Por Luis Oporto Ordóñez *-.
Carácter de la historiografía de las élites [1]
La historiografía es selectiva: reconstruye los hechos históricos en base a fuentes oficiales impresas, producidas bajo el más alto rigor jurídico, determinado por la Constitución, los Códigos y las Leyes de un país. Las elites ilustradas, muy bien servidas, generan una historiografía funcional al servicio de los intereses de la clase dominante. Las masas –en esa historiografía—ingresan como estadísticas y “carne de cañón” cuando se refieren a los conflictos bélicos.
La sociedad civil ingresó a la historia a través del resquicio que le proporcionó la prensa diaria -que sin bien está al servicio de la oligarquía- al registrar la crónica diaria se detiene en describir la vida cotidiana, los usos y costumbres de la gente de a pie, de los indios, campesinos y masas trabajadoras. La revolución, la asonada y la convulsión social ha sido el motivador para el ingreso de las masas a la historia, con derecho legítimo al convertirse en protagonistas del cambio social, en su intención consciente de tomar el poder político, alcanzar la independencia económica e industrializar al país.
Una agenda de la clase obrera y los movimientos populares. Por esa y otras razones, la historiografía generada por las elites ilustradas ignoró a los indios, los trabajadores, los anarquistas y los políticos y militantes de izquierda, que fueron perseguidos con saña, la historiografía –a tiempo de ensalzar a presidentes, militares, abogados, políticos y curas, al servicio de la clase dominante—convirtió a los líderes populares en “subversivos”, “disociadores”, “rémora”, “origen y causa del atraso del país”, estigmatizándolos en sus narraciones. Los obreros tuvieron sus historiadores, intelectuales comprometidos, pero son la excepción, que junto a os propios trabajadores ilustrados escribieron su historia, muy distinta por cierto al de la élite. Sin embargo, los movimientos sociales y los trabajadores no tienen una historia de conjunto, carecen de una historia que reconstruya su proceso social, político y cultural, en gran medida porque sus archivos fueron expropiados, saqueados y destruidos.
Origen de la historia oral en Bolivia
Ante la falta evidente de fuentes primarias impresas propias de los sectores populares, el uso de las fuentes orales ha cobrado inusitada vigencia para la reconstrucción de la historia social de los sectores mayoritarios de Bolivia, excluidos por la historiografía de las elites. Curiosamente, el uso de la historia oral se remonta a la era prehispánica, donde prevaleció el haylli y taquiy como métodos de transmisión del narrare de los Incas, tomando como fuente los registros del Quipu, que se extendieron por el vasto imperio, desde la Pacha hasta la Marka, a cargo de los Quipucamayoc. La memoria oral sistematizada por los Amawtas, generó la historiografía oral, resguardada en los sus prodigiosos cerebros, capaces de registrar hasta 500 años de fastos, en el que hasta los incas negligentes fueron incorporados para evitar los vacíos.
Producida la invasión y cruenta conquista del Perú, virreyes y gobernadores ordenaron a sus escribanos letrados, levantar declaraciones de los Quipucamayocs y Amawtas, a fin de desentrañar el pasado incaico, empleando cuestionarios destinados a recoger las declaraciones de los Amawtas, que fueron protocolizadas para otorgarles valor legal. Las Informaciones tomadas a los Quipucamayocs, fueron ordenadas por Vaca de Castro (dio lugar a Descendencia y gobierno de los Incas), La Gasca (dieron vida a la Crónica del Perú de Cieza), Cañete (informaron a las obras de Santillán y Polo de Ondegardo), Toledo (inspiraron la Historia Índica de Sarmiento de Gamboa) y Martín Enríquez (trascendieron en la obra de los cronistas post-toledanos). Mucho de lo que los historiadores leemos como impresos, son en realidad registros orales extraídos de boca a oreja y pluma.
La oralidad traspasó la República e instaló su reinado hasta el día de hoy: el primer Congreso de 1825, implantó la oralidad en los debates parlamentarios, dando origen a los Redactores del Congreso, que si bien asumen la forma de libro impreso, son transcripciones de debates orales que se desarrollan al interior del Órgano Legislativo.
