cuáles fueron las razones que impulsaron a Juan José Zúñiga Macias y a un grupo de militares activos, otros tantos en retiro y algunos civiles, a llevar adelante la intentona golpista del 26 de junio de 2024.

Sin embargo, lo que hasta la fecha se ha hecho público a través de las investigaciones que lleva adelante la Fiscalía y la justicia nacional sobre estos acontecimientos ya es bastante esclarecedor y debe servir como reflexión sobre varios aspectos que a veces pasan desapercibidos pero que pueden ser determinantes en momentos cruciales de la vida de la patria.

Junto a toda la información que ha circulado en los distintos medios de comunicación sobre las declaraciones de quienes, de una u otra manera, participaron del frustrado o abortado golpe de Estado, se ha sumado en los últimos días un trabajo audiovisual de documentación de aquellos sucesos, elaborado por la Unidad de Comunicación del Ministerio de Gobierno, que sistematiza la información existente sobre este particular tema y nos permite identificar alguna líneas de análisis que pueden resultar interesantes.

Desde un inicio queda claramente establecido que no se trató de un arranque hormonal ni hepático de un comandante con aires de caudillo. Si bien muchas de las actitudes de Zúñiga parecían emular a personajes como Barrientos o Banzer, en aquellos años dorados del fascismo, como la de organizar mítines extramilitares o hacerse llamar el “general del pueblo”, solo fue la cabeza visible de una conspiración que repite muchos patrones de comportamiento militar ya conocidos en el país.

No vale generalizar, no se trata de las Fuerzas Armadas en su conjunto, pero evidentemente fue dentro de ella, en distintos niveles de jerarquía, donde se fue tejiendo esta trama golpista. Esto muestra a su vez que el Proceso de Cambio, la revolución popular boliviana, dejó pendiente la asignatura de convertir la doctrina militar proimperial y republicana en una popular y plurinacional. No se logró integrar verdaderamente a la institución al proceso histórico de transformación de la patria y se dejó latentes y activos a sectores conservadores y hasta fascistas dentro de una institución cuyos miembros continúan gozando de una serie de privilegios y que su ideario de casta militar y su mentalidad colonial se mantienen vigentes.

Mientras esta situación no se revierta de manera definitiva y contundente, el riesgo de este tipo de asonadas golpistas permanecerá latente dentro de la institución, dejando en vilo la estabilidad democrática del país.

No es de extrañar que los militares jubilados o en reserva –como se denominan– mantengan una mentalidad y una fuerte identificación con quienes los formaron, pues no hay que olvidar que gran parte de ellos, sino todos, fueron instruidos en la Escuela de las Américas, centro de formación de dictadores y represores de la milicia de todo el continente. Entonces su nostalgia de tiempos liberales o dictatoriales, junto a una renta de privilegio que aún les paga el Estado, hace que se dediquen a conspirar y a alentar a sus camaradas activos a seguir sus pasos.

Otro elemento identificado por el documento audiovisual y que no podemos dejar de mencionar es el del accionar de la Embajada estadounidense en Bolivia que, a través de distintos funcionarios, mantiene contacto no solo con políticos bolivianos de derecha, sino que continúa con su labor de cooptación de cuadros militares que no solo proveen importante información de inteligencia, sino que pueden convertirse en operadores de sus planes de desestabilización dentro del país.

Los mismos operadores de 2019, incluyendo a quien se constituyó en la cabeza del gobierno golpista de Áñez, el agente Erick Foronda, son los que aparecen mencionados en el video por los propios protagonistas del fracasado golpe. Es decir, esto vuelve a mostrar que el accionar desestabilizador de la Embajada de la Avenida Arce no ha cesado en ningún momento y que su relación con algunos miembros de la institución castrense constituye una seria amenaza para nuestra democracia y soberanía.

El entorno civil es débil y en cierta manera desconocido dentro del escenario político, lo cual muestra la desconfianza de los agentes imperiales en los operadores políticos tradicionales de la derecha criolla. El haber logrado sumar a sus planes, como parte de su futuro gabinete, a personajes muy relacionados con los medios, algunos de ellos casi sin antecedentes políticos, parece una señal de que apuestan a una renovación paulatina de sus viejos operadores fracasados, derrotados por el pueblo desde hace más de dos décadas.

Era lógico esperar que ante la frustración de la intentona golpista se busque atribuir el origen de esta al propio Gobierno o algunos de sus integrantes. La hipótesis del autogolpe cae por su propio peso ante la evidencia de toda la planificación y la ejecución del fallido golpe de Estado.

Enfrentar dando la cara

Existen varias razones por las cuales no pudo materializarse el golpe del 26 de junio. Sin embargo, hay una que se debe destacar porque no ha sido habitual en nuestra historia plagada de golpes y cuartelazos militares: resistir y dar la cara.

Tradicionalmente, ante los ruidos de sables y la presencia militar en las inmediaciones de Plaza Murillo, quienes se encontraban dentro del viejo Palacio Quemado preferían tomar la seguridad del asilo diplomático, poniéndose a buen recaudo, cargando con ello cuanto podían para asegurar una vida tranquila lejos del país.

Incluso quienes habían asegurado defender la Revolución hasta las últimas consecuencias. “¡Patria o muerte!”, gritaban de manera constante quienes finalmente, al sentirse abandonados por sus propios militares, prefirieron dejar el país y dejaron sin conducción ni liderazgo al movimiento popular.

Luis Arce y David Choquehuanca lo hicieron distinto. No solo no abandonaron el Palacio y no mandaron a otros a enfrentar a los golpistas, sino que personalmente encararon a Zúñiga y a sus cómplices, les recordaron quién mandaba a quién, los relevaron de sus cargos y obligaron a todos los movilizados a replegarse a sus cuarteles. Este solo hecho ya marca un hito en la historia de la defensa de la democracia, sumado a que apenas conocida la noticia del alzamiento militar la población se fue dando cita alrededor de la Plaza Murillo para enfrentar a las tropas allá concentradas en defensa de esta democracia que tanto ha costado a ese mismo pueblo y que pese a todas sus deficiencias y limitaciones siempre será mejor que cualquier dictadura, venga de donde venga.

Queda claro que no hay que perder de vista que las amenazas en contra de la democracia y de los avances y logros de la revolución popular boliviana siguen latentes y que solo un pueblo movilizado, con liderazgos claros y consecuentes, sabrán defenderla. (por Diego Portal).

 

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