febrero 17, 2025

Los mercachifles, vendedores ambulantes en extinción

Por Luis Oporto Ordóñez *-.


En mi niñez, en mi pueblo natal, el valeroso distrito minero de Siglo XX-Llallagua, conocí al mercachifle, vendedor de baratijas, portaba artículos útiles para la vida diaria, con el que trajinaba por el mercado de Abasto, la Plaza del Minero, la pulpería, el frontón de pelota vasca y las canchitas frente al Cine Teatro 31 de Octubre de Siglo XX.

Este curioso personaje portaba en el cuello, las manos y hombros su variada mercadería: agujas, desde los inmensos yawris usados para costurar talegos y sacos de papa, arroz o azúcar, hasta finas agujas para bordar prendas de vestir, alfileres, ganchos de todos los tamaños, entre diminutos usados para t’ipar (ensartar) billetes en cumpleaños, bautizos o matrimonios; hilos, cintas elásticas, cordones de calzados.

Siglo XX y Llallagua fue tomado por asalto por comerciantes aymaras de Oruro y La Paz, asentados en el mercado de abasto donde ofertaban mercadería diversa: especias, ropa de trabajo, calzados, uniformes escolares, indumentaria y útiles deportivos, pantalones, vestidos, material escolar, vajilla de cristal, porcelana, fierro enlozado, cubiertos, abarrotes, armas de fuego y quimsa charañas, en febril competencia para llevarse una tajada de los salarios de sietemil trabajadores, técnicos y empleados de la Empresa Minera Catavi (Corporación Minera de Bolivia) que cada quincena acudían a las Pagadurías en inmediaciones de la Planta Sink & Float. Allí los tesoreros llamaban al trabajador por su número de archivo (ficha de cobre, con el número de su expediente laboral, de la pulpería y de otros servicios).

Otros comerciantes estaban en la Plaza del Minero, entre ellos el p´ajpacu, hábil orador, proveniente del Perú, que vendía cremas extraídas de grasa de víbora, jaboncillos y champús para combatir la caspa, usando niños a los que bañaban en vía pública para demostrar las bondades de su producto. Era un espectáculo singular ver a estos personajes que alegraban el día con sus fantásticas historias.

Entre esos trajinantes estaban los mercachifles, vendedores ambulantes que llevaban toda su mercadería en el cuello, hombros y brazos.

Orígenes de los mercachifles

Abigail Villantoy (2023) afirma que “en la época colonial, los mercachifles eran vendedores ambulantes que ofertaban sus productos al por menor, se transportaban en mulas o cargaban su mercancía en sus hombros o pecho”, develando que la mayoría eran esclavos o indígenas. Se ubicaban en lugares estratégicos de Lima, como “la Plaza Mayor, la calle de los Mercaderes, la calle de las Mantas, la Plaza San Francisco, la calle Bodegones, la calle del Palacio y la calle Santo Domingo”. Paula Rivasplata, en su estudio Regatones, mercachifles o ambulantes informales de Lima colonial (2024), afirma que era “una actividad practicada por los sectores populares por escasez de trabajo asalariado, para poder sobrevivir al traficar sin pagar ningún tipo de impuesto por los productos que vendían, pudiendo ser usados o robados”. En 1551 “los indígenas tenían permiso para abastecer de pan a la ciudad, vender frutas, pescado y comida en canastas”; los regatones vendían “todas las cosas de comer, beber, lavar la ropa (jabón) e iluminar la oscuridad (cera), carne fresca, de puerco, salada, en adobo, sesos, lomos, morcillas, longanizas, costillas y tocinos”, los pregoneros expendían “ropa usada sobre mesas a cambio de limpiar la ciudad”, emulados por los mercachifles. Otros comerciantes eran los “abastecedores, mesoneros y pulperos”. La Corona prohibió la actividad de la regatonería entre 1592 y 1604 y el Cabildo de Lima determinó que “los mercachifles no vendieran donde lo hacían los pregoneros” (1600).

Felipe Salinas (2015) estudia esta costumbre en Santiago de Chile, a finales de la Colonia, en la que “indios, mulatos, negros, zambos, pardos, españoles pobres y mestizos comienzan a poblar la zona, buscando oportunidades para sobreponerse a las precarias condiciones materiales que enfrentaban a diario”, incorporándose a la actividad comercial informal, “para generar las ganancias necesarias para la subsistencia, sin la sujeción de la rendición de cuentas, el pago de alcabalas o la obediencia, ocupando el espacio más propicio para el expendio de sus productos: la Plaza Mayor”.

Jorge Daniel Gelman (1996), en su estudio De mercachifle a gran comerciante: los caminos del ascenso en el Río de la Plata Colonial, muestra el dominio que “los mercaderes ejercían sobre los productores en las sociedades no capitalistas”.

En esa época se observó el ascenso social de humildes mercachifles que llegaron a ser grandes comerciantes, como Ambrosio O’Higgins –padre de Bernardo O’Higgins–, vendedor ambulante procedente de Irlanda “para comercializar una amplia variedad de productos transportados en su mula”, en Lima, en tanto don Domingo Belgrano Pérez, padre del prócer de la independencia argentina, Manuel Belgrano, era un gran comerciante.

Dos mercachifles anarquistas

Los mercachifles ocuparon las plazas mayores de las ciudades coloniales y sobrevivieron a la guerra de la Independencia, llegando a gravitar en las economías republicanas del siglo XIX y el siglo XX.

David Sánchez Platero (2015) estudia el caso de dos “anarquistas, mercachifles y viajeros: el caso de Filipo Colombo y Juan García”, el primero español y el segundo italiano, que aprendieron en 1924 “el método de cruzar fronteras mediante la venta de agujas de bordar en La Paz”, instruidos por sus camaradas Droz y Humbert “sobre la vocación de vender estas mercancías, lo cual proporcionaba el sustento material individual y la excusa perfecta para entrar legalmente a otros países”. En efecto, “para los anarquistas este tipo de lucro era un mal necesario, ya que implicaba personificar al comerciante avaro, un malestar para sus morales, pero al mismo tiempo les daba lo necesario para costear los gastos del viaje y manutención”. García calificó como estafas públicas al “mercachiflismo”.

El último mercachifle de La Paz

Este personaje, generalmente varón, está prácticamente extinto. De manera casual me tropecé con uno de los últimos mercachifles de la ciudad del Illimani en la Avenida 6 de Agosto, barrio de Sopocachi, reserva del patrimonio urbano y de las tradiciones populares.

Luciano Luque, nació el 27 de octubre de 1944 en Puerto Acosta, provincia Camacho. Empezó a trabajar vendiendo artículos de mano desde niño, hasta lograr un pequeño “capital” con el que compró diversa mercadería que vende por las calles de la urbe paceña. En la mano izquierda porta agujas, alfileres y una sarta de ganchos prendidos en un almohadón, que se desprenden en cascada. En el cuello lleva una bolsa con cintas elásticas de color blanco; sobre el hombro derecho coloca cintas elásticas blancas y negras y cordones (huatos) de calzado. Y, en el brazo derecho, una bolsa con carretes de hilos de diversos colores y tamaño. Compré un carrete de hilo negro marca Flyingwheel, hilo blanco Rose Seewen Thread, y una docena de ganchitos Sea Gull, “made in Shangai, China”, para t’ipar billetes en las fiestas.


  • Magister Scientiarum en Historias Andinas y Amazónicas y docente titular de la carrera de Historia de la UMSA.

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