La oralidad, una alternativa para la reconstrucción de la Historia de los pueblos
Ante esa falencia, antropólogos han empleado la historia oral, para dar voz a los sin voz. En 1945 Allan Holmberg fue uno de los primeros con Nómadas del Arco Largo. Los sirionó del oriente boliviano (1978). June Nash usó los testimonios orales en su emblemática obra: Comemos a las minas y las minas nos comen a nosotros: dependencia y explotación en las minas de estaño bolivianas (1979), un modelo en su género. Moema Viezer, conmocionó al mundo con: “Si me permiten hablar”. Testimonio de Domitila, una mujer de las minas de Bolivia (1977). Desde la sociología, Zulema Lehm y Silvia Rivera, reconstruyen la historia de los Artesanos libertarios y la ética del trabajo (1989). Estos ejemplos son suficientes para mostrar la fortaleza de la historia oral como fuente alternativa para la reconstrucción del pasado. Cuatro colectivos asumieron el desafío del uso de la historia oral para la reconstrucción del pasado y la creación de las bases de una historiografía.
Desde APCOB, Jürgen Riester, reconstruyó la historia y las cosmovisiones de los pueblos indígenas del Oriente boliviano, caso singular pues considera a los narradores indígenas como coautores o autores de las obras que publicó. El Taller de Historia Oral Andina THOA, encaró el desafío de reconstrucción de la historia del mundo indígena aymara: El indio Santos Marka T’ula, Cacique principal de los ayllus de Qallapa y apoderado general de las comunidades originarias de la República (1984); Constructores de la ciudad. Tradiciones de lucha y de trabajo del Sindicato Central de Constructores y Albañiles, 1908-1980 (1986); Mujer y resistencia comunitaria. Historia y memoria, 1910-1950 (1986), y una historia de síntesis: La mujer andina en la historia (1990). El Taller de Historia y Participación de la Mujer TAHIPAMU, impulsó el proyecto de documentar la fascinante rebeldía femenina: Agitadoras del buen gusto: historia del sindicato de culinarias, 1935-1958 (Ana Wadsworth e Ineke Dibbits), Polleras libertarias. Federación Obrera Femenina, 1927-1965 (Ineke Dibbits), Recoveras de los Andes. La identidad de la chola del mercado: una aproximación psicosocial (Elizabeth Peredo), todas impresas en 1989. Desde el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado CIPCA, Esteban Ticona Alejo publicó Historia oral de los aymaras de Qhunqhu San Salvador de Jesús de Machaqa. Testimonios aymara/castellano (1990); Nuestra historia. Jesús de Machaqa y Ayo Ayo (1991). Memoria, política y antropología den los Andes bolivianos. Historia oral y saberes locales (2002).
Conclusiones
Laura Benabida, analiza el rol de los historiadores que emplean las fuentes orales y se pregunta si existirán, a la vez, historiadores orales que “por medio de la historia oral, dan voz a los que no la tienen” y establece que “el pasado tiene sentido desde el presente”, en consonancia con E. P. Thompson que propugna “la historia desde abajo”. La historia oral retrotrae el pasado al tiempo presente y por esa vía interpela a la historia de las élites, y bien puede ser un instrumento para descolonizar la memoria oficial. Es ahí donde radica la fortaleza del testimonio oral, a pesar de sus puntos débiles como la falta de “credibilidad” en la reconstrucción de los hechos y un evidente interés (“narcisista”) de ser el protagonista de la Historia. Finalmente, el testimonio como fuente primaria, plantea otro desafío: la creación de los Archivos de Historia Oral.
* Magister Scientiarum en Historias Andinas y Amazónicas. Docente titular de la Carrera de Historia de la UMSA. Presidente del Comité Regional de América Latina y el Caribe del Programa Memoria del Mundo de la Unesco-Mowlac.
1 Texto desarrollado en base a la conferencia pronunciada en el evento “Uso Social de la Historia Oral”, organizado por la Carrera de Historia y el Ministerio de Trabajo y Previsión Social. 5.9.2018.
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