marzo 24, 2025

Cuento etnográfico de tradición oral: La boda de Camila

Por Sonia Victoria Avilés *-.


¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Pedro Calderón de la Barc, La vida es sueño, 1635

Veo todavía a mi abuela materna sentada en su cómoda poltrona narrándonos cuentos de terror ante mi petrificado hermanito pequeño –a quien se le salían los ojos de las órbitas y más tarde no quería dormir ni ir a ningún lugar solo–; recuerdo también a los leales criados arrodillados a los pies de la majestuosa vieja, a quien llamaban la Mamá; a mi tía la Negra [1] –la fiel hija que siempre la acompañó hasta el final–; a mi prima –mi contemporánea, quien fallecería en plena juventud y me demostraría que hay algo más allá de esta vida, 20 años después, desde su lecho de muerte (pero eso es parte de otra historia)–, y a mí misma, todavía una niña: especialmente receptiva; todos sentados en torno a Ella, mientras el fuego de su tiznado fogón a leña continuaba encendido.

Empezaba así mi abuela materna Elizabeth Arana [2] el siguiente relato:

Tuve una hermana mayor a la que nunca conocí. Hermosa, de cabellos rojos y ojos azules, contaba mi madre. Mi bella hermana Camila estaba prometida a un doctor de la ciudad, a quien había conocido en el pueblo, cuando el joven médico hacía sus prácticas en provincia.

Aquel inolvidable día, Camila preparaba dichosa el recibimiento de su novio, quien llegaría en cualquier momento de la ciudad trayendo consigo el ajuar de novia.

– ¿Mamá cómo será mi vestido?

– ¡Será maravilloso Camila!

–Mamá he tenido un sueño absurdo. Desperté con lágrimas en los ojos. Pero… ahora al recordarlo río…

–Dime hija. ¿Qué sueño era?

– ¡Estaba yo, mamá, casándome con un hermoso traje blanco, la ceremonia era estupenda y la iglesia ni qué decir: llena de flores! Cuando el párroco venía a bendecirnos, me giré para contemplar por última vez a mi novio, porque luego ya sería mi esposo y… ¿no sabes quién me llevaba al altar?

–El doctor. ¡Quién más Camila!

– ¡No mamá! Era el indio Mayoral, el capataz de la finca, el que te ayuda tanto en el campo…

– ¿Mayoral, el fuerte Mayoral? ¡Por Dios, pero ese hombre podría ser tu padre, te conoce y aprecia desde niña, además… Nooo, que insensato!

– ¡Lo ves, mamá, no te digo que fue un sueño descabellado! Empero… no fue todo. Qué ceremonia extraña la que soñé. Mi hermoso vestuario traía un fino y delicado tul que cubría mi rostro. Los invitados se me arrimaban tanto a felicitarme que lo descolocaron, entonces tía, la Cotilla, se acercó premurosa y toda emocionada y llorosa me dijo: “Camilita qué te han hecho, mira cómo te han dejado el velo”, y con tanta prolijidad –como es ella, una escrupulosa– me lo acomodó.

– ¡Tonterías Camila, vas a terminar de batir los huevos para el bizcochuelo ¿sí o no?! ¡Hasta a mi hermana tenías que imaginar… esa metiche! ¡Cuando no!

¡En ese instante se escuchó un estruendoso disparo!

– ¡Mamá!, gritó Camila. ¿Qué está sucediendo?

– ¡No sé hija…!

Salió corriendo la madre de la cocina para ver a su esposo, rifle en mano, sentenciar al dueño del cerdo que yacía muerto a sus pies: “¡Y que no se atrevan sus bestias a entrar de nuevo a mi chakra [3]!”

Ante tal hecho, el propietario del cerdo demandó al padre de Camila ante la justicia y en menos de una hora se lo llevaron preso.

¡Cuántos acontecimientos en una jornada tan especial! Pobre Camila, se casaba al día siguiente y de estar plena de dicha ahora suspiraba apesadumbrada…

–Mamá, me dicen que el Subprefecto está arribando al pueblo, quizás llega con mi prometido, voy a esperarlo…

– ¡Camila! ¿Y la huatía [4]? Todo lo dejas a mí… miserable chiquilla…

Camila corrió con el corazón en la boca, llena de sentimientos encontrados, júbilo, porque quizás en aquel carruaje llegaba también su prometido, y tristeza, porque la invadía la incertidumbre frente a una difícil tarea.

Ya en la plaza principal, divisaba toda inquieta llegar un carruaje, y de él descendía una de las autoridades principales de la región: el Subprefecto –invitado también al matrimonio–.

–Señor Subprefecto, ¿cómo ha estado el viaje?

– ¡Camilita! ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar preparando tu boda? ¡Te casas mañana! Tu prometido llega más tarde, en el próximo carruaje.

– ¡Ohhh! Pensaba que viajaba con Ud. Bue-e-e-no yo… permítame pedirle algo…

La joven le imploró por la liberación de su padre, contándole a detalle lo sucedido. “Camilita, yo estoy a tus pies. Me informan que fue necesario detenerlo, de lo contrario su vecino se hubiera cobrado con ustedes la muerte del puerco, y todo hubiera sido mucho peor. Sin embargo, ahora está más tranquilo, se siente recompensado con la reclusión de tu padre. Pero no te preocupes, mañana temprano lo liberaremos, y con tu boda los ánimos se calmarán, sé que será un magnífico acontecimiento. ¡Felicidades Camila!”. Abrazó el Subprefecto a la chica.

