octubre 12, 2024

Cuáles son las verdaderas razones de la ruptura boliviana con Israel

El pasado martes 31 de octubre el Gobierno decidió adoptar una posición definitiva en relación a uno de los acontecimientos mundiales más relevantes de las últimas dos décadas: el exterminio del pueblo palestino. No oponerse de forma taxativa ante lo que es a todas luces un crimen de lesa humanidad constituye una forma de complicidad aberrante muy similar a la que cometieron los simpatizantes del fascismo durante el Holocausto perpetrado por la Alemania nazi. No obstante, la resolución diplomática del país andino-amazónico debe entenderse incluso más allá del imprescindible campo de la ética y la simple moral humanista, pues se está ante un problema que puede conducir a derroteros de volatilidad geopolítica que deben ser evitados aun siguiendo lógicas pragmáticas o estratégicamente militares. No se puede extinguir a un pueblo y esperar que no traiga consigo consecuencias de largo alcance para el resto de la Humanidad.

Partamos de los hechos inmediatos. El pasado 7 de octubre la organización armada Hamás desplegó un ataque con misiles en contra de la ocupación israelí sobre la Franja de Gaza que tuvo por resultado más de mil 400 muertos, casi cinco mil 400 heridos y 230 rehenes, algunos de los cuales fueron ejecutados pocas horas antes de concluir la operación militar. Por su parte, el Estado israelí respondió atacando regiones ocupadas por civiles palestinos, provocando la que hasta ahora se considera como una de las peores crisis humanitarias de este siglo, con más de nueve mil 500 personas fallecidas, la mayor parte mujeres y niños, y una cantidad de heridos superior a 32 mil, solo hasta el pasado viernes. El Ejército israelí no tomó prisioneros.

Más allá de lo aparente

Uno podría pensar que se trata de una reacción injustificada pero predecible frente a un acto de agresión de connotaciones religiosas, pero tal perspectiva resultaría equivocada. A diferencia de Hamás, Israel es un Estado supuestamente democrático y, por lo tanto, sujeto a las normas del Derecho Internacional y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que condena todo acto de genocidio, como el que actualmente comete el gobierno de Benjamín Netanyahu al desatar una ofensiva en contra de población civil desarmada. Pero eso no es todo, pues debe añadirse a esta consideración otra no menos importante: Israel es un Estado colonial que viene apoderándose de territorios ajenos desde mediados del siglo pasado, con el patrocinio del gobierno de los Estados Unidos, cuyo apoyo no pasa por cuestiones de simpatía ideológica o religiosa, sino porque al armar a Israel hasta los dientes se asegura para sí mismo un Estado gendarme sobre una región en la cual tiene intereses estratégicos, estableciendo algo así como un virreinato en el corazón del Medio Oriente: y cualquiera sabe que todo imperio que se tome en serio a sí mismo debe tener control sobre el Medio Oriente.

Profundicemos sobre esto último un poco más. En 1947 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) decidió impulsar el establecimiento de judíos en el territorio de Palestina –entonces bajo dominio imperial británico–, cuya población ya venía resistiendo después de décadas de opresión no sin contradicciones, pero sí de forma resuelta. La arremetida occidental en este territorio probaría ser mucho más implacable que lo que aquel pueblo había enfrentado hasta ese momento, pues no solo tenía en contra suya a otro pueblo que profesaba otra religión recién salida de una terrible guerra, sino a la principal potencia económica y militar que emergió de la Segunda Guerra Mundial, con capacidad nuclear incluida: los Estados Unidos. A pesar de ello se defendieron, dando inició a la Guerra Árabe-Israelí en 1948 y otra serie de conflictos que se extienden hasta nuestros días, como la Guerra de los Seis Días de 1967 y tres rebeliones populares de rechazo a la ocupación israelí de su territorio o Intifadas: en 1987, 2000 y 2017. Es en ese proceso, a mediados de los años 60, que se crea Hamás no como organización terrorista, sino como ejército de resistencia ante la ocupación colonial. Un movimiento cuyos métodos deben condenarse, como toda forma de violencia, pero con un origen que tiene una explicación que va más allá de los estereotipos islamofóbicos ya desgastados para el día de hoy.

