marzo 28, 2024

¿Es posible imaginar un Estado sin militares?


Por ÓSCAR SILVA FLORES-.


Hace 70 años que en Costa Rica no ha habido ningún golpe de Estado. En el mismo periodo en el resto del continente americano se han producido alrededor de 120 acciones contrarias al Estado de derecho destinadas a interrumpir, en su mayoría, procesos democráticos y dejar la administración gubernamental en manos de militares. En esas siete décadas la nación centroamericana ha incrementado sus presupuestos de salud, educación e infraestructura en más del cien por ciento y su crecimiento económico ha sido constante.

Debe ser raro vivir en un país donde no hay militares armados en las calles, pregunté hace unos días a un “tico” y este me respondió que lo raro era vivir con militares en las calles, fuertemente armados. No sé cómo reaccionaría la gente allá si nos sucediera lo que a ustedes, me dijo. En mi país son los estudiantes los que desfilan en las fiestas cívicas y los que también cumplen labores de acción cívica, como voluntarios, cuando se producen situaciones inesperadas como desastres naturales. Qué otra cosa más hacen los militares en Bolivia me preguntó, dando por cerrado el tema y dejándome sin respuesta.

No fue la primera vez que me cuestioné cuál es la finalidad, en un país de escasos recursos económicos y con muchas necesidades prioritarias en distintos rubros, de mantener una institución como la militar, cuyo aporte a lo largo de la historia ha sido prácticamente nulo.

Las Fuerzas Armas en Bolivia, en lo militar, han tenido un papel decepcionante. No existen, salvo sucesos muy aislados como la batalla de Piedras Blancas, acontecimientos relevantes en la historia militar del país. Sus acciones bélicas más importantes han sido las masacres en contra del propio pueblo que las mantiene y los golpes de Estado. Catavi, San Juan, Tolata, Epizana, Todos Santos, Warisata, El Alto, Sacaba y Senkata forman parte de una lista incompleta de esas masacres protagonizadas por las gloriosas Fuerzas Armadas.

Se llevan una significativa parte del presupuesto del Estado. Un 80% de aquel está destinado al pago de salarios de los casi 10 mil oficiales, suboficiales y sargentos de las tres armas. El saldo se utiliza en la alimentación, vestido y socorros de unos 40 mil soldados y marineros. Una serie de privilegios rodean la vida militar desde el inicio de su carrera. Reciben formación gratuita en los institutos militares, al culminar sus estudios tienen asegurada su remuneración, disponen de vivienda, alimentación y muchas otras ventajas con relación al resto de los ciudadanos.

Pero no solo eso. Al concluir su carrera militar, son los únicos que reciben una jubilación equivalente al 100% de su último salario, cuando la inmensa mayoría de los bolivianos reciben rentas de jubilación miserables que no llegan a la cuarta parte de la jubilación militar. Y por si fuera poco, quienes no logran ascender al grado de general o almirante, porque no hicieron los méritos para subir de grado, se van a sus casas, o pueden irse de vacaciones o hacer lo que les dé la gana durante cinco años, con todo pagado; es decir, siguen recibiendo sus salarios completos, aguinaldos, bonos, víveres y otros beneficios de manera por demás inexplicable. Son unos privilegiados. Son una casta especial. ¿Hasta dónde es correcto que eso suceda así?

¿Es posible imaginar un Estado sin militares? ¿Un Estado en el que el presupuesto destinado a la milicia vaya a fortalecer la educación y la salud? ¿Es posible imaginar un país que con sus aciertos y errores viva en el marco de las reglas de juego establecidas por la Constitución, sometiéndonos únicamente a la voluntad de la mayoría y no estar ante el riesgo permanente de que cualquier día nos encontremos con nuestras calles invadidas por tanques, camiones y soldados que comen, se visten y portan armas y municiones gracias a nuestros impuestos, pero además usan esas armas y municiones en contra de su propio pueblo?

Costa Rica no es el único, existen varios otros Estados más que también han prescindido de la milicia y mal no les va. ¿Podríamos hacer lo mismo?

* Periodista y abogado

Sea el primero en opinar

Deja un comentario