Por Arturo Huerta González *-.
Los países no han aprendido las enseñanzas de la crisis de 2008-09 a fin de no repetirla, pues siguen predominando las mismas políticas económicas que la propiciaron, las cuales generaron altos niveles de endeudamiento y no aseguraron condiciones de pago, lo que terminó desestabilizando al sector bancario y por ocasionar la crisis. La mayoría de las economías están propensas a que las crisis se sigan repitiendo, pues tales políticas generan crecientes presiones sobre el sector externo, frenan la dinámica de acumulación, y configuren burbujas especulativas que terminan siendo insostenibles y por distorsionar el funcionamiento de las economías. Ahora con la crisis del COVID 19, han pasado a ser altamente vulnerables, generalizándose una crisis de proporciones a nivel mundial.
La caída de la actividad económica y la incapacidad de casi todos los países de combatir y erradicar la pandemia en corto tiempo, se ha debido al predominio de las políticas de austeridad fiscal que desatendió el sector salud, entre otros muchos factores.
Ahora, frente a la crisis, los países desarrollados incrementan sus gastos públicos deficitarios y los bancos centrales bajan la tasa de interés a niveles cercanos a cero por ciento para encarar la crisis. El problema es que los contagios de la pandemia siguen estando presentes en muchos de ellos, lo que frena la recuperación económica, a pesar de las políticas de estimulo monetario y fiscal instrumentadas.
La mayor liquidez inyectada por los bancos centrales a los mercados financieros y a las economías de los países desarrollados, ha llevado a que los mercados de capitales sigan creciendo a pesar que los niveles de producción continúen por debajo de los niveles antes de la crisis.
Las cadenas productivas se frenaron en gran medida por la cuarentena y el desabasto (por la caída de importaciones y la producción nacional), lo que genera a su vez caída de demanda, que disminuye el ingreso de empresas e individuos, y aumenta los problemas de insolvencia, que conducen a la inestabilidad bancaria.
Reestablecer las cadenas productivas no será fácil, pues depende de que se recupere el comercio y la economía mundial, lo que llevará tiempo. El proceso de diseminación de procesos productivos será revisado por las empresas transnacionales y gobiernos que buscarán disminuir su dependencia de productos e insumos provenientes de otros países, y sacrificarán productividad y costos para asegurar abasto interno sobre todo de los productos esenciales y estratégicos para depender menos del exterior, como para encarar los problemas de desempleo y de crecimiento que enfrentan.
Muchos países tendrán que replantear sus políticas de industrialización, así como reasignar mayores recursos a la ciencia y al sector salud para hacer frente a futuras pandemias, como para reducir importaciones y su dependencia del resto del mundo. Esto contraerá más el comercio internacional que viene decreciendo desde la crisis de 2008-09, y más se desaceleró con las políticas proteccionistas de Donald Trump y más está cayendo con la presente crisis. Es difícil que vuelva a tener el dinamismo que se tuvo antes de 2008, y lo mismo con la actividad económica mundial.
La presente crisis acentuará las políticas arancelarias para evitar filtraciones de demanda y favorecer la producción nacional. Es decir, profundizará la posición de anteponer lo nacional, frente a la cooperación internacional. La salida de la crisis en cada país, dependerá de la respuesta que cada uno de ellos tenga frente a sus problemas.
Los países latinoamericanos pasarán a ser afectados, pues verán disminuidas sus exportaciones, tanto por esto, como por el avance tecnológico de automatización, donde los países desarrollados no tendrán que trasladar a países con mano de obra barata procesos productivos intensivos en mano de obra. Aumentarán las presiones sobre el sector externo, lo que, junto con las obligaciones del pago de su deuda externa, los llevará a demandar mayor entrada de capitales, por lo que tendrán que aumentar la tasa de interés, y a contraer el gasto público, por lo que verán restringida su actividad económica.
El contexto de globalización nos ha llevado a dejar de tener el manejo soberano de la política monetaria, cambiaria y fiscal para configurar condiciones endógenas de acumulación para disminuir el déficit externo y nuestra dependencia de la entrada de capitales. De tal forma, nuestras economías han pasado a estar a merced del comportamiento de las variables externas (exportaciones, remesas, turismo internacional, inversión extranjera, endeudamiento externo), y a no tener capacidad de respuesta cuando éstas variables pasan a actuar en forma adversa. Ello nos ha condenado a la recesión económica y/o bajas tasas de crecimiento, como a crisis económicas recurrentes.
Mientras sigamos dependiendo de la entrada de capitales, no tenemos viabilidad de bajar la tasa de interés, ni aumentar el gasto público deficitario para atender los propósitos nacionales de crecimiento, empleo y bienestar.
América Latina ha sido perdedora en el contexto de globalización, manifestándose ello en menos desarrollo industrial, menos crecimiento económico, menos empleo formal, creciente dependencia de la entrada de capitales, mayores niveles de extranjerización de nuestras economías, altos niveles de endeudamiento externo, para configurar superávit en la cuenta financiera de la balanza de pagos para financiar el déficit de cuenta corriente y nuestra inserción en la globalización. A ello se suma la política de austeridad fiscal alcanzada con restricciones de la inversión pública, que reducen el tamaño y participación de los gobiernos en la economía y le amplían la participación a la cúpula empresarial nacional e internacional.
La desigualdad del ingreso se ha acentuado por la política económica predominante de libre movilidad de mercancías y capitales y las políticas de austeridad fiscal, altas tasas de interés y estabilidad cambiaria que han actuado a favor de las empresas transnacionales y el capital financiero, en detrimento del empleo y del sector productivo.
Para revertir tal situación y dejar de depender de la entrada de capitales, debemos replantear la política económica neoliberal predominante que ha atentado sobre las condiciones endógenas de acumulación.
América Latina debe retomar el manejo soberano de la política monetaria, fiscal y cambiaria, así como regular el movimiento de mercancías y capitales, como el sector financiero para impulsar al sector industrial y agrícola, como la generación de empleo formal y reducir el déficit externo y nuestra dependencia de la entrada de capitales y la presencia del capital internacional en nuestras economías.
La dinámica de nuestras economías debe descansar en mayor medida en torno al crecimiento del mercado interno y redefinir nuestra inserción en el contexto de globalización, donde nuestras relaciones comerciales y financieras sean sobre todo con países latinoamericanos, centroamericanos y del caribe, para potenciar las capacidades productivas con que cuenten cada uno de nuestros países, en perspectiva de disminuir nuestras diferencias, así como las desigualdades internas.
* Profesor del Posgrado de la Facultad de Economía, Universidad Nacional Autónoma de México.
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