marzo 21, 2023

Las trampas del capitalismo verde

Por José Galindo *-.


El nuevo reporte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es tan necesario como insuficiente al poner en conocimiento del mundo entero la real posibilidad de que la humanidad se esté conduciendo hacia el abismo, pero sin cuestionar la verdadera causa de esta situación, que no estriba únicamente en la relación de nuestra especie con la naturaleza, sino entre los propios seres humanos. En ese sentido, las propuestas de desarrollo sostenible y capitalismo verde no son solo ingenuas, sino mentirosas.

Un nuevo reporte de las Naciones Unidas se suma a la larga procesión de advertencias de los últimos años acerca de los peligros que la humanidad podría afrontar de no variar su forma de relacionarse con el planeta. Concretamente, se nos habla de una posible sinergia entre desastres naturales, vulnerabilidades económicas y crisis políticas retroalimentándose entre sí, en un círculo vicioso que decantaría en una situación de Total Colapso Social, del cual ya resultaría muy difícil recuperarse. Para evitar esto es necesario algo más que la celebración del Día del Peatón una vez por año, siendo urgente cambiar la relación entre los seres humanos.

El documento titula Reporte de Evaluación Global sobre Reducción de Riesgos de Desastres 2022, y fue puesto a conocimiento del público por la Oficina para la Reducción de Riesgos de Desastres de las Naciones Unidas en mayo de este año. Parte de un enfoque sistémico desarrollado por diferentes universidades europeas a finales de la década pasada, por lo que puede presumirse la rigurosidad científica de su elaboración.

¿Ignorado o desapercibido?

Lo más sorprendente es que el informe en cuestión, endosado por el Secretario General de las Naciones Unidas, Orlando Guterres, pasó inadvertido por las principales cadenas de medios de comunicación del mundo, pese a la severidad de sus sentencias. Después de todo, la sola mención de las palabras Total Colapso Social (así, con mayúsculas) en un informe del principal organismo supranacional del planeta debió provocar cierta resonancia en la comunidad internacional o, por lo menos, en una parte de la opinión pública.

No es que su recepción haya sido nula, pero ciertamente el eco producido por la noticia no es el que podría esperarse de un documento con conclusiones tan preocupantes. Debe considerarse que este no es el primer grito de peligro que las Naciones Unidas le han hecho al mundo, con por lo menos media docena de reportes igual de ominosos. Especial mención merecen las entregas periódicas del Panel Internacional de Expertos sobre el Cambio Climático, también de la ONU, que incluso ha fijado la fecha en la cual se habrá sobrepasado el punto de no retorno: 2030, año después del cual las cosas ya no podrán mejorar, sin importar lo que se haga.

Esto último no debería sorprendernos si se toma en cuenta que en lo que va del siglo se han desarrollado por lo menos una veintena de cumbres y conferencias internacionales que no han conseguido imponer acuerdos vinculantes para las principales potencias económicas e industriales del planeta, con los fracasos de Kioto y París siendo los más ejemplares y con los Estados Unidos, el principal emisor de gases de efecto invernadero por décadas, retirándose de los principales mecanismos multilaterales en la corta administración de Donald Trump.

Lo llamativo de este silencio es, a pesar de todo, su carácter rutinario, más allá de las crisis que se han ido afrontando en lo que va del siglo, lo que parece indicar más una política de indiferencia que una situación de ignorancia colectiva.

La tesis principal

El marco teórico del cual parte este último trabajo es el de los límites planetarios, desarrollado por el Centro para la Resiliencia de Estocolmo en 2009, y el documento de investigación Pandemias, extremos climáticos, puntos de no retorno y riesgo de catástrofe global, publicado por Thomas Cerbev, investigador del Centro de Estudio para los Riesgos Existenciales de Cambridge, entre otros trabajos académicos del área.

En lo central, se trata de un análisis basado en la ciencia sobre los riesgos de que perturbaciones humanas desestabilicen el sistema de la Tierra a un nivel global; entendido como un todo armónico donde cada una de sus partes es afectada por su relación de codependencia con las otras y la totalidad del sistema.

Según este enfoque, la estabilidad de las condiciones de habitabilidad del planeta depende de nuevos sistemas que funcionan como espacios de operabilidad humana con diferentes áreas que comprenden la seguridad, la incertidumbre y el peligro, como principales puntos de referencia. Es decir, cada uno de estos sistemas tiene su propia zona de seguridad o peligro, sin ser por ello autónomos o independientes entre sí, lo que significa que la mejora en las condiciones de unos pocos y la relegación de los otros no implica que el planeta entero deje de estar en riesgo.

Los nueve sistemas clave para garantizar la habitabilidad humana son: 1) Cambio climático; 2) Integridad de la biósfera; 3) Agotamiento de la capa de ozono; 4) contaminación atmosférica por aerosol; 5) Flujos bioquímicos de nitrógeno y fósforo; 6) Liberación de nuevos químicos, metales pesados, materiales radioactivos y plásticos en los ecosistemas; 7) Acidificación del océano; 8) Uso del agua dulce; y 9) Cambios en el sistema terrestre.

Ahora bien, solamente el último sistema, el terrestre, se encuentra dentro de la zona de seguridad, con el resto o bien en la zona de incertidumbre o en la zona de peligro, de la cual se pasa a una situación de daño irremediable, donde se hallan la liberación de nuevos químicos en los ecosistemas (6), cambio climático (1), acidificación del océano (7). El resto de los sistemas se ubican en la zona de incertidumbre, que es la etapa previa. El paso de un escenario o zona a la otra suele ser una cuestión de un par de décadas, estimándose que el punto crítico se daría entre 2030 y 2040.

