
Por Ángela Tapia * -.
A María del Carmen Alva, presidenta del Congreso de la República del Perú, le hablaron en quechua. Por casi dos minutos no entendió nada. Ante su frustración, pidió al primer ministro, Guido Bellido, una autotraducción de lo que él hablaba: “Usted dijo que iba a traducir”. Además de ello le solicitó “que no sea tan larga la exposición porque los demás no entendemos”. Bellido continuó hablando en quechua, defendiendo su lengua materna con la Constitución en mano y apuntando hacia el Artículo 48, que le permite legalmente hablar uno de los idiomas oficiales del Perú. María del Carmen Alva seguía sin entender. Ella le reiteró que ya que hizo el saludo en quechua debería de hablar en castellano. Ambas intervenciones tuvieron apoyos y rechazos entre los y las congresistas asistentes. Se oyó decir: “¡Que aprenda pues!”.
Escuchar las intervenciones, tanto de la presidenta del Congreso como del primer ministro, ha sido impactante por el contenido profundo que encierran. Ella, con acento miraflorino, le pedía con la amabilidad superficial pero fulminante de una mujer de clase alta a una persona quechua hablante que deje de hablar en su lengua. En la lógica de la miraflorina de nacimiento, Bellido ya había hecho el saludo en idioma indígena y por lo tanto tocaba volver al orden del castellano. Este ya había cumplido la cuota de diversidad cultural puesto que no solamente saludó en quechua, sino también en aymara. Aunque Alva ni se imaginaba que las primeras palabras de la presentación del premier no fueron quechua. Quienes escuchábamos atentamente las intervenciones presenciamos una guerra sonora. El acento miraflorino corta filudo, es ametrallador, a pesar de contener muchos “por favores” entremedio. El quechua va subordinado por atrasito, pidiendo permiso, pero también empujando fuerte nomás.
Después de oír a Alva queda claro que saludar en quechua ya es bienvenido. Hace 11 años la congresista María Sumire tuvo que juramentar tres veces para que el Congreso pudiera tomar su juramento como válido. Sumire se negó a juramentar en castellano, así que el Congreso precavido optó por una traducción que permitió a las autoridades no quechua hablantes entender que ella no estaba jurando por “Dios y por la patria”, sino por el Tawantinsuyu, Micaela Bastidas y Túpac Amaru. Seguramente Alva, desde su cómoda sala, la veía y exigía que no hable en quechua. Ahora acepta que se hable unos minutos en quechua, sobre todo si se trata del saludo. Con esto Alva respalda la folklorización de los idiomas indígenas para que estén de adorno, mas no como una forma de comunicación válida.
Unida a la folklorización del quechua y lenguas indígenas, se oculta el profundo racismo hacia lo indígena. La sensación de estar frente al sonido de palabras inteligibles, que transgreden la sonoridad del castellano colonial, no hace más que apuntalar la latente discriminatoria actitud de una élite. Si una autoridad estatal no entiende uno de los idiomas oficiales peruanos ¿no sería oportuno crear un sistema eficaz de interpretación o, aún mejor, empezar a aprender el idioma desconocido? ¿Por qué Alva se siente en la capacidad de pedir que Bellido se autotraduzca? ¿Por qué se siente en la posición de exigir que hable el idioma dominante? Ella ni la élite que ha gobernado por más de 200 años el Perú ha sentido la necesidad de aprender quechua; han gobernado mandado a callar y hablar en castellano. Hoy Bellido nos ha demostrado que si queremos romper con ese racismo podemos tomar acciones. Aprender quechua es una de ellas.
* Doctora en Estudios Latinoamericanos.
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