Por José Galindo *-.
Si los datos proporcionados por la última encuesta del Latinobarómetro son correctos, la democracia en nuestro continente se encuentra en su peor momento en décadas. Según el reporte, 65% de los latinoamericanos están de acuerdo con la afirmación de que la democracia puede tener fallas, pero es la mejor forma de gobierno; mientras que 14% considera que no vive en una democracia. Pueden sonar como cifras no tan alarmantes, pero de acuerdo a Latinobarómetro se trata de un retroceso significativo en relación a años anteriores.
Al mismo tiempo, Latinoamérica experimenta un retroceso de las tendencias progresistas emparentadas con gobiernos de izquierda mientras que se observa un despegue de movimientos conservadores con poco apego a la institucionalidad democrática entendida desde enfoques liberales. Si bien los gobiernos que sucedieron a los experimentos neoliberales de la década de los 90s no eran del agrado de los observadores políticos provenientes de los grandes medios de comunicación y think tanks en el mundo, los nuevos que emergen de las ruinas de la ola rosa, como Bolsonaro, tampoco satisfacen las expectativas de los demócratas tradicionales.
Es decir, ni los representantes de la Ola Rosa como Evo Morales, Rafael Correa, Lula Da Silva y Rafael Ortega, pero tampoco líderes como Jair Bolsonaro o Donald Trump son considerados como líderes portadores de ideales democráticos; añádase a éstos a otros como Vladimir Putin, Xi Xinping, Macron y otros más, y se tiene como resultado un panorama mundial donde la democracia como institucionalidad política se encuentra en crisis en todo el mundo. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué los humanos no podemos gobernarnos racional y civilizadamente ni por la derecha ni por la izquierda? Difícil saberlo. No obstante, sí podemos especular acerca de primero son las limitaciones y fracasos de la actual democracia:
Sólo benefició a los ricos
El dato es muy conocido: sólo 2% de la humanidad concentra más del 90% de la riqueza mundial. Las brechas de desigualdad se hacen más profundas y dramáticas cuando se compara la situación de una persona que habita en cualquiera de los países del primer mundo frente a otra que habita un país perteneciente al Tercer Mundo. Pero al mismo tiempo, ésta desigualdad se ha comenzado a manifestar también en los países considerados como desarrollados.
Durante la crisis financiera de 2008, causada, según dicen, por la explosión de la burbuja inmobiliaria en los EE.UU. y la especulación de acciones en el mercado financiero de Wall Street, millones de estadounidenses perdieron sus empleos y también sus hogares a manos de bancos que eran culpables por la calamitosa situación y que, de paso, fueron rescatados por el gobierno estadounidense bajo el pretexto de que eran “muy grandes para caer”. Al mismo tiempo, en Grecia y España, la recisión originada en los EE.UU. también los golpeó severamente, traduciéndose en una subida en sus tasas de desempleo y mayor presión sobre sus estados de bienestar.
Todo esto sin mencionar la profundización de la pobreza y la desigualdad en la periferia del mundo capitalista, distribuida mayormente en los continentes de América Latina, África y Asia. En pocas palabras, la democracia como forma de gobierno, terminó beneficiando solamente a los ricos y poderosos, mientras que empeoró la situación de clase-medieros y los jodidos de siempre: los pobres.
Representación
Pierre Bourdieu fue uno de los primeros en criticar, al menos en la era contemporánea, la separación entre representantes y representados que ocasionaba la democracia liberal, aunque ya mucho antes, Jean Jaques Rousseau ya había advertido acerca de los riesgos que enfrentaban los Estados donde los ciudadanos sólo tuvieran el voto como único medio de participación política.
Ésta observación, que teóricos de la democracia y el pluralismo político jamás se molestaron en responder, se tradujo luego en gobiernos que prometían absolutamente todo durante sus campañas y muchas veces hacían exactamente lo contrario una vez que ocupaban el poder. Y no sólo eso, sino que sentó las condiciones para el establecimiento de una clase política totalmente separada del resto de la población, que comenzó a moverse con sus propios códigos y con sus propios privilegios.
