Ante las sandeces y defensa de la economía y el sexismo en el lenguaje de Alejandro F. Mercado en su artículo PAC-Woman publicado en La Razón del pasado 3 de marzo, van estas aclaraciones a los lectores y lectoras.
En primer lugar, el término género tiene una serie de significados, dependiendo a qué tipo se refiere si al género literario, musical, lírico, narrativo o en el lenguaje, entre otros. Muy distinto es hablar de la categoría de género de la teoría feminista. Pero empecemos con el contenido básico del curso sobre discriminación de género que nuestro aludido columnista debería haber aprendido. Género es el conjunto de características psicológicas, sociales y culturales, socialmente asignadas a las personas. Estas características son históricas, se van transformando con y en el tiempo y, por tanto, son modificables. Sexo es el conjunto de características físicas, biológicas y corporales con las que nacen los hombres y las mujeres, son naturales y esencialmente difíciles de modificar, pero posibles. El conjunto de arreglos a partir de los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana es lo que fundamenta el sistema sexo-género.
El género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales, es una construcción social que supone un conjunto de acuerdos tácitos o explícitos elaborados por una comunidad en un momento histórico determinado y que incluye a los procesos de enseñanza-aprendizaje. El género se expresa en símbolos y representaciones culturales, conceptos normativos, instituciones y políticas, identidades y en el LENGUAJE. El lenguaje es fundamental, indica como concebimos el mundo, determina como nos relacionamos y qué sociedades construimos, si democráticas o excluyentes. Por ello, debemos hacer una autocritica al lenguaje que usamos para pensar con más libertad y capacidad crítica. Consuelo Ciscar dice que “es necesario cambiar la sensibilidad, la educación y establecer formas para que hombres y mujeres se expresen, trabajen y elijan con absoluta libertad e igualdad. Por tanto, cualquier avance en el uso correcto de la lengua y la gramática sobre estos asuntos nos permitirán dar un salto de gigante en la conquista de una auténtica igualdad”. “El lenguaje es el elemento que más influye en la formación del pensamiento en el ser humano, lo que deriva en la construcción de esquemas mentales, estereotipos y conceptos abstractos con los que nos desenvolvemos en la vida diaria”, explica Nuria Manzano. Por lo tanto, un habla sexista influirá en tener un pensamiento sexista. Deja claro que “no es posible justificar la utilización de un lenguaje sexista en las tradiciones. Cuando las tradiciones son injustas hay que cambiarlas”.
Siempre hemos defendido la necesidad de que las mujeres se hagan visibles, también en el habla y en el lenguaje. Nombrarlas es una manera de asignarles un lugar en la sociedad, de darles el protagonismo que a lo largo de los últimos años han ido adquiriendo. De ahí la necesidad de usar un lenguaje inclusivo y no sexista.
Según Álvaro García Meseguer, en su libro ¿Es sexista la lengua española? explica que:”El sexismo lingüístico se da cuando se emiten mensajes discriminatorios por razón de sexo o género. Existen dos clases de sexismo el léxico y el sintáctico. Se incurre en el primero por medio de tratamientos de cortesía, pares incorrectos, duales aparentes, olvido de la mujer, nombres y apellidos, vacíos léxicos, vocablos ocupados, insultos, chistes y refranes, palabras androcéntricas, la voz hombre y, finalmente, cargos, oficios y profesiones. En cuanto al sexismo sintáctico, es más importante y significativo que el léxico, pues revela en quienes incurren en él un arraigo más profundo de la mentalidad patriarcal que yace en el fondo de sus subconscientes. Hay dos formas de sexismo sintáctico: la óptica del hombre y el salto semántico,
Pero, para no quedarnos solo en la crítica, tres parecen ser los caminos que se han utilizado como solución al prejuicio sexista en el lenguaje: prescindir de las formas femeninas discriminatorias, por ejemplo fémina, fulana, tipa o zorra; incorporar siempre las formas femeninas junto a las masculinas: alumnos y alumnas, hermanos y hermanas (tal como lo hace la Constitución Política del Estado Plurinacional) y remplazar los genéricos androcéntricos por formas neutras, como ser humano, en lugar de hombre, la juventud en lugar de los jóvenes, la niñez en vez de niños.
Por último informarle al economista que además sí existe PAC-Woman en miles de versiones, le recomiendo unos cursitos de “upgrade” en cuanto al lenguaje no sexista y a los “video games” antes de hablar de lo que no sabe, haciendo alarde de su ignorancia de una manera tan vergonzosa.
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