Por Óscar Silva Flores-.
La Asamblea General de Naciones Unidas (ONU), en 1993 declaró el 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa, afirmando que “una prensa libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda sociedad democrática”, en el entendido que la información es un derecho humano fundamental que debe estar al servicio de la humanidad, tal como lo establece el art. 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Desde entonces, muchos sectores se han apropiado indebidamente de esa jornada para darle el enfoque que más les convenga en cada coyuntura.
Esta declaración nace de otra anterior, la de Windhoek (Namibia) –de la misma fecha, pero datada dos años antes–; aunque asume los principios universales de los DD.HH., parte de un enfoque y lo materializa en sus conclusiones, está dirigido a los países africanos en los que el ejercicio del periodismo atravesaba entonces momentos difíciles. Casualidad o no, hoy América pasa, de sur a norte, uno más de los momentos complejos de la historia de la prensa en el continente.
Aun cuando debiéramos abrir otro espacio de debate y análisis para intentar un acuerdo sobre algunas categorías conceptuales como prensa libre e independiente y sociedades democráticas, que son algunos de los pilares de esta declaración, resulta importante rescatar un aspecto ignorado, referido a la libertad de asociación y, en consecuencia, la plena vigencia de organizaciones, asociaciones y sindicatos de periodistas, que sean verdaderamente representativos y que les permita cumplir a cabalidad sus tareas de defensa de la libertad de prensa y de los periodistas.
La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), aquella que integra a más de cuatrocientos periódicos y revistas del continente, solo representa los intereses económicos y políticos de sus dueños, mientras que se ha apropiado de la voz y la representación de la prensa. En contrapartida, los periodistas, verdaderos titulares de este derecho, están disgregados. La Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap), las federaciones nacionales, los sindicatos y las asociaciones de periodistas, han perdido el protagonismo que en algún momento tuvieron. La precariedad laboral, la autocensura y el cada vez más creciente poder político de los dueños de los medios han llevado al silencio a estas organizaciones.
La libertad de prensa ha sido capturada, secuestrada, por la libertad de empresa.
El derecho humano a la información ha dejado de ser tal. El ciudadano ha perdido la posibilidad de ejercer ese derecho. No existe pluralismo, se ha impuesto la unilateralidad de quienes detentan el poder para generar un estado de inconciencia ciudadana, implantando una narrativa que justifica los abusos que este poder comete contra la población en todos los aspectos de la cotidianidad.
Bueno, me dirán que esto no es nuevo. Es cierto, pero cuando menos se dejaba espacio a la discrepancia, no se apoyaban desde el Estado ni del empresariado voces alternativas, pero no se perseguía con la saña con la que ahora se lo hace. Había más sutileza seguramente. Hoy no. Se impone la brutalidad en todas sus formas y se ha generado un discurso que no solo esconde esta brutalidad, sino que pretende defenderla y hacerle creer a la gente que es necesaria. Es por tu bien, le dicen, es necesaria, le gritan.
Pero, además, se burlan con mensajes de felicitación a los periodistas en este día. Rinden homanaje desde el poder a una inexistente prensa libre e independiente. A esa prensa que se encargaron de secuestrarla, con periodistas incluidos, a nombre de la libertad y la democracia.
La única manera de recuperar la libertad de prensa al servicio del derecho de ciudadano de información es devolviendo a los periodistas y sus organizaciones, no solo su independencia, sino su dignidad. Esa debe ser la tarea de hoy en adelante. De otra manera, habrá que buscarle un epitafio al oficio más hermoso del mundo.
* Periodista y abogado
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