Por María Bolivia Rothe C. * -.
En este 193 cumpleaños de nuestra Patria, el balance es positivo para las mujeres bolivianas. Se avanza paso a paso, lentamente, pero con seguridad.
De estos 193 años, me detendré en los últimos doce de gobierno. Nadie en su sano juicio podría negar (Excepto algunos recalcitrantes opositores que ni viendo creerían, desafiando a Santo Tomás), que existen avances cuantitativos y cualitativos que otrora, ni los hubiéramos soñado. Mucha agua ha corrido bajo el puente y hoy, podemos exhibir un sinfín de transformaciones profundas en un país que recibió en la presidencia al primer presidente indio de Bolivia, con muchos déficits macro y microeconómicos, Con una enorme pobreza en las calles, con la salud casi privatizada, privilegio de unos cuantos y con mujeres y niños olvidados, sin derechos.
Si hacemos un repaso, hoy todo esto ha sufrido grandes transformaciones; la estabilidad del país es manifiesta, puesto que las cifras son mejores, producto de un manejo racional y adecuado de nuestra economía. Bolivia es un país, que, sin ser todavía rico, es estable.
Las mujeres en este proceso, hemos jugado un rol importante; no solamente, como parte integrante del gobierno en puestos claves sino también, logrando conquistas que antes hubieran parecido imposibles; la paridad política es un hecho, hay cada vez más mujeres decidiendo, realizando trabajos de mucha relevancia política, social y económica; ya no son más las “levanta manos” de relleno de los partidos tradicionales; ahora son mujeres comprometidas, seguras de lo que hacen y con un plan de trabajo definido en temas claves, ejerciendo posiciones estratégicas.
Sin embargo, aún quedan cosas en el tintero; la violencia machista no ha podido ser resuelta; es un tema que tenemos pendiente y que es estructural, por eso tan difícil de erradicar. La violencia machista, todo el imaginario que rodea a la existencia de las mujeres en Bolivia, es idéntico al de muchas partes del mundo: la mujer como objeto de placer, la mujer destinada solamente a los espacios privados, la mujer solo como sustentadora de los varones; nudos que nos atan alrededor de una lucha de poder entre hombres y mujeres, que no es otra cosa que la preeminencia histórica dentro de la sociedad patriarcalizadora y colonial, del hombre como cabeza de familia y de Estado. Este imaginario se cruza de manera muy conflictiva, con el otro implantado hace doce años, el del Estado Plurinacional: multifacético, integrante, inclusivo, respetuoso de los derechos humanos y de las grandes minorías. Respeto expresado y traducido en ley, en la Constitución Política del Estado Plurinacional, aprobada en 2009.
Este cruce de visiones es conflictivo; uno no acaba de nacer y el otro, de morir. Y las mujeres, estamos ahí en el medio, luchando tironeadas de los cuatro costados, porque en lo privado aún manejamos la visión patriarcal y colonial de familia y en lo público el Estado, a través de leyes, quiere hacerlo desaparecer. Mientras tanto, siguen y suman los feminicidios, los embarazos adolescentes e infantiles producto de las violaciones incestuosas en su mayoría y la informalidad laboral entre las mujeres. Aún somos el grupo poblacional que más debe sufrir y resistir a la hora de desastres naturales; aún la doble jornada no ha sido reconocida, aún las mujeres siguen siendo abandonadas y el Estado no abastece para enfrentar la magnitud del problema, no por ineficiencia, sino precisamente porque los que deciden son hombres, los mismos hombres que fueron educados por mujeres educadas, a su vez, en el molde machista y patriarcal.
La prueba clara de todo esto, es que no fue posible lograr la apertura de más causas legales para el aborto cuando se redactaba el proyecto de código procesal penal que tristemente, tuvo que ser abrogado; los paradigmas sociales, permeados perversamente por los religiosos, tampoco permitieron cuidar de la vida de las mujeres. Así de simple. Cada vez que tocamos uno de estos temas, se instala la polémica que no se puede resolver; parecería que la sociedad cierra deliberadamente sus ojos a algunas problemáticas que son lacerantes y de las cuales no quiere o no puede aún hablar, porque resulta difícil despojarse de ciertos atavismos instalados hacen siglos de generación en generación.
Estas tensiones que aun prevalecen en el seno de nuestro estado, sin embargo, son indiscutiblemente, la prueba de que se está avanzando; esta ya no es más una sociedad conformista que se traga cualquier medida, cualquier política, de manera silenciosa. La boliviana, es una sociedad madura políticamente que sabe lo que quiere, que se da cuenta cuando la quieren engañar y lucha día a día por mejorar el estado de cosas. En esta lucha, las mujeres tenemos un rol preeminente que ha sido reconocido a nivel mundial. Día a día libramos batallas, de las grandes y de las pequeñas; algunas que pasan desapercibidas y de las otras que nos aglutinan alrededor de una causa común.
Hemos aprendido a usar de manera inteligente nuestros espacios de poder; hemos aprendido a no callarnos, a ser protagonistas de nuestro propio destino, a “meter la nariz” en todo, lo que nos atinge directamente y lo que no; hacemos política callejera, institucional, familiar. Las mujeres hemos devenido en protagonistas.
Seguiremos ahora transitando por este camino; el Estado es de todos y todas. Es nuestro también por primera vez. Es de quienes lo luchamos y lo soñamos, es el futuro que diseñamos con sangre, con muertos, con dolor. Con el dolor de las mujeres bolivianas, con sus luchas con su participación a ultranza, con su voz imposible de callar, con su rebeldía que iba más allá de lo esperado.
Las mujeres, esas eternas incómodas para el estado patriarcal y colonial, han irrumpido en la escena como protagonistas de primera fila en la construcción de un país y un estado que permite ser tolerante; que crezca admitiendo sin vergüenza sus diferencias, sus debilidades, sus pendientes. Un estado de verdad, no aparente. Ese es el verdadero logro, ese es el avance.
Quedan pendientes, como no. No se puede desmontar una deuda social de ciento ochenta y un años en doce; hay todavía muchísimo camino por recorrer y de eso, estamos conscientes y dispuestas a seguir. La esperanza son las nuevas generaciones. Las mujeres jóvenes de ahora, aquellas que eran niñas cuando inauguramos este proceso, ya tienen otra mentalidad; ellas ya no van a permitir casi nada de lo que nosotras tuvimos que sufrir. Ellas son las que harán de Bolivia un país mucho más inclusivo y con mucha más participación femenina.
Por eso hoy, cuando veo a los ojos a mi hija de 24 años, la escucho hablar, la veo luchar por su futuro y entiendo que ella no está dispuesta a aceptar lo que yo tuve que aceptar; que no está dispuesta a vivir como yo tuve que vivir, sino que ella nació más libre y más consciente, comprendo entonces que la lucha no fue en vano y que generación tras generación, hemos preparado el terreno para que ahora, esta nueva camada de bolivianos y bolivianas, hij@s del Estado Plurinacional, tengan mejores días y vivan bajo la égida del Sumaj Qamaña.
Cuando constato esta verdad, siento que, por fin, hay algo real que celebrar este 6 de agosto.
¡¡¡Jallalla Bolivia!!!
* Médica especialista en salud pública y feminista.
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