Bolivia será sede de la 42 Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) y, salvo que ese organismo creado por impulso estadounidense en 1948 en Bogotá decida negar su historia, es poco probable que las decisiones que tome sean favorables a la tendencia emancipadora que hoy recorre por América Latina y el Caribe.
Vayamos por partes. Al igual que en las cumbres mundiales sobre el cambio climático, no debería tenerse ninguna duda que los gobiernos de Estados Unidos y Canadá bloquearán cualquier propuesta que vaya en la dirección de garantizar la seguridad alimentaria a los millones de hombres y mujeres de todas las edades que viven en el continente. No habrá oposición al tema principal que motivo la convocatoria de la Asamblea General, pero se evitará por todos los medios que las resoluciones interpelen al modo capitalista de organizar la economía y de producir la riqueza.
Avanzar hacia la seguridad alimentaria es modificar un conjunto de variables sin los cuales no será posible su conquista: cambio de las relaciones de intercambio comercial desfavorables para los países pobres, que son la mayoría; que los países ricos no subvencionen a sus productores agropecuarios que luego invaden con sus productos a bajos precios los mercados, liquidando la producción local de otros países; cambio en el patrón tecnológico que succiona al máximo la naturaleza y la fuerza de trabajo con tal de optimizar sus ganancias que son apropiadas de forma privada y otro tipo de medidas que implican un duro cuestionamiento a todo lo que se hace hoy.
Cada vez que desde América Latina se ha pretendido caminar en la dirección de obtener soberanía e independencia, así como que Estados Unidos aporte a un fondo para el desarrollo sin condicionamientos, la respuesta a través del sistema interamericano de dominación -de la que la OEA es su máxima expresión-, ha sido contraria a los intereses de nuestros pueblos. Eso ocurrió, por ejemplo, a principios de los 60 con la creación de la Alianza para el Progreso que se hizo en función de las corporaciones privadas estadounidenses y de los propósitos de la “seguridad nacional” de EE.UU.
Por otra parte, sería una ingenuidad pensar que esta asamblea de la OEA sirva para avanzar en la resolución de cuestiones coloniales de distinto tipo que todavía permanecen en América Latina y el Caribe: el criminal bloque contra Cuba, la ocupación estadounidense de Puerto Rico, el enclaustramiento marítimo boliviano y la ocupación inglesa de las Islas Malvinas.
Ojalá, en el peor de los casos, la asamblea de la OEA apruebe una resolución que de continuidad a la resolución que en 1979 dio una respuesta favorable a la demanda boliviana.
De la OEA se puede esperar cualquier cosa. Hay que estar atentos.
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