El mundo comenzó a dividirse, salvo en algunas excepciones, entre aquellos que hacen política y aquellos que la sufren. Por una parte, políticos empoderados y relacionados en redes sociales muy estrechas y exclusivas, y por el otro, ciudadanos completamente ignorados por el sistema político de sus países; la desafección política, es decir, la apatía expresada en abstencionismo e indiferencia, fueron el correlato inevitable de ésta forma de hacer política. A la gente le dejó de importar la política. “Si nada cambia, ¿para qué molestarme en votar?”
Camarillas, élites y oligarquías
Como consecuencia de lo anterior, la política pasó a ser vista como un medio de enriquecimiento y satisfacción de los apetitos personales. Ser político se convirtió en un sinónimo de poder y riqueza, pero también de deshonor y repudio. La separación entre representantes y representados no fue un fenómeno exclusivo, debemos ser honestos, de la democracia liberal. La generación de élites también se dio en regímenes no liberales, como la Unión Soviética. Casi como una fatalidad, la historia política de la humanidad parece confirmar la Ley de Hierro de las Oligarquías de Michels, aquella que dice, donde hay sociedad hay organización, donde hay organización hay oligarquías.
Así, bajo el nombre de élites en el campo liberal, o bajo el nombre de vanguardia en el campo comunista, la conformación de reducidos grupos de poder se hizo casi una generalidad en política, siempre con beneficios y privilegios muy por encima de los niveles de vida de sus respectivas poblaciones.
El problema es que bajo la democracia liberal la conformación de éstos grupos de poder no sólo se hizo más obvio, al ser una realidad contrastante con los supuestos teóricos de la democracia liberal, sino que se hizo aún más cínica. Por ejemplo, en EE.UU. el poder fue al principalmente usufructuado por generalmente por militares, la iglesia y empresarios de mega corporaciones, como demostró C. Wright Mills en The Power Elite. Hoy en día se podría decir que esa triada ha sido reemplazada por las Fuerzas Armadas y la banca, solamente.
Finalmente, éste fenómeno se expresó también en la aparición de los reconocidos personajes del empresario político y el político empresario. Ser parte de la clase política y de una élite de poder significó, por mucho tiempo, ser también rico o millonario. El hecho de que la mayor parte de los expresidentes enjuiciados en sólo en Latinoamérica durante los últimos 20 años estén siendo procesados por hechos relacionados a corrupción y enriquecimiento ilícito es sólo una muestra.
Todo debajo de la mesa
Los políticos, sobre todo los políticos provenientes de regímenes democráticos, comenzaron a caracterizarse por prácticas como la corrupción y el clientelismo, con “maquinarias políticas” que convertían apoyo político en empleos y riquezas en casi todas partes del mundo. “Es así como funciona”, nos dijeron algunos cínicos apologistas, sin sospechar, tal vez, que éstas prácticas no sólo resultarían dañinas para la democracia a la larga, sino también para los políticos en general.
Veamos algunas de éstas prácticas: clientelismo (el intercambio de beneficios materiales a cambio de apoyo político a individuos o sectores enteros de una población); prebendalismo (uso de bienes públicos para beneficiar a políticos y sus seguidores); patrimonialismo (uso de bienes públicos en beneficio propio o de un reducido grupo de personas); rentismo (lucha entre facciones políticas para ocupar cargos que les permitan beneficiarse del erario público); corrupción (el uso de una posición dentro del Estado para enriquecerse personalmente); intercambio de favores sexuales a cambio de empleo (María Galindo llama por esto al Estado boliviano, y con toda razón, “el Estado proxeneta”).
