por: Pilar Uriona Crespo
Cartagena de Indias impresiona y desconcierta. Visitar la ciudad vieja y descubrir cada rincón colonial es sin duda una aventura. Sobre todo porque, al hacerlo, las y los visitantes están conminados a comprender su historia empleando la fantasía y situándose, a través de ella, en una temporalidad que cada cual representa en su cabeza definiéndola como “el pasado”.
Esta acción poco común de extasiarse en retrospectiva, sin embargo, se ve empañada por otra: aquella que implica sentirse turbada/o por constatar que toda la belleza arquitectónica circundante no protege de la miseria y la violencia.
En las calles, a ciertas horas, ambas se perciben o palpan como un espejismo inquietante, pues el intento de seguir siendo un destino turístico seductor ha hecho del cuidado del patrimonio y de la seguridad ciudadana un mandato, que se instala en el subconsciente de forma tal que ver personas marginadas, escarbando en la basura o pidiendo alguna moneda golpea como una visión aterradora, casi fantasmagórica.
Estas impresiones me acompañan en cada uno de los paseos que emprendo por Cartagena, generándome una especie de pesar y melancolía casi virales. En medio de este aturdimiento, encuentro tierra firme a la que asirme: descubro Archipelia, el componente pedagógico empleado para dar vuelo a las instalaciones del 42 Salón Nacional de Artistas de Colombia, que rescata como un principio de estética relacional las mediaciones: una forma de voluntariado juvenil afectivo, que implica acercar a la gente común así como a quienes integran el mundo universitario a expresiones artísticas contemporáneas, desde la participación activa y el empleo de un lenguaje apasionado, sencillo, que intenta explicar cada obra de arte desde una visión peculiar.
Así, de la mano de Cristina, mi “guía” afrocaribeña en el camino del arte, voy recuperando fuerzas gracias a su encantador relato y a su profunda reflexión sobre cómo si bien es indudable que en Cartagena la esclavitud ha dejado marca, la creatividad y el desarrollo de prácticas como el trenzado de cabello -con el cual se diseñaba en las cabezas mapas para conocer las rutas no vigiladas para acceder a la libertad- son también una estrategia de visibilidad, resistencia, comunicación y transmisión de conocimiento. Conocer la fuerza de mantener un imaginario propio me ayuda a recuperarme y el afecto de las palabras de mi “mediadora” por su historia me muestra lo vital de tener presente de dónde se viene y a dónde se va. Puntos de referencia esenciales para asumir una identidad.
Muy interesante, me gustaría conocer más sobre Archipelia. No entiendo por qué el gran ingenio que tienen los colombianos para producir proyectos educativos y artísticos no florece en una sociedad más justa.