marzo 14, 2025

Cultura rica y vencedora, así nos representa el Carnaval de Oruro

por: Nathalie Esteller Echegaray

Si algo logra el Carnaval de Oruro, es colocar la patria al desnudo además de permitir ver a amplios sectores urbanos que no se olvidan de sus raíces y que a pesar del catolicismo “Challan”.

Iniciándonos en leyendas fascinantes del folklore ancestral indígena, como remontándonos a la religiosidad, no sin antes pasar por los bailes, trajes y fiestas, se presenta ante nosotros la innegable majestuosidad del carnaval de Oruro rodeado de tanto simbolismo y folklore, que encontrar el rostro de la Bolivia plana, recta e histórica, tatuado en ella es casi imposible.

Se dice que los propios antropólogos orureños no concuerdan en algunas bases y datos históricos de esta manifestación, pero a decir verdad esto nos relata bastante sobre la cultura que lo precede.

Sociólogos e historiadores europeos al encontrarse ante esta revelación han basado sus estudios del carnaval de Oruro en la observación, metodológica, “un poco de disciplina en medio de una gran fiesta”, pero el método no ha podido ser aplicable solo una vez, ante una muestra donde la cultura habla a través de su desarrollo mismo y no del relato simple de algunos autores, -no investigadores-, si no, más bien poetas de un folklore que lo merece, han debido plantearse la observación en periodos de tiempo dejando pasar incluso un par de años entre uno y otro por su constante flujo y evolución de lo que se pretende ser “tradicional”.

Y es aquí donde una inquietud tácita, pero vibrante, se hace presente, ¿es éste majestuoso festejo una muestra cultural o de una interculturalidad cambiante?

Oruro

Oruro, ciudad noble a una altitud de 3.700 m en las montañas del oeste de Bolivia fue un importante centro de ceremonias precolombino antes de ser un centro minero en los siglos XIX y XX vital en la economía.

Refundada por españoles en 1606 siguió siendo un lugar sagrado para el pueblo Uru, donde acudían de todas partes para cumplir con ritos, dando paso a un sincretismo natural en el carácter boliviano. Los españoles prohibieron esas ceremonias en el siglo XVII, pero éstas continúan bajo la fachada de la liturgia cristiana. Uno de los rituales llamado la fiesta de Ito fue transformada en ritual cristiano: “la Candelaria” a celebrarse el 2 de febrero.

Oruro perseveró hasta convertir en su baile en oficial, la Lama Lama o Diablada, aun presente cada año durante 6 días de carnaval constante. ¿Con tantos días de una puesta en escena impresionante, bailes y euforia enmarcando “La Entrada”, kilómetros de procesión, 28 mil bailarines y más de 10 mil músicos, Oruro es simplemente un amante fiel en carnes territoriales de la expresión popular y folklorica? O ¿es un conservacionista entusiasta de misterios medievales?

Es parte de un todo, pero asegurar alguna de las dos premisas sería una lectura muy plana de este acontecimiento.

El declive de las actividades mineras y agrícolas tradicionales amenaza a la población de Oruro, así como la desertización del altiplano andino, que provoca una emigración masiva. La urbanización ha producido un fenómeno de aculturación, abriendo una brecha creciente entre las generaciones.

El Carnaval es recibimiento de hijos añorados, de cultores entusiastas de todas partes del territorio, una fuente poderosa de la economía local (a veces tentando a especulaciones) y una puerta abierta al turismo, que no solo reincide en el planteamiento económico sino en un público expectante de una identidad que necesita reafirmarse y renacer en el orgullo que le precede.

El carnaval, pauta social histórica

Tiene su origen en el hombre, el hombre heredero y originario de esas latitudes Uru – andinas y sus ritos devotos. Por ello, estos ritos son el antecedente previo al “carnaval” actual, pariendo en rica cultura a la religiosidad de actos ahora vistos rudimentarios, como la domesticación de la llama, la cacería y la fabulosa práctica astronómica de cosmovisión de calendarios agrícolas que aún nos sorprende en ingenio y perfeccionamiento hasta hacerlos casi misteriosos.

Para conocer el carnaval nos adentramos a tiempos míticos y místicos del Uru–Kolla aun antes del Aymaro – tihuanocota que aun al pasar de las conquistas Quechuas se prevalecen y nada pudo erradicarlo del latir y el ejercicio del pueblo porque era cultura real, era un sistema de creencias expresadas de una manera genuina y fuerte, y que solo pudo ser disimulada mas no extirpada por dogmatismos humillantes del yugo español, que aun sangrienta no pudo ganarle, aunque enajenaran las deidades, y dogmatizaran con ritos silenciosos y solitarios. Cada año el carnaval de Oruro grita con más fuerza demostrando su rasgo imponente.

