Por Juan Carlos Pinto Quintanilla-.
Género y patriarcado
Decía Simone de Beauvoir que el papel del género es una construcción social de roles establecidos por la sociedad, que mujer no se nace sino se hace socialmente, marcando claramente una reivindicación de identidad en medio de una visión profundamente patriarcal, conservadora y religiosa que había mantenido una definición fundamentalmente biológica para referirse a las diferencias de género.
Quien define lo que es y cómo debe ser sino la estructura de poder dominante que establece el sentido común de las creencias y de los hábitos sociales, que preserva una manera de organizar el mundo. De esta manera el eje articulador de la cultura a pesar de su cuestionamiento liberal dentro el capitalismo, siempre estuvo marcado por la esencia religiosa que marcó el dogma sobre la espiritualidad de los pueblos. Las religiones en definitiva desde una perspectiva mágica y divina, empoderaron el poder patriarcal, y por tanto la forma familiar, social y estatal de establecer quien tiene el poder de institucionalmente sostener el orden impuesto y también sobre los cuerpos.
Resistencias y mundo pluriversal
Ahora bien, en un mundo que no ha cesado de cambiar dentro el capitalismo, también se gestaron las resistencias y afloraron las identidades sometidas, que aún en el orden liberal demandaron a la sociedad y a los Estados, la posibilidad de ser parte de la construcción social frente a la visión monocultural del poder patriarcal y autoritario.
Se multiplicaron los pensamientos múltiples y los movimientos sociales, femeninos y de las diversidades; junto a otras luchas pendientes que tienen que ver con un mundo pluriversal donde las diversidades étnicas ya no son una “etapa” rumbo a la uniformización del mercado, sino que se reivindican como la identidad con la que se presentan ante el mundo. Lo propio con las diversidades sexuales, que de la persecución, tortura y asesinato pasan a la reivindicación del derecho a ser ante el mundo lo que sienten que son y no lo que el sistema imperante y patriarcal dice que deben ser.
Es una revolución liberal desatada por el auge del individualismo, que inicialmente estuvo emparentada con el Capitalismo y su necesidad de afirmar propiedad privada como la esencia del individualismo, pero que más tarde entró en conflicto por cuanto el exceso de libertades demandadas por el liberalismo, ponía en peligro la propia gobernabilidad deseada del capitalismo y su prioridad en el mundo del mercado.
Mientras el Muro caía, y dejaba lugar al discurso del mundo capitalista como unipolar, al margen de la institucionalidad democrática o no del mundo occidental, las nuevas identidades que se sienten agredidas por el mundo cultural del mercado, que tan sólo las comercializa o las usa como un símbolo de la “libertad”; impulsan reivindicaciones y a crecer la organización de las mujeres y de las diversidades que no sólo reclaman “tolerancia” social, sino ser parte de la construcción del mundo, y por tanto romper con el monopolio cultural y político de quienes lo dominan desde el patriarcado y desde el absolutismo político de los Estados.
Discursos morales y globalización
Frente a estos movimientos de resistencia, las iglesias junto a ONGs toman el impulso de emitir un discurso conservador junto a apoyo económico y la promoción social de los sectores más empobrecidos, de esta manera y de manera cada vez más doctrinal y repetitiva, van centrando su discurso en torno a que las transformaciones sociales y de equidad son parte de una “invención diabólica” para desunir a las familias, para finalmente culminar su discurso centrándose en que el cuerpo de las mujeres le pertenece a dios y que nadie salvo él puede interrumpir la obra divina del embarazo.
Idea que coincide plenamente con la tradición patriarcal absorbida por nuestras culturas en torno al patrimonio fundamental de los hombres y en definitiva que solo ellos pueden decidir la existencia de su descendencia, dejando a las mujeres el papel de “incubadoras” del patrimonio de la descendencia masculina. Como menciona Ignacio López Vigil, la Biblia en definitiva es un libro inspirada en la fe, escrita por testimonios de vida que sin embargo expresan la visión patriarcal de ese tiempo, no “la mirada divina” de que dios santifica el patriarcalismo, como algunas iglesias pretenden justificar apelando al dogmatismo.
Ahora bien ¿por qué los discursos morales cobran tanta notoriedad política en la época en que hoy vivimos? Los debates siempre estuvieron presentes con énfasis distintos y según las realidades construidas en cada país, así como lo religioso siempre fue un factor cultural importante, tendiendo a ser intrascendente en algunas sociedades de consumo del primer mundo, pero pasando en realidad a convertir otros factores en la dimensión de la adhesión y feligresía que comporta una religión. Por eso la moralidad o la teoría sobre los comportamientos correctos en sociedad, no sólo se centran en la legalidad sino en lo religioso, y lo correcto en este discurso termina siendo la versión dogmática de la Biblia o del mercado, acompañada e interpretada “divinamente” por pastores y sacerdotes que juzgan a la sociedad mundana y la instan a volver al camino correcto.