El nazismo revisitado

Sobre aquel territorio que terminó ocupando Israel mediante la fuerza y uno de los despliegues militares más significativos y respaldados por los Estados Unidos se conformaron dos regiones donde todavía resiste el pueblo palestino: la Franja de Gaza y Cisjordania.

Gaza tiene una extensión de apenas 360 km², y en ella se concentran más de dos millones de personas, algo así como el campo de concentración más densamente poblado del mundo. Solo para comparar: Bolivia tiene 10 millones de personas en más de un millón km².

Gaza cuna de Hamás y Cisjordania ofreció resistencia, aunque con otros métodos, como la política, muy ejemplificada por su líder Yasser Arafat. Ambos territorios vienen siendo ocupados por Israel desde hace más de 70 años, y no solo por el ejército de aquel Estado, sino además por una población decidida a conquistar más territorio para beneficio propio, que les garantizaría, como lo nota un canal de YouTube llamado Bad Empanada, tierras, estatus racial y mano de obra barata. Es decir, no se trata solo de una acción de conquista territorial promovida por un Estado, sino de una que cuenta con apoyo popular: un movimiento etno-fascista, como nota el autor de varios podcasts sobre el tema.

Un movimiento etno-fascista que tiene su propia doctrina política o ideología: el sionismo, que se remontan a finales del siglo XIX, irónicamente como una respuesta frente al antisemitismo que inspiró a los nazis, quienes cometieron actos horrendos como el que hoy lleva a cabo el gobierno de Israel, pero con apoyo de su pueblo que votó mayoritariamente por Netanyahu.

Un hecho de estas dimensiones difícilmente puede ocurrir sin atraer la atención de todo el mundo, por lo cual se “negociaron” varias soluciones al menos desde finales de los años 70, como los Acuerdos de Camp David en 1978 o los Acuerdos de Oslo en 1993, después de lo cual se creó la Autoridad Palestina que lideró Arafat pero a la que nunca se le permitió consolidarse como un Estado al ser cercada poco después con la construcción del primer muro israelí alrededor de Cisjordania.

1994 es el año en el que se da el primer ataque de Hamás, en respuesta a la agresión israelí que, debemos notar, era realizada por civiles sionistas armados o paramilitares. Como se podrá notar, detrás de esto opera una lógica coherente de ocupación territorial en beneficio de un pueblo y detrimento de otro: consciente, premeditada o como quiera calificarse un acto evidentemente culpable de malas intenciones, por decir lo menos. Una intencionalidad que toma forma definitiva en 2014, cuando ya no es solo la Franja de Gaza, sino la propia Cisjordania la que comienza a ser invadida en el más literal de los términos, significando aquello familias israelís que entran a hogares palestinos desocupando o asesinando a sus moradores y consolidando su apropiación con apoyo del Ejército y uno de los servicios de inteligencia más sofisticados de la actualidad: el Mossad.

Una vez que entendemos que la región sobre la cual se asentó el Estado de Israel no era una tierra baldía, como anota otro creador de contenido digital llamado Yugopnik, ni el pueblo judío uno sin territorio, pues este habitaba prácticamente toda Europa sin necesariamente pertenecer a un Estado, podemos comprender que estamos ante una forma de Estado colonial específica que muchos llaman Estado apartheid, por la manera en la que dividió y dispersó al pueblo palestino en algo así como reservas o espacios de confinamiento que le dan una aparente mayoría demográfica al Estado de Israel, como lo demuestran algunos análisis del Canal Red en YouTube.

Pero, a diferencia de otras ocasiones, esta vez la matanza ha cobrado una fuerza inusitada, que parece perseguir un objetivo concreto: la eliminación de una población completa, sin recurrir a ninguna forma dramática. A tal propósito han decidido aportar no solo los Estados Unidos, sino casi toda la Unión Europea (UE) y una pequeña parte del Sur Global, con lacayos como los gobiernos de Paraguay y Guatemala.

