junio 17, 2025

El Litoral, invaluable periódico de homenaje al 23 de marzo


Por Luis Oporto Ordóñez *-.


Blas Rocabado Pérez (1861-1931), hacendado de la coca en Yungas, fundó su firma comercial dedicada a la consignación y comercialización de coca, café y cítricos, con oficina principal en La Paz, una sucursal en Coripata y una agencia en Huancané. Adquirió en Sud yungas las fincas “Pastopata”, “Maticusini” y “Huancané”, valoradas en 14 millones de bolivianos; cinco casas para rescate y prensado de coca en Coripata; que transportaban decenas de fleteros a La Paz, centros mineros, poblaciones del altiplano, norte chileno y norte argentino. Blas Rocabado cultivó con obsesión la suscripción de periódicos desde 1908 (El Maestro Ciruela), transportados a lomo de bestia, demorando tres días, hasta la inauguración del camino carretero en 1934 que acortó el tiempo. A su muerte continuó la suscripción su viuda Susana Ergueta Inda y luego sus hijos, formando una fantástica colección de 67 títulos de diarios editados en La Paz (La Razón, El Diario, La Nación, y Última Hora, etc.), de otras capitales e incluso de países extranjeros.

Entre los títulos raros se encuentra un número extra de El Litoral, que lleva como epígrafe la leyenda “Bolivia ha tenido y tendrá puerto, no por la razón de la fuerza, sino, por la fuerza de la razón” (Sic), impreso en La Paz el 23 de marzo de 1952, por Editorial Trabajo, con tirada de mil ejemplares. Se trata de una edición familiar, dedicada a rendir homenaje al Litoral boliviano, arrebatado por Chile con la invasión de Antofagasta el 14 de febrero de 1879. Con ese fin los desconocidos editores reproducen prensa de 1878: El Noticioso de Antofagasta (11 de febrero); El Caracolino de Antofagasta (6 y 20 de octubre) y El Litoral de Antofagasta (7 de noviembre); de 1879: El Tiempo de Iquique (“el blindado Blanco Encalada pretendió sustraer del vapor Ayacucho la correspondencia para las autoridades del litoral boliviano”, 20 de febrero); El Comercio denuncia la invasión del puerto de Antofagasta (1 de marzo), La Democracia de La Paz (22 de abril); La Revista del Sur de Tacna (26 de febrero y 7 de septiembre); y de 1880: La Tribuna de La Paz (27 de abril y 8 de mayo), publica la Proclama del presidente Hilarión Daza, de 13 de abril de 1879, “con ocasión de la salida del ejército hacia campos de batalla” y “A las fuerzas de su mando”, en el Cuartel General del río Maure, el 23 de abril de 1879.

Sentidos poemas de Almanzor Prudencio, J. S. Machicado, y Toribio Gutiérrez (“¡ ¿Rendirme? Que se rinda su abuela… Carajo!”); de una patriota cruceña, y ofrenda lírica de S. I.; fotografías históricas de Mariano Melgarejo, Juanita Sánchez, José Rosendo Gutiérrez, del presidente Gral. Narciso Campero y el Dr. Ladislao Cabrera. Una carta de Ladislao Cabrera dirigida a su hermano en la que manifiesta: “Me tiene U. aquí desde el día 18; he podido organizar una pequeña fuerza que será la primera en cambiar balas con los chilenos” (22 de febrero de 1879). Ricardo Ugarte, confirma que L. Cabrera reunió una fuerza de 135 hombres. Transcribe la proclama de 16 de marzo de 1879: “el parlamentario del ejército enemigo ha venido a intimarnos la rendición de la plaza y la entrega de nuestras armas. Conociendo yo vuestro abnegado patriotismo y vuestro incontrastable valor, he contestado: que defenderemos hasta el último trance la integridad del territorio de Bolivia (…) Que sepa Chile que los bolivianos no preguntan cuántos son sus enemigos para aceptar combate (…)”.