Falla sistémica general

Al tratarse de un sistema, y esto es lo central, pueden desencadenarse relaciones de sinergia o círculos viciosos entre dos o más sistemas en falla, lo que conllevaría a una situación de Total Colapso Social, en el que ya no sería posible poner en marcha medidas de alivio ni precaución debido a que las sociedades estarían paralizadas por sus respectivas crisis económicas y sociales.

Por ejemplo, habría catástrofes naturales que provocarían crisis económicas, las que a su vez desembocarían en crisis de ingobernabilidad, que redundan en peores crisis económicas, rematadas por otra catástrofe natural.

En total, se consideran cuatro escenarios que van de mejor a peor, dependiendo del cumplimiento de los objetivos del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres, así como de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, teniendo como plazo el año 2030. Estos escenarios son:

  • Tierra Estable: No se han traspasado los límites de cada sistema, se implementan las políticas de Sendai y de Desarrollo Sostenible exitosamente, hay poco riesgo de que se den eventos catastróficos globales y se toman medidas preventivas;
  • Tierra en Incertidumbre: No se han traspasado los límites de todos los sistemas, pero ya se dan algunos eventos catastróficos globales, y las metas de Sendai y de Desarrollo Sostenible corren el peligro de no lograrse;
  • Tierra en Peligro: Se han traspasado considerablemente los límites de cada sistema, hay un alto riesgo de eventos catastróficos globales y las metas de Sendai y de Desarrollo Sostenible corren un alto riesgo de no lograrse;
  • Colapso Global: Se han traspasado por mucho los límites de cada sistema, con eventos catastróficos sucediendo en todas partes y donde ya no es posible cumplir las metas de Sendai ni de Desarrollo Sostenible. En este escenario, las crisis generan más crisis, pasando de desastres naturales a crisis económicas a crisis sociales a crisis políticas, y donde ya no es posible aplicar medida alguna por la insuficiente capacidad de los Estados. Un escenario casi apocalíptico.

Debe aclararse que cuando se habla de eventos de catástrofe global se refieren a situaciones donde se dan 10 millones de muertes o pérdidas por más de 10 trillones de dólares, y no en un nivel local, sino en varios Estados de forma simultánea. En tales situaciones se presume que se ha sobrepasado la capacidad de respuesta de los gobiernos, al mismo tiempo que la comunidad internacional tampoco cuenta con los recursos para prestar asistencia de manera efectiva.

Este tipo de situaciones ya se han dado en el pasado, por cierto, aunque sin llegar a la escala que el informe presume que podría darse. Basta con recordar la hambruna del Cuerno del África entre 2007 y 2008, o las millones de muertes que se dan anualmente por causa de la violencia en Centroamérica. Se trataría, sin embargo, de calamidades localizadas, según los parámetros de este informe, puesto que en una situación de Colapso Global no se hablaría de regiones sino de continentes enteros sumidos en el caos.

Lo que el informe no toma en cuenta

El documento es rico en cifras y en consideraciones detalladas acerca de posibles situaciones catastróficas, así como también en la mención de experiencias pasadas, como la que se dio luego de la cuarentena mundial a causa de la pandemia de Covid-19 durante casi todo el 2020, que implicó, entre otras cosas, la interrupción de las cadenas productivas de ciertas mercancías como chips y microchips, que provocaron la escasez de computadoras y celulares en el mundo entre finales de 2021 y principios de 2022.

Tal vez todo el paradigma del cual parte el informe sea inadecuado para poder lidiar con la situación de manera efectiva, puesto que no considera la posibilidad de transitar de un orden mundial que obliga a los Estados a buscar el crecimiento económico indefinido o infinito en un planeta de recursos finitos, dando por solución aquello que podría considerarse una quimera en la actual etapa de la humanidad: el desarrollo sostenible.

Por desarrollo sostenible se entiende la promoción del crecimiento económico y social sin poner en riesgo el bienestar de generaciones futuras ni sus condiciones de reproducción, pero sin afectar los intereses de las grandes corporaciones transnacionales que invierten millones de dólares anualmente solamente para contrarrestar la importancia de trabajos como los citados por este informe, a través de un poder mediático omnipresente y defendidas por el imperio más grande que la historia de la humanidad haya visto: los Estados Unidos y su Complejo Militar-Industrial.

El correlato de esta miopía no es otro que el del capitalismo verde como supuesta solución a los problemas de la humanidad, en el que las empresas tendrían la capacidad no solo de autorregularse en orden de no dañar el medioambiente, sino en el de hacer de la conservación misma de los ecosistemas un negocio. Algo que ha demostrado ser una verdadera quimera al día de hoy.

Es decir, a pesar de lo importante de su mensaje y la cientificidad de su metodología, el informe adolece de no poder superar la limitación de concebir el desarrollo como crecimiento anual del Producto Interno Bruto (PIB), que no mide ni siquiera el bienestar de las sociedades, ni mucho menos de las personas, algo que, irónicamente, ya fue superado por las propias Naciones Unidas cuando comenzaron a usar el Índice de Desarrollo Humano como nuevo paradigma para medir el grado de bienestar de los seres humanos.

En ese sentido, el informe se limita a proponer la transformación de la relación de los seres humanos con el planeta, y ni siquiera en términos radicales, dejando intactas las actuales relaciones entre los propios seres humanos, que redundan en el deterioro de los ecosistemas y la biósfera terrestre. Por ello, queda claro hasta para los espíritus más conservadores que para evitar una potencial catástrofe global es necesario superar el sistema económico internacional que ha hecho de la vida misma una mercancía: el capitalismo.


* Cientista político.


Ilustración:              Etten Carvallo

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