Y hay más, muchas más instituciones informales que pueden ser señaladas como la principal causa del deterioro de la democracia en el mundo, y todas no sólo practicadas sino que defendidas por gobiernos de derecha y de izquierda. En ese sentido, aunque puede parecer muy simplón dividir a los gobiernos y Estados del mundo entre democracias y no democracias, ciertamente ésta clasificación binaria expresa muy bien la crisis que atraviesa éste régimen político en todo el planeta, o al menos en su mayor parte.
No resolvió problemas sociales que afectan a grandes mayorías
Y no nos referimos con eso a la pobreza solamente, sino a otros fenómenos como la exclusión y estigmatización de inmigrantes; grupos étnicos como personas negras, amarillas y marrones; de homosexuales; de mujeres, etc. No solamente que no cerró éstos clivajes, sino que en muchos casos los profundizó, dando origen a fenómenos como el partido NAZI, Trump y Bolsonaro, actualmente.
Conclusión: hay que cambiar la forma de hacer democracia
Es evidente que la democracia ha fallado, o al menos ésta a punto de hacerlo. La gente ya no cree en ella, y con justa razón. Tal vez sea un buen momento para recordar algunas palabras y frases de un reconocido personaje fallecido por éstas fechas hace un par de años: Fidel Castro Ruz.
No critico a nadie, pero en la mayor parte del mundo, hasta incluso en África, que le están introduciendo, junto con el neoliberalismo y el neocolonialismo y todas estas cosas, los sistemas políticos occidentales; gente que nunca oyó hablar de Voltaire, de Danton, de Juan Jacobo Rousseau, ni oyó hablar de los filósofos de la independencia de Estados Unidos —y recuérdese bien cómo Bolívar, en nuestro hemisferio, era tan renuente a la copia mecánica de los sistemas europeos y norteamericanos, que han conducido a la catástrofe de nuestros países, a la división, a la subordinación, al neocoloniaje; pero nosotros vemos que se fragmentan en mil pedazos las sociedades, sociedades que tienen que unir sus esfuerzos para el desarrollo—, allá les han impuesto no el multipartidismo, sino el milipartidismo o el centipartidismo, porque son cientos y hasta miles de partidos. / Fidel Castro, 25 de noviembre de 1994
Alarcón estuvo explicando algunas de estas cosas, cuando recordaba, con una revista que llevaba en la mano (…), cómo un señor se había gastado 25 millones de dólares en una campaña para ser miembro del Congreso. ¿Qué democracia es esa? ¿Cuánta gente tiene 25 millones de dólares para gastárselos en una campaña? Y en Cuba no necesita gastar ni 25 dólares, tal vez el pasaje para ir a votar el día de las elecciones tenga que gastarse el ciudadano. / Fidel Castro, 25 de noviembre de 1994.
¡Democracia es esto! Democracia es el cumplimiento de la voluntad de los pueblos. Democracia es, como dijera Lincoln, el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. / Fidel Castro, 26 de julio de 1959.
Y para los que no entiendan o no quieran entender, ese es el secreto de la fuerza tremenda de la Revolución Cubana, que no está en haber derrocado a la tiranía sangrienta que nos oprimía, porque pudo haberse derrocado a la tiranía y mantenerse en el país las condiciones que hicieron posible esa tiranía; pudo haberse derrocado a la tiranía y ocurrir un simple cambio de hombres en el gobierno; pudo haber sido derrocada la tiranía y perpetuarse en la vida pública de nuestro país los mismos vicios que estábamos padeciendo desde el inicio de la república; pudo haberse derrocado a la tiranía para seguir en la politiquería. Mas no fue así. Se derrocó a la tiranía para hacer una revolución; se derrocó a la tiranía no solo para librar al pueblo del crimen y el asesinato y la tortura y la opresión, sino también para librar al pueblo de la miseria, tan criminal y tan cruel como la tiranía derrocada. / Fidel Castro, 26 de julio de 1959
* Politólogo.
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