Dos documentos son particularmente valiosos. El Censo de habitantes de Antofagasta, levantado por el secretario municipal Francisco Latrille, el 1° de enero de 1879. Señala que “la población de Antofagasta alcanzaba a 8.507 habitantes de los cuales 5.234 forman el elemento masculino y 3.273 el elemento femenino. Menores de 10 años existen 1.447” y la reedición de fragmentos del Boletín de Guerra del Ejército Boliviano, no. 18, de 10 de septiembre de 1879, del “Combate de Calama del 23 de marzo de 1879”:
“El enemigo mandó refuerzos a Topáter y protegidos por tres piezas de artillería, comienzan a tender un puente sobre el río; avanzan los cazadores de a caballo en protección de esa obra pero son rechazados por los nuestros. Algunos instantes halagó la victoria, a los esforzados defensores de la honra nacional —80 cadáveres enemigos y 15 nuestros, era precio de ese prólogo grandioso del combate de Calama—. Un rato de tregua quiso dar el invasor a nuestros soldados; y a fe que les vino muy bien, pues el cansancio y fatiga era indecible”.

“Se repartió hasta el último cartucho y todas las fuerzas reconcentradas en el vértice del camino. Los obuses y ametralladoras chilenas hacían estragos. Cada soldado boliviano peleaba como un León (…) en esas seis horas de heroico combate uno contra doce. Un cuadro sublime tuvo lugar en este hecho de armas: —y es tan digno, que hará eterno honor a Bolivia. Eduardo Abaroa, rodeado de los cadáveres de sus compañeros les sobrevivía aún. Sin kepi, su fisonomía rígida, su cuerpo con heridas que manaban sangre— pero sí con el brazo firme para descargar certeros tiros, que irresistiblemente herían de muerte a los que se les acercaban. ‘Ríndase’ —le gritaban, los soldados chilenos que en número de cuarenta lo rodearon— ‘No me rindo’ —contestaba Abaroa, descargando impertérrito su mortífero Winchester: otra intimación— es igualmente contestada de una manera negativa, —entonces una lluvia de balas acribilla el cuerpo de ese héroe que cayó pronunciando el nombre sagrado de la Patria (…) A los pies del héroe se encontraron como 200 cápsulas vacías número de los tiros que descargó cumpliendo su palabra empeñada de defender ese puerto con el último aliento de su vida. ¡Oh Abaroa! Noble y denodada víctima, que abandonó el hogar querido, la amante esposa y a los tiernos e inocentes hijos por defender la integridad del territorio nacional— pero ha merecido en cambio el bien de la Patria”.

“Los chilenos quedaron dueños del campo. Con su caballería recogieron 23 prisioneros. La división invasora era acompañada de 400 mineros de Caracoles, cuyos malos hábitos son bien conocidos; éstos se encargaron en gran parte de hacer pesar sobe los infelices habitantes de Calama, el comienzo del duro yugo de la invasión. La división chilena entró toda ella en el pueblo y el Coronel Sotomayor dirigió una proclama a sus habitantes”.
“En la tarde de ese mismo día llegaban a Chiuchiu; Cabrera, Zapata y veinte de los defensores de Calama, tomaron algún alimento y descansaron (…) emprendiendo después viaje a Potosí (…) Tres días más tarde llegó a Canchas Blancas dando tranquila tregua a sus fatigas. Desde allí dirigieron partes al Gobierno sobre la muy sensible pérdida de Calama. Así concluyó este gran Drama. Los defensores de Calama cubrieron de gloria a nuestra bandera. Cabrera, Zapata, Lara, Jurado, Palalo y muchos otros se han hecho dignos de la gratitud nacional, y el noble Abaroa digno de la apoteosis. Tacna, 28 de junio de 1879”.


* Magister Scientiarum en Historias Andinas y amazónicas. Docente titular de la Carrera de Historia de la UMSA. Jefe de la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional.

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