marzo 25, 2025

Igualdad y equidad

En el siglo XXI, igualdad o equidad, es el nuevo lema que el desarrollo lanza como bandera contra la discriminación racial, étnica y de género. En la actual concepción de la ley y la ciudadanía: la igualdad de derecho y la igualdad bajo la ley se mantienen como pilares fundamentales. En la ideología del Desarrollo Económico, el sentido de igualdad que se ofrece, puede visualizarse en dos partes: la igualdad que promete el desarrollo económico y la igualdad que produce. Lo que promete es la igualdad como justicia (que define como igualdad económica) y lo que produce es la homogeneidad (manteniendo e intensificando la desigualdad económica).

La esencia de la igualdad como justicia del desarrollo económico fue expresada en la Declaración adoptada por las Naciones Unidas, sobre el Establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional, en mayo de 1974. En dicha declaración se anunció que el NOEI: “corregirá las desigualdades y enderezará las injusticias existentes, haciendo posible eliminar la creciente brecha entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo y asegurar un desarrollo económico en continua aceleración”. 1 Tres ideas animaron esta concepción: la idea de desigualdad como injusticia con relación a la diferencia de riqueza entre países; la idea de que la igualdad económica puede ser alcanzada mediante la aceleración continua del desarrollo económico y de que el desarrollo puede conducir a la igualdad económica internacional; la esperanza del NOEI es que “las disparidades prevalecientes en el mundo puedan ser eliminadas y la prosperidad asegurada para todos”. 2 Como la igualdad de oportunidad, la igualdad en el desarrollo mundial presupone que todos los países juegan el mismo juego, por tanto que todos son jugadores y por tanto, que deben tener incorporada esta homogeneización de jugadores en la cultura y en la personalidad de cada pueblo.

Sin esa homogeneización inicial, el desarrollo entendido como crecimiento, era considerado incompatible con la equidad. Sin embargo, ahora, gracias a las teorías del crecimiento endógeno y de la economía política endógena, la relación entre crecimiento y equidad vuelve al centro del debate: “El argumento central es que una mala distribución del ingreso puede debilitar los ritmos de acumulación del capital físico y humano o afectar el crecimiento de la productividad, que son las fuentes del crecimiento económico”. 3 La educación, las limitaciones de los mercados de capitales y los mecanismos político económicos que condicionan las políticas públicas son algunos de los canales que perpetúan la mala distribución del ingreso, ahondando la conexión entre desigualdad y crecimiento.

Sin embargo, y pese a su herencia histórica, equidad no quiere decir lo mismo que igualdad, aunque sean de algún modo conceptos similares. La analogía estriba en la relación de identidad que plantean: la identidad de la igualdad es topológica, en tanto que la identidad que connota la equidad es más bien abierta. No se trata de una significación repetitiva sino más bien cambiante, abierta a la diferencia. La equidad supone la equivalencia. En matemáticas equivalencia no es lo mismo que igualdad. La equivalencia se remite a las condiciones homólogas, a valoraciones análogas, a situaciones comparables, que pueden tener recorridos paralelos. En el mismo sentido podemos decir, que la equidad se remite a condiciones éticas, existenciales, sociales e históricas equivalentes. Se trata de reconocer la diferencia, entendiendo que esta diferencia requiere condiciones homólogas de partida. Estas condiciones no pueden suponer una jerarquía preestablecida, mucho menos determinantes socioeconómicas discriminatorias. La equidad es un concepto ético, que supone equivalentes condiciones existenciales de posibilidad en un contexto socio-histórico y cultural asumido críticamente.

La equidad puede ser evaluada de un modo concreto cuando concebimos las condiciones de posibilidad socio-históricas de una forma más operativa. Encaminándonos a esta opción podemos recurrir a la sociología de Pierre Bourdieu. Este autor propone la comprensión de un conjunto de disponibilidades sociales, caracterizadas como capitales, que ubican al individuo y a los grupos no solo en el estrato social correspondiente sino en el conjunto de estrategias sociales que orientan prácticas en un campo de redes micro-sociales, políticas y culturales. Bourdieu no sólo habla de capital económico, sino también de capital social, capital político, capital cultural y capital simbólico. El capital social es relativo a la herencia de clase, el capital político se refiere al usufructo que se hace de una disposición de poder, el capital cultural se remite al bagaje educativo que puede ser manipulado en función de los intereses concurrentes y el capital simbólico adquiere un carácter significativo en el imaginario colectivo. Todos los capitales son transferibles, conmutables y convertibles; el capital social puede transformarse en el capital económico y viceversa. Lo mismo ocurre con los otros capitales. Desde esta perspectiva la equidad puede ser evaluada a partir de la disponibilidad de capitales que manejan los individuos y los grupos sociales. En este sentido la equidad no sólo tiene una connotación ética y cultural sino también sociológica, al formar parte de las condiciones y determinantes de la reproducción social.

Es esta connotación sociológica del concepto de equidad, la que hace eco en la práctica del desarrollo. Allí, la equidad debe formar parte de la construcción de un sentido práctico en la vida cotidiana de los diferentes actores que se relacionan articuladamente mediatizados por sus agencias históricas particulares.

Se entiende por práctica, un ejercicio repetido de un arte o una facultad; una destreza adquirida mediante este ejercicio. También se puede hablar de práctica como un uso continuado, una acción habitual. Se trata de una acción, de un obrar, de un hacer efectivo 4. En otras palabras, algo que viabiliza una realización, la consecución o la manifestación de un deseo, de un querer, de una intencionalidad y de un habitus. La equidad refiere entonces, a una voluntad ética viabilizadora, a una intencionalidad, a un hacer efectivas las agencias, es decir, las iniciativa históricas de los diferentes actores sociales en condiciones existenciales, sociales e históricas equivalentes. Se trata de reconocer la diferencia, entendiendo que esta diferencia requiere condiciones homólogas de partida. Estas condiciones, ya se ha dicho, no pueden suponer jerarquías preestablecidas, ni mucho menos determinantes socioeconómicas discriminatorias. Las condiciones de posibilidad socio-históricas comprenden un conjunto de disponibilidades sociales, caracterizadas como capitales, que ubican al individuo y a los grupos no solo en el estrato social correspondiente sino en el conjunto de estrategias sociales que orientan prácticas en un campo de redes micro-sociales, políticas y culturales. Así, los capitales económico, social, político, cultural y simbólico son transferibles, conmutables y convertibles, en función al tipo de agencia que establezcan los actores en sus prácticas. La equidad es un concepto ético, supone equivalentes condiciones existenciales de posibilidad en un contexto socio-histórico y cultural asumido críticamente.

Se menciona lo práctico en vinculación con la acción; sin embargo, esta vinculación puede ser entendida de tres maneras: en tanto dirige la acción misma, en tanto deriva en acción y en tanto es racional en la acción 5. La práctica de la equidad debe ser la brújula orientadora de las prácticas del desarrollo; el timón de sus actividades y estrategias de cambio y la razón última de su existencia transformadora.

1          Declaración sobre el establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional, Resolución de la Asamblea General 3201 (S-VI), Preámbulo.

2          Idem, 4 r

3          América Latina frente a la desigualdad. BID 1999 Pág. 24

4          Guido Gómez de Silva: Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española. El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica; México 1995.

5          Nicola Abbagnano: Diccionario de Filosofía. Fondo de Cultura Económica; México 1995.

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