Pero esta condición religiosa e ideológica termina haciendo colisión con la globalización que impuso al mercado como parámetro de convivencia, de la competencia como forma de triunfo, y de la identidad como un derecho que da cabida a la ciudadanía; este ideal liberal en marcha y empujado por no sólo un mundo que creo nuevas y múltiples maneras de ser-pertenecer y participar, se confronta con las realidades de la diversidad de conflictos que hacen a un mundo cada vez más global y capitalista, con más hambre y desigualdades, mayores migraciones mundiales de los pobres buscando nuevas oportunidades, ricos cada vez más ricos tras de transnacionales sin país ni nación junto a operadores políticos mundiales que legalizan la explotación y la exclusión mundial.
El neoliberalismo como discurso cipayo para nuestros países se impone como discurso de acceso a la globalización, vendiendo la imagen de acceso al primer mundo, siempre y cuando el mercado libre permita junto a la flexibilización de la mano de obra barata, el libre acceso a las materias primas y empresas del tercer mundo. Sin embargo esta versión del mundo globalizado que no dejó de crear la versión mágica e ilusoria del mundo feliz, tenía como limite al propio capitalismo que no deja de enriquecer a unos sobre la miseria y la explotación de la mayoría; y las ilusiones no duran mucho, y los movimientos sociales e insurreccionales desarrollan estrategias de resistencia y de enfrentamiento generando quiebres y grietas en el sistema globalizador y concatenado del capitalismo mundial.
Gobiernos progresistas, más bien nacionalistas son los que empiezan a ser parte de las opciones en el primer mundo así como en nuestros países latinoamericanos. El discurso antiglobalización y antineoliberal se posesiona como realidad frente a la miseria y permite que nuevos actores políticos movilizados e insurrectos abran brecha en los procesos políticos formales de la democracia liberal y permitan llegar al gobierno a la nueva izquierda fundamentalmente nacionalista y populista que empezó a hacer cambios y transformaciones sociales en contraste con el neoliberalismo salvaje, y el imperialismo geopolíticamente dominante.
Nueva derecha conservadora y religiones
Entonces el mundo conservador y religioso, que se mantuvo a la defensiva pero cuidando sus intereses en el mercado, también ve una brecha de resistencia para potenciar su propia posición en el enfrentamiento antiglobalización, y se alinea en la defensa del nacionalismo de sus países, contra la violencia, en defensa de la vida y contra el ecocidio capitalista. Esta nueva fuerza política mundial empezó a crecer y hacerse fuerte, en el crecimiento de la derecha europea y finalmente en la elección de un presidente republicano en EE.UU. como Trump, que expresa plenamente esta nueva condición de la política aparentemente antiglobalizante y si nacionalista, enfrentada con el mundo en la protección de sus propios intereses, enfrentado con la diversidad que asume como amenaza a su propia identidad, y buscando recuperar a la familia tradicional como expresión nacionalista, frente a la diversidad sexual globalizante y los “feminismos que la destruyeron”, junto a la defensa de la vida como consigna contra el aborto que es desde este discurso un extremo intolerable de la democracia liberal.
Este nuevo recambio en la política mundial, es el que da paso a que las miradas conservadoras se alineen y refuercen esta estrategia mundial dentro el propio capitalismo. Estas posiciones político-morales siempre estuvieron viviendo bajo el ala del sistema, como asumiendo ser su conciencia y su control; entonces el enfrentamiento con el neoliberalismo como expresión de la globalización, encuentra como aliados circunstanciales a fuerzas conservadoras y al progresismo de izquierda, que por razones distintas enfrentan al neoliberalismo político vigente. Esta coincidencia permitió que estas interpelaciones morales se sumaran en casos al discurso político antineoliberal y que en casos los sectores populares de las iglesias se alinearan con el voto progresista.
A manera de ejemplo anecdótico, en el pasado neoliberal, el sacerdote impulsor de las comunidades de base y férreo defensor de las organizaciones Julio Terrazas, siendo nombrado cardenal en el nuevo tiempo del progresismo, se convirtió en un acérrimo enemigo de la nueva izquierda y un aliado de los sectores más conservadores. Y es que el nuevo momento abierto por gobiernos progresistas en el continente, generó nuevas rupturas en el sistema, o más bien que se visibilizaran las posiciones políticas de la derecha conservadora, que rápidamente fueron virando hacia el protofascismo, en sus propuestas electorales, en su discurso y bajo el ala más conservadora que bajo los mismos términos políticos había encumbrado a Trump como referente mundial, a las derechas en crecimiento en Europa, al macrismo en la Argentina y finalmente a Bolsonaro en Brasil.
