El expresidente Carlos Mesa ya está en carrera hacia las elecciones generales de 2019. La verdad es que la noticia sería aún mejor si el historiador tuviera la firmeza -que no la tuvo para nacionalizar el petróleo en 2005-, para dejar de jugar a la figuración y a la victimización.
Dos últimas declaraciones suyas confirman su oculto interés por participar como candidato presidencial: primero, su llamado a la oposición a conformar una “coordinadora nacional” para la defensa de los resultados del 21 de febrero de 2016 y su afirmación, en tono desafiante, de que con la movilización de la gente se evitará que Evo Morales vaya a la repostulación. Esperemos que la segunda no sea una convocatoria a la desestabilización.
Bastante cercana y operando con la mayor discreción, la embajada de los Estados Unidos en Bolivia se encuentra batiendo palmas pues es conocido que sus operadores políticos se inclinan por el expresidente antes que por los jefes de los partidos de la oposición, quienes no dan señales de crecimiento en la preferencia electoral de la población.
Mesa es un político hábil ciertamente y con un sentido de aprovechar la oportunidad. Siempre aprovecha cualquier hecho para beneficio suyo. Se distanció del gonismo, del que fue su vicepresidente, cuando lo vio en caída libre y miró la oportunidad de ser presidente; reconstruyó su perfil, venido a menor, a partir de aceptar la invitación de Evo Morales para que sea el vocero de la demanda marítima y de mantener silencio cuando algunos despistados, dentro y fuera del país, lo presentaron como el estratega de la demanda ante La Haya; y ahora, se monta sobre una corriente de opinión –como lo hizo en 2003- para tratar de colocarse en el centro de los que levantan la bandera del 21 de febrero. De hecho, a la mayor parte de las llamadas plataformas del oriente, principalmente Santa Cruz, les ha arrancado más de una crítica por mostrarse como el articulador de las mismas, aunque no menos cierto es que eso pasará a un lugar secundario cuando la instrucción venga de la embajada de Mr Trump.
Pero al historiador también le falta agallas para defender los intereses del país y honestidad para reconocer sus errores. Como buen estudioso que es, siempre tiene alguna palabra para justificar sus errores o sus capitulaciones. En 2004, producto de la insurgencia indígena campesina y popular, no respetó el voto popular que en un promedio de más del 55 por ciento en cada una de las cuatro preguntas que se hizo a la gente, le mandató a recuperar el control estatal del petróleo. Mesa prefirió levantar las manos en 2005 antes que salir en defensa de la voluntad popular y pelearse con las transnacionales que se llevaban el 82 por ciento de los recursos generados por el negocio del petróleo.
Es curioso ver ahora al expresidente pedir respeto al resultado del referéndum de 2016 y no hacer ninguna referencia al ignorado sentimiento nacional de la consulta de 2004. Como dijera Ernesto Che Guevara, hay quienes le temen más a una revolución popular que a los Estados Unidos.
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