En casa, la madre se encontraba enfadadísima, tenían un sinfín de cosas por hacer y la interesada no estaba.

– ¡Camila, dónde has estado, desgraciada!

–Mamá no se enoje, estoy tan feliz –la joven bailaba dando vueltas de alegría. ¡He visto al Subprefecto y me ha prometido que mañana liberarán a papá! ¡Es mi mejor regalo de bodas!

–Ayyy, hija, es la mejor noticia del día.

La madre se tranquilizó muchísimo, hasta el punto que se arrepintió de haber regañado a Camila. “Hija estás un poco pálida, has hecho tanto hoy. Qué día. Te traeré un vaso de agua, siéntate”. Reflexionaba la madre, mientras invitaba a descansar un poco a la joven.

Salió la madre de la habitación con dirección a la cocina, cuando sintió un grito de terror por parte de Camila e inmediatamente volvió sobre sus pasos. “Camilita. ¿Qué pasa, hija, qué te ocurre?”. La chica yacía por tierra. En ese instante, se aglomeraron los empleados de la casa y otros familiares para socorrer a la madre que tenía en brazos a una Camila inerte. “La prueba del espejo. Háganle la prueba del espejo”, dijo alguien.

Le pasaron un espejillo pequeño a la madre, quien lo colocó delante de la boca de su hija, y este no se empañaba, Camila estaba muerta. Inútiles fueron todos los esfuerzos por reanimarla.

En el transcurso de aquella fatídica tarde llegó la siguiente diligencia, el ilusionado novio traía consigo el ajuar de novia tan esperado por Camila. Ante la noticia el joven enamorado sollozaba desconsolado.

La fiesta de recibimiento se convirtió en un velorio. Los bizcochuelos y demás masitas se quemaron en el horno de barro que nadie más atendió, así como la huatía, que se carbonizó bajo la tierra.

Aquel sábado, muy temprano soltaron al padre de Camila, quien ya no asistiría al matrimonio sino al sepelio de su amada hija.

La vistieron de novia, pues su prometido no quería llevarse de nuevo el traje y pidió a la familia que fuera su ajuar mortuorio. Asimismo, solicitó su comprensión, estaba tan afectado que decidió no quedarse ni un minuto más en el pueblo y partió de inmediato en el mismo coche en el que había llegado.

Una vez preparada, la llevaron en el féretro a la iglesia. Al ingresar hacia el altar mayor, el padre de Camila, quien era uno de los portadores principales del ataúd, se sintió mal, un dolor

agudo le oprimía el corazón, y las lágrimas no paraban de bañarle el rostro. En ese momento, Mayoral, el indio grande y fuerte, se le acercó: “Patrón, yo tomo su lugar”. Y fue precisamente él quien acompañó a Camila hacia el altar, mientras el párroco se acercaba a darles la bendición.

Con delicadeza extrema los portadores apoyaron el ataúd en medio de las coronas y flores que adornaban la nave principal del templo. Abrieron luego la portezuela superior del cajón para que todos se despidieran por última vez de Camila. No había en el pueblo una chiquilla más querida que ella.

Claro está que no faltó quien le diera un beso, o le acariciara el cabello o la frente. Fue en uno de esos momentos de homenaje cuando la Cotilla se aproximó y toda conmovida y lacrimosa le dijo: “Camilita qué te han hecho, mira cómo te han dejado el velo”. Y con excesivo cuidado y cariño arregló la fina gasa sobre el rostro inmóvil y frío de la joven, ante la mirada congelada de su madre.

Ya en casa, la madre no aceptaba la pérdida y lloraba sin consuelo a su retoño. Sintió, inesperadamente, un silbido que venía del exterior, levantó la vista hacia la ventana y vio el rostro de Camila, se precipitó sin más hacia la puerta, salió de la habitación al patio principal y no encontró a nadie, gritó entonces desesperada: “¡Camila, Camila Elizabeth…!”. Y al interior de su vientre, un nuevo ser saltó: una niña. ¡Esa niña era yo!


  • Doctora en Arqueología e Historia.

1       En contraste a mi abuela, mi tía era de piel muy oscura, más parecida a mi abuelo, también moreno.

2       Mi abuela rondaba los 70 cuando nos contó esta historia, que aconteció el año 1914 en Inquisivi, La Paz.

3       Chakra. Vocablo quechua que significa campo de cultivo.

4       Huatía. Vocablo quechua que describe la carne cocinada bajo suelo. Para la cocción, se cava un hoyo que se recubre con piedras calentadas al sol o con fuego; sobre el lecho cóncavo de piedras se coloca la carne, generalmente de cerdo. También acompañan al menú: papas, habas, maíz, ocas, queso y otros productos de estación a voluntad. Luego se protege el todo con yerbas aromáticas y finalmente se cubre con tierra. Se espera unos 45 minutos, para desenterrar un perfecto horneado en las entrañas mismas de la tierra.

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