
“La unidad no puede construirse con el solo propósito de participar en las elecciones. La unidad debe tener como fundamento una coincidencia en la interpretación de la realidad boliviana y un compromiso real con la transformación revolucionaria del país”, así se expresaba el líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz en un discurso de campaña, en la ciudad de Cochabamba, en 1979.
Quiroga Santa Cruz, una de las figuras más emblemáticas de la izquierda criolla del siglo XX, planteaba la unidad superior de la izquierda como una necesidad histórica, ética y estratégica frente a la crisis del sistema oligárquico-militar y ante la ofensiva de los sectores conservadores en Bolivia a fines de los años 70.
En aquella época se vivía una etapa de transición convulsa entre dictaduras militares (Banzer, Pereda, Natusch) y una incipiente apertura democrática. Las elecciones de 1978, 1979 y 1980 fueron intentos frustrados de retorno a la democracia. En ese escenario la izquierda se encontraba dividida entre múltiples siglas, muchas con visiones dogmáticas y poca capacidad de articulación.
Marcelo Quiroga Santa Cruz, desde el Partido Socialista-1 (PS-1), sostenía que la unidad de la izquierda debía ser más que electoral; debía ser una unidad política, programática y ética, basada en principios compartidos y no simplemente en intereses coyunturales.
En esa misma coyuntura, la Unidad Democrática y Popular (UDP), integrada por el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI) –de Hernán Siles Suazo, quien fuese presidente de la república por el MNR en 1956 y un actor sobresaliente de la Revolución Nacional junto a Víctor Paz Estenssoro–, estaba además compuesta por el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) –partido surgido durante la dictadura banzerista como un desprendimiento de la Democracia Cristiana (PDC), con el antecedente del PDCR, cuyos principales cuadros protagonizaron la guerrilla de Teoponte en el norte paceño en 1970, siendo cruelmente derrotados por el Ejército nacional–. Un tercer componente de esta alianza fue el Partido Comunista de Bolivia (PCB) línea Moscú, aquella misma agrupación que le disputó a Ernesto Che Guevara la conducción de la guerrilla de Ñancahuazú en 1967 y que al no lograr su propósito dejó abandonado al movimiento guerrillero más importante de Sudamérica, brutalmente derrotado por los agentes de la CIA norteamericana y el Ejército boliviano.
Una alianza estrictamente electoral, como lo demostraría la historia posterior, particularmente la que refiere el período de gobierno que les tocó desempeñar entre 1982 y 1985, con una administración desastrosa del aparato estatal, sin norte político, sin coincidencias ideológicas ni programáticas entre sus miembros, que finalmente tuvieron que adelantar su salida de gobierno, un año antes de lo previsto por la Constitución Política, ante su incapacidad manifiesta de gobernar.
En las elecciones nacionales de 1978, 1979 y 1980 Marcelo intentó, sin éxito, lograr una candidatura unitaria de la izquierda. Diversos intentos de coordinación con el MIR, el PCB, el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML), con la UDP y otros partidos de izquierda fracasaron por varias razones, entre ellas las rivalidades ideológicas extremas, muchas sustentadas exclusivamente en el dogmatismo, intereses electorales divergentes originados en intereses de grupo o incluso de clase, especialmente con aquellos partidos sin base obrera o popular, sino más bien conformados exclusivamente por cuadros intelectuales de clase media, e incluso presiones externas sobre algunos de ellos que debían responder a lineamientos que venían de sus matrices internacionales (Moscú, Pekín o la socialdemocracia europea), lo cual impedía una correcta lectura de la realidad nacional y una aplicación adecuada de sus principios ideológicos al proceso vivido en Bolivia.
Quiroga Santa Cruz proponía como base para conseguir la unidad superior de la izquierda como un instrumento político que fuese más allá de lo coyuntural y lo exclusivamente electoral varios principios: independencia de clase, esto es no subordinar la izquierda al centrismo, ni al liberalismo reformista, ni a pactos con sectores de derecha; un programa mínimo común, un programa popular que incluyera la nacionalización de los recursos naturales y la profundización de la reforma agraria, la estatización de la banca privada y la minería mediana, justicia social y laboral, democracia participativa y poder popular, conducción moral de la política en rechazo del oportunismo y el caudillismo personalista y la corrupción. La articulación con los movimientos sociales y sindicatos en tanto la izquierda debía estar anclada en las organizaciones obreras, campesinas y populares.
No se logró esa unidad y el resultado, más allá del desastroso gobierno de la UDP, fue el retorno virulento y fortalecido de una derecha más radical, la neoliberal, que devastó el país, liquidó las empresas públicas, remató los recursos naturales, sometió a la pobreza a la mayoría de la población, mientras una oligarquía empresarial se hacía más rica gracias a los recursos del Estado. ¿Es posible que se repita esa experiencia?
El Instrumento por la Soberanía de los Pueblos (IPSP)
A partir de mediados de la década del 90, del pasado siglo, el IPSP, integrado por organizaciones sociales campesinas, indígenas y sindicales, surge en el espectro político nacional como una alternativa a los partidos tradicionales de aquel momento, y sus principios ideológicos iniciales estuvieron profundamente marcados por la experiencia del movimiento sindical, el pensamiento descolonizador y el rechazo al sistema neoliberal. La negativa del Órgano Electoral de reconocerlo como partido político dio lugar a su asimilación por el Movimiento Al Socialismo (MAS), el denominativo con el que hoy más se lo conoce.
El IPSP planteaba un claro antineoliberalismo, una oposición férrea al modelo económico impuesto desde mediados de los años 80; un claro rechazo a las privatizaciones de los recursos naturales (minería, hidrocarburos y agua, entre otros) y la defensa del rol del Estado en la economía nacional.
Pregonaba también la soberanía popular y autodeterminación, la defensa de la soberanía nacional frente al imperialismo y las transnacionales. Planteaba que el poder debía surgir de los pueblos organizados, no de élites políticas tradicionales. De allí el denominativo de Instrumento y no de partido.
Exigía el reconocimiento del carácter pluricultural y plurinacional del Estado, la reivindicación de las identidades indígenas originarias y la defensa de los derechos colectivos de las naciones y pueblos indígenas. Igualmente, rechazaba la democracia puramente representativa y proponía una democracia participativa, con protagonismo de sindicatos, comunidades y cabildos y el respeto a formas tradicionales de organización política (ayllu, sindicato, TCOs).
Y en lo económico proponía un modelo basado en la solidaridad, reciprocidad y redistribución y la defensa del Vivir Bien (suma qamaña) como alternativa al desarrollo capitalista.
¿Qué viene después del gobierno del MAS?
El MAS-IPSP ha gobernado 19 años el país. Ha sido hasta ahora el intento más importante de unidad del movimiento popular, situación por demás evidente en los rotundos triunfos electorales alcanzados entre 2005 y 2020, en todos los comicios realizados en ese período. Una unidad que fue más allá de los tradicionales partidos de izquierda, los cuales casi en su totalidad tuvieron que alinearse como parte de este proceso y subordinarse a la conducción indígena originario campesina.
Durante este tiempo el pueblo no solo vivió una etapa de estabilidad, prosperidad y bonanza, sino que ha sido testigo de transformaciones en la estructura misma del Estado y una emergencia sin precedentes de los sectores tradicionalmente marginados de la vida nacional. Hoy Bolivia es un país completamente distinto al que dejó el neoliberalismo a inicios del presente siglo.
Sin embargo, durante estos cuatro lustros la derecha, el imperio y los enemigos de la patria no han descansado un solo instante para desestabilizar el proceso, buscando la forma de destruirlo. Fracasaron con su golpe de Estado de 2019, con Jeanine Áñez a la cabeza y una directa y abierta injerencia de agentes imperiales y representantes de gobiernos europeos. No pudieron llevar adelante su golpe por la resistencia popular, pese a la represión y la persecución política ejercida por el gobierno de facto. El pueblo la tenía clara: dictadura nunca más, neoliberalismo nunca más.
Al retorno de la democracia, en 2020, apenas Luis Arce asumió la presidencia la andanada desestabilizadora tomo más cuerpo, desde diferentes ámbitos, esta vez incluso desde dentro del Instrumento y de las organizaciones sociales, donde evidentemente habían penetrado los operadores de la antipatria. Su principal objetivo fue bloquear la administración gubernamental, debilitar las organizaciones sociales al dividirlas y, finalmente, destruir el Instrumento con el fin de evitar la profundización del proceso de transformación histórica y abrir el camino para el retorno de la derecha más reaccionaria.
Unidad para salvar el proceso y profundizarlo
La Historia y la experiencia reciente muestran que a la derecha y al fascismo no hay que dejarle ni un solo resquicio. Que con el poder económico y mediático con que cuentan pueden aprovechar el mínimo espacio para el logro de sus objetivos y no cesarán en sus intentos de destruir todo lo construido por el movimiento popular.
La división de la izquierda y el movimiento popular solo servirá para tender una alfombra para el retorno de esa derecha antinacional con cualquier de sus caras, que al final son y representan lo mismo y que con seguridad aparecerán juntas nuevamente para destruir la patria.
Es inminente e inevitable el retorno de la derecha al gobierno, tras las elecciones del próximo mes de agosto. Desde muchos ámbitos se afirma que así será. Se acusa a la situación económica del país como causa de este desenlace sin identificar que precisamente es esa derecha la que ocasionó esta situación con todas sus acciones de desestabilización y sabotaje a la gestión de Gobierno. Pero además se señala que la fragmentación del Instrumento Político es la causa principal de que se presente este escenario político.
El campo popular es fuerte y seguirá siéndolo siempre y cuando deje de lado la división. La unidad es el requisito para mantener fuera a la derecha, pero no una unidad exclusivamente electoral, sino una unidad que recupere los principios ideológicos y programáticos con los que nació el IPSP y reconociendo lo avanzado, que pueda plantear un programa que apunte a profundizar el proceso histórico en una nueva etapa en la que, sin ignorar lo que se ha hecho hasta ahora, se busque la renovación no por apetitos personales o de falsos liderazgos, tampoco precisamente una renovación de nombres o personas, sino volviendo al principio de trasladar las decisiones a las bases, al movimiento popular, escuchar su mandato y subordinarse a ellas. Ese parece ser el único camino para cerrarle el paso a la derecha.
Finalmente, parafraseando a Marcelo Quiroga Santa Cruz, habría que señalar que “las elecciones terminan en agosto, pero la lucha no”.
* Por Diego Portal.
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