Por Rosario Aquím Chávez *-.
En momentos como el actual, en el que vemos recrudecer los fundamentalismos religiosos de todo tipo, y la doble moral estatal, es necesario recordar que el movimiento por la liberación sexual, surge como una interrogante precisamente a la ideología y a la moral cristiano-burguesa y a la homofobia estatal. Ya que, el proceso de normalización cristiano-burgués apunta a mantener la imposición de una norma heterosexual dentro del marco de la familia monogámica y patriarcal.
Esta norma ideal (irrealizable), gobierna tanto las prácticas sexuales (formas de hacer el amor); como los comportamientos afectivos (formas de vivir la propia vida como hombre o como mujer) y, las referencias culturales (formas de representarse a sí mismo como hombre o como mujer), en complicidad y legitimada jurídicamente por el estado.
Esta norma moral sexual, impone una serie de postulados que los podemos resumir de la siguiente manera: Que las relaciones sociales de dominación del hombre sobre la mujer, inducidas por la diferencia de sexos, son naturales y fisiológicas.
En función de esta naturalización falocrática, la burguesía, ha perpetuado la dominación milenaria de los hombres sobre las mujeres, ha despojado a las mujeres de todo poder, las ha excluido del saber y ha expropiado su sexualidad y su capacidad productora de vida. Así, la sexualidad de las mujeres pasa a ser razonada en función de la sexualidad del hombre y de los problemas que éste se plantea en relación con ella, negando la existencia de un discurso sobre la sexualidad de las propias mujeres.
Que la relación heterosexual entre los sexos, es conforme y natural, por estar orientada a la procreación. Con base en este postulado, se condena como anormal y contraria a la naturaleza, a las relaciones homobipansexuales.
Niega la sexualidad femenina y rechaza la homobipansexualidad. Mujeres, gay, lesbianas, bisexuales, y trans son excluidos del cuerpo social para ser recluidos en instituciones como la familia, la escuela, el prostíbulo. Es una norma misógina, porque odia lo femenino que subyace en lo homosexual. En función de esta norma moral sexual la mujer y el homosexual comparten su infantilización, su inferiorización y la negación de su sexualidad.
Oprime incluso a los heterosexuales que aceptan cumplir sus preceptos; inhibiendo sus placeres y presentándoles una serie de estereotipos para la consolidación de la pareja heterosexual, legitimada por la institución del matrimonio cuyo destino es la procreación. De ahí que, se ejerza presión social no solo sobre los solteros sino también sobre los casados sin hijos. De esta manera, se codifica la vida sexual y afectiva de los individuos, a través del discurso y la moral cristiano-burguesa.
Como cualquier forma de ideología, esta norma sexual, se materializa en un conjunto de instituciones sociales y estatales, encargadas de inculcarla. Las tres instituciones principales encargadas de educar y moldear a los individuos son: la familia, la escuela y la iglesia. Y, en el caso de los hombres esta educación se complementa en el ejército, con el culto de la virilidad y el desprecio a las mujeres.
A parte de estas instituciones encargadas de la inculcación de la norma sexual, hay otras de relevo que se encargan de los desviados: la psiquiatría y la cárcel.
En la sociedad capitalista, la sexualidad es también fuente de beneficios para el estado. De ahí que, la norma juegue un papel importante en la comercialización, canalizando la demanda hacia los circuitos comerciales creados: la pornografía y la prostitución.
Finalmente, la norma sexual transmite los valores propios del imaginario de la clase dominante en el poder: respeto a la propiedad privada y el culto al trabajo, entre los más importantes. Esta normalización que penetra en la vida cotidiana crea lo que Jean Nicolás llama procesos de sometimiento, a partir de los cuales se forjan sujetos aptos para integrar y perpetuar las relaciones de producción capitalista.
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