Las razones de Bolivia y los pueblos del Sur Global

Dichos países y Estados promueven algo quizá peor que un genocidio, como apunta en el artículo “Borrando a Palestina” el columnista de Al Jazeera Omar Suleiman: “los Estados occidentales no están preocupados por la masacre y la injusticia, sino porque la creación de nuevos refugiados los perjudique en el futuro, por ello están dispuestos a condonar un hecho que es algo más que un genocidio o una simple limpieza étnica, sino un exterminio”. Se trata de borrar no solo a Palestina y al pueblo palestino, sino todo recuerdo que pueda haber de ellos en los libros de historia y hasta de quien quiera evocar su memoria. A esto contribuye el presidente de los Estados Unidos, Joseph Biden, de forma totalmente consciente hasta para una persona tan senil como él, enviando armas y recursos para consolidar aquel acto de brutal genocidio; seguido por fantoches como Macron y otros líderes de la UE que se apresuraron en señalar que estaban al lado de Israel tan pronto como este comenzó a masacrar mujeres y niños en Gaza.

Recordemos: no es un accidente que estén muriendo civiles, es justamente eso lo que se quiere lograr, razón por la cual se bombardean ya no solo hospitales, sino campos de refugiados ocupados exclusivamente por civiles, y supuestamente protegidos por el Derecho Internacional. Y ello mientras se bombardean zonas residenciales, casas ocupadas por familias, con fósforo blanco, un material bélico prohibido en todos los acuerdos entre Estados, pues su uso equivale prácticamente a un acto de tortura.

A partir de acá repasemos los últimos acontecimientos diplomáticos que condujeron la determinación boliviana:

  • 18 de octubre: Estados Unidos veta una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que llamaba a un cese humanitario de hostilidades, que habría salvado miles de vidas;
  • 27 de octubre: En Asamblea General de la ONU: 120 miembros votaron por un cese del conflicto; 45 se abstuvieron; 14 votaron en contra. Uruguay se abstuvo de votar por un cese a las hostilidades y Paraguay y Guatemala votaron en contra del cese humanitario al fuego.
  • 31 de octubre: Bolivia rompe relaciones diplomáticas con Israel; Colombia llama a consulta al embajador sionista y Chile hace lo propio con su embajador en Israel; Argentina y México condenaron abiertamente las masacres; Brasil pidió un cese humanitario; Ecuador y Perú se mantuvieron neutrales llamando a la paz y condenando el bombardeo al campo de refugiados.

Es en ese contexto que debemos entender la disposición moral del pueblo y el gobierno boliviano: aceptar con indiferencia y apatía lo que se le hace al pueblo de Palestina puede ser una falta perdonable en un habitante del mundo desarrollado, pero no para nosotros, pues implica hacernos de la vista gorda frente a algo que podría pasarnos como bolivianos, como cubanos, como venezolanos o como mapuche. Ignorar la matanza de un pueblo puede ser, a la larga, un suicidio.

Pero añadamos una consideración final, ya de orden pragmático: hoy en día las guerras tienen una ubicuidad absoluta, lo que significa que están en todas partes al ser transmitidas por las redes sociales en casi tiempo real, haciendo de los seguidores casi participantes del conflicto, lo cual puede llevar a consecuencias impredecibles; a lo que debe sumarse la dificultad que tiene para todo ejército desplegar acciones sobre zonas urbanas densamente pobladas, como lo nota el analista militar ruso Prokhor Yu Tebin, quien en un artículo que podría traducirse en “El callejón sin salida de Hamás-Israel: la dimensión militar del desastre” señala que mantener el statu quo en Palestina es inviable mientras que continuar con la política de asentamientos israelí es políticamente inaceptable y hasta defensivamente peligroso para el propio agresor. En todo caso, se indica que, aunque una expansión regional del conflicto es improbable, esta es perjudicial para casi todo el mundo y sobre todo para el continente euroasiático.

Finalmente, el problema puede no ser una escalada regional del conflicto, sino la deshumanización del planeta tras un nuevo genocidio, prevenible a toda luz. En el caso de Bolivia se trató de una decisión diplomáticamente acertada y humanamente coherente.

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