Es entonces que empieza una nueva disputa mundial con las víctimas de siempre. Donde el nacionalismo protofascista de quienes esconden sus intereses bajo el patrioterismo excluye a los otros (o sea al resto del mundo, a no ser que sean ricos), genera diferencias y exalta la discriminación, enfrenta la diversidad que somos y busca arrasar con la pluralidad del discurso liberal, y donde están los indígenas y los migrantes son vistos como causantes del desequilibrio y las crisis nacionales del primer mundo (y también de los que se creen parte de él), donde la territorialidad es vista como un derecho “nacional de sobrevivencia” frente al mundo, mientras el intervencionismo para las potencias mundiales, sigue siendo “un derecho internacional” en procura de la preservación del sistema mundial y de sus intereses energéticos.
Sobre la “ideología de género”
Es en este nuevo discurso que termina de incubarse la expresión “ideología de género” para mostrar ante el mundo que es el exceso liberal y la globalización las que han transgredido el limite moral de lo permitido, que la verdadera lucha es contra el exceso de democracia que ha permitido que las mujeres tomen decisiones sobre sí mismas, sobre sus cuerpos, y en definitiva hayan contribuido a la “destrucción de las familias en el mundo actual”; postura antiabortista que busca recuperar el destino manifiesto de la maternidad en esta sociedad que “sólo puede tener equilibrio en el patriarcalismo vigente”.
Todo este movimiento y su éxito inicial en los votantes tiene que ver con una estrategia, la del cansancio alentado en la ciudadanía para culpar a la política por todos los males, a las decisiones liberales o izquierdistas, en definitiva en la búsqueda de la despolitización de los votantes y las organizaciones sociales, que en definitiva apelen como al único resguardo a la moralidad tradicional y la religión, como reservas fundamentales a proteger.
Las campañas casi solitarias de Trump contra la institucionalidad partidaria, y lo propio con el macrismo o el veloz ascenso político de Bolsonaro, tienen que ver más con el descontento alentado, en la apelación a la espiritualidad y moralidad de las personas, a las familias como resguardo moral, en definitiva a la desideologización social y política, donde en definitiva liderazgos como los de Trump o Bolsonaro con un discurso antisistémico y nacionalista, violatorio de los derechos fundamentales de la diversidad a nombre de la familia y reivindicatorio de la industria nacional y del derecho patriótico sobre el territorio; es justificado por el mesianismo religioso de las miles de sectas que junto a los descontentos militantes se han convertido en el colchón de votación y de movilización de la nueva tendencia neoconservadora.
Quienes alientan este debate parten de que el manejo del concepto de “ideología” está referido a la noción falsa o creada sobre la realidad, así como el de género que también en una visión simplista y dogmática, se referiría tan sólo a las diferencias biológicas. En definitiva se pretende desde esta visión conservadora, recuperar una visión dogmática y retrógrada, que hacen pasar como única verdad: el que el tema del género es una invención “ideológica” para justificar la existencia de sólo dos sexos y que los roles están establecidos de forma divina: mujeres madres y subordinadas al patriarcalismo dominante.
Qué tal si partimos de una mirada distinta, y empezamos a ver la Ideología, no sólo como un arma del sistema para manipularnos y controlarnos, sino como una afirmación de lo que somos y de lo que queremos ser-construir, que encontremos como perspectiva que la realidad no sólo es lo que se ve, sino que es lo que quiere ser, entonces podremos entender a un mundo más abierto a los cambios y que se deja sorprender por las revoluciones de las que participa. En ese camino el género no es un biologismo, son maneras diversas de mirar la realidad, de interpretarla y de vivirla, donde la reproducción es un factor de existencia pero no el único y son múltiples las formas en las que nos hacemos parte de la vida para seguirla multiplicando.
Es posible entender esta manera distinta de ver el mundo en proceso de cambio, cuando se asume que; las transformaciones sociales han generado la posibilidad de liberarnos de tabúes y prejuicios religiosos y de “sentido común” que han sometido históricamente a mujeres y diversidades sexuales al poder patriarcal, así como a los oprimidos y explotados del sistema capitalista; que en democracias que se radicalizan como consecuencia de un mayor protagonismo social, donde existen conflictos y retos nuevos, junto a más demandas y mayores responsabilidades comunes para construir un mejor mundo donde quepan todos.
La Democracia Intercultural es un camino a esa comprensión y a una construcción colectiva con la diversidad que somos, y más allá del concepto y el enfrentamiento con posiciones dogmáticas y discriminadoras, sexistas y racistas; quiere expresar nuestra capacidad humana y ciudadana para proponer caminos desde la formación de la conciencia crítica camino a la descolonización; en la que trabajemos cada uno y de manera comunitaria, para que lo diverso sea una cualidad y no un prejuicio que nos separa.
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