Bajo la enajenación obligante a deidades diferentes en 1789 se realiza la entronización de la imagen de la Virgen de la Candelaria, a quien luego en su carácter recurrente los locales conocieran como la Virgen del Socavón. Asimismo nace la necesidad de empatronar los ritos indígenas a los de la virgen morena, proceso que lejos de cumplir su objetivo dio pie a esta festividad única del mundo, y en su esplendor llamó a la iglesia a ser partícipe optimista del mismo y volverlo sagrado. Aunque celebrando en concordancia no se confunde de la ritualidad indígena aún presente.

Oruro jamás ha adulterado sus creencias, su mitología altiplánica sigue fundamentando leyendas como la “bella ñusta” y su heroicidad y muchas más convirtiéndolas en testimonio de su grandiosidad, y aunque pasaron muchos años se mestizaron las leyendas logrando su protagonismo y hoy por hoy nos muestran su presencia en cada rasgo del Carnaval.

En 1789 los mineros a la imprecación y descubrimiento de la imagen, resuelven reverenciarla durante tres días al año, desde el sábado de peregrinación, domingo de carnaval y lunes declarado del diablo y del moreno y despedida de la Virgen, con sendas fiestas. En este festejo debía usarse disfraces a semejanza de los diablos y al ritmo de su propia música, que por cierto es otro elemento indescifrado en su composición, al igual que el anonimato del autor del tan hermoso y singular fresco de la Candelaria.

Aquí coexisten María, Pachamama y el diablo. Extranjeros se impregnan de localismo Uru, el Tiw, es luego tío. Es desde ese tiempo y de este tiempo la Diablada, y junto al catolicismo, el rito indio es convertido en carnaval andino y un auto sacramental es convertido en el “relato” de la Diablada.

Durante el siglo XVI, se definen ciertas estructuras en el proceso de dominación, y son expresados por medio de bailes como son: Danza de los diablos o “la Diablada”, Danza de los morenos o “la Morenada”, Danza de los Incas o “los Incas”.

La vestimenta nos narra por si sola sobre los símbolos y los íconos aprendidos y expresados en una especie de albor propio. Por ello es importante a partir del vestido descifrar los elementos culturizantes, de los individuos y mejor aún de un pueblo que lo exhibe para todos en esas fechas carnavaleras.

Las danzas nos cuentan todo lo pasado en estos periodos donde el triunfo fue del mestizaje, y del valor propio altiplánico.

Este enorme recorrido nos ha permitido ver en las expresiones del ahora, hechos culturales interesantes como la confusión de ofrendas espirituales con las ofrendas materiales, hasta donde trastocaba la clase política y como afecta la religiosidad, y en pocas palabras nos dice que la religiosidad es el fundamento de la cultura andina.

Nos muestra valores exógenos adquiridos en la transculturización, nos revela ante nosotros mismos y en medio de la celebración nos confronta, ¿hasta qué punto se es religioso católico?, ¿hasta qué punto se es étnico?, ¿qué rasgo predomina en lo que hago?, ¿se encuentra en medio del bullicio el equilibrio?

Esta dualidad enriquece al altiplano, por ende jamás debe este impresionante rasgo cultural ser tomado como una receta o como conjunto de ingredientes de un catálogo para imitar una festividad o posicionarse como localidad, es la pura riqueza que se debe heredar como nación.

El Carnaval, reflejo cultural, evento central de la vida orureña

Antiguos ritos, costumbres, y tradiciones reviven y conviven durante el carnaval. Los sacrificios simbólicos en “mesas” ceremoniales y una gran fé y devoción en la tierra “Pachamama” junto con los ritos a los espíritus de las montañas “Achachilas” y a espíritus menores “Mallkus” forman parte de un antiguo festival que pasa de la forma indígena a la forma mestiza para convertirse en un reflejo de la interculturalidad y sincretismo argumentando por si solo, las bases históricas ya mencionadas, siempre presentes en la sociedad boliviana, entradas, bailes, fiestas ricas en vestuario multicolor, majestuosidad de ensueño… pero que nos dice propiamente de la cultura andina, de la cultura orureña.

Tanta religiosidad, tantas veces el término “sincretismo” se nos presenta, que podemos prácticamente definir al carnaval de esta ciudad como exteriorización del entorno espiritual del orureño, de tal forma pregnante y necesitada hasta volverse material y social. Y por esta metamorfosis compleja el Carnaval de Oruro adquiere un sentido multifocal, en función de discursos no oficiales que producen múltiples significados en el contexto de la diversidad de actores sociales participantes, no pudiendo reducir su comprensión únicamente a los elementos religiosos, aunque lo originen, en cuyo caso apreciarlo solo desde un punto de vista folklórico es prácticamente faltarle el respeto. Los comportamientos y símbolos festivos testimoniados por los propios actores del Carnaval, a partir de sus palabras y/o acciones, definen un universo de sentidos más amplio, lo que sin duda lo hace una parada imprescindible, digna de contemplar, y con el poder de atraparnos para siempre.

Luego de altibajos históricos el carnaval fue tomando importancia, por aquella necesidad latente de identidad, tras periodos de guerra, aquellas que marcaron una nación entera como la del Chaco, siendo rescate necesario, no solo renovando sino dando vida a expresiones como la Diablada, emocionando con la expectativa de su pasar, al institucionalizarse en los 60 no solo fija el folklore sino estampa el orgullo orureño, aún con la ingratitud de a veces tener poco protagonismo en la prensa del país de aquellos años.

Único y polifacético he allí su relevancia

Desde la concepción misma y medieval del carnaval jamás este ha sido una fiesta dedicada a una deidad como lo es la virgen.

El carnaval de Oruro lleno de mitos y leyendas alrededor del Socavón contiene una riqueza única exaltada por el resto de las manifestaciones que le componen.

Esa lucha implícita entre el bien y el mal en medio del colorido danzante nos muestra a un pueblo que a pesar de sus bajas tiene fé, que celebra el regreso de sus hijos prestados a sectores urbanos que aún no olvidan sus raíces y que a pesar del catolicismo “challan”.

De un sector minero que se congracia con “el tío” y sale triunfante al reconocer la supremacía del bien ante el mal representado en su virgen que cubre de su poder total la superficie de sus tierras anheladas en las duras jornadas de trabajo.

Lo polifacético de esta celebración es poco medible, te invita a llenarte el corazón en su presencia, a entendernos más como colectivo.

Que a su vez nos seduce en sensualidad, en excesos quizás, en una muestra de riquezas internas que se materializan y que de no cuidarse sucumbirían en un gran ego. Que hasta ahora se trasluce en devoción fiel de sus participantes.

Culturalmente una Bolivia devota como motor de empuje social.

El carnaval actual, esperanza humilde en espectaculares trajes

El carnaval de Oruro, evento de la ciudad declarada como la capital del folklore boliviano mediante ley, es un enorme festejo, espejo de diversidad de costumbres. Fue declarado patrimonio intangible de la humanidad por la UNESCO, pero más allá para Bolivia y el mundo es la reunión local anual, donde el simbolismo religioso y las diferentes culturas del país se reúnen, dejando ver la patria al desnudo; y sí, al desnudarse deja ver algunos defectos que afloran con la fiesta pero, que nos permiten reflexionarnos como país, e incluso aceptarnos.

Nos muestra que defiende dignidad y que pretende sin hipocresías resurgimiento de poderío merecida, levanta el espíritu de lo que somos, y concentra a todos en nuestra cultura más grande “cumplir con nuestras creencias” sea lo que sea que las motive.

Según la Ley 602 de la República de Bolivia, son organizadores del Carnaval de Oruro: La Alcaldía Municipal de Oruro, la Asociación de Conjuntos del Folklore (A.C.F.O.) y el Comité Departamental de Etnografía y Folklore de Oruro. En la actualidad, las más importantes celebraciones se centran en el Santuario del Socavón. Son 18 las especialidades de danzas, siendo 48 los conjuntos folklóricos inscriptos en la A.C.F.O.

Mirándolo desde lejos en estas líneas, debemos revalorizarlo en su raíz, más allá de la fiesta boliviana rica en baile, bebida y color, fortalecer la curiosidad acertada de miles de turistas, y la de nosotros años tras año, leerlo siempre como un libro redactado en sangre latente de sus esperanzados pobladores y de sus orgullosos participantes.


*       Foto  de página 8: ABI; foto de página 9 y portada: Diablada Ferroviaria Oruro

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