Por Julio C. Gambina *-.
La información señala que existe una recuperación de la economía mundial luego de la pandemia, especialmente en los centros del capitalismo desarrollado, sobre todo en Europa y Estados Unidos. Con ello retorna un viejo problema: la inflación. Los registros consignan un 5,4% anual a julio de 2021 en Estados Unidos y del 3% anual para agosto en la zona euro.
Para países de elevada inflación como Venezuela o Argentina, esos valores no suenan mal, pero el consenso de la banca central en el capitalismo desarrollado es que los precios no deben superar el 2%. Es una conclusión derivada del combate al estancamiento y crecida de los precios a fines de los años 70 del siglo pasado. Ante la estanflación, la receta fue el monetarismo ortodoxo asociado al boom neoliberal emergente con los ensayos de las dictaduras en el Cono Sur y generalizadas en la Inglaterra de Thatcher o en el Estados Unidos de Reagan.
En la Reserva Federal empezaron a señalar cambios en la política monetaria a mediados de 2020, en pleno epicentro de la pandemia y el paro de la economía. Recordemos que la economía mundial cayó -3,5% y eso convocaba a recrear condiciones para el crecimiento. Luego de 40 años de política monetaria de shock (1980-2020), a lo Greenspan, había que inducir cierta alza de precios para estimular la economía mediante la intervención estatal. Eso ocurrió vía subsidios directos a las empresas y familias, tanto como impulsando el mercado de crédito familiar, empresarial y estatal. De hecho, en la experiencia de las sucesivas crisis estadounidenses, en 2001, 2008 y 2020, la respuesta siempre fue con estímulo monetario, vía emisión y deuda.
Europa no se quedó atrás. Ahora el Banco Central Europeo consigna una aceleración de los precios en la zona euro, alejándose del 2% establecido como ideal. Se recuerdan las aceleraciones de precios en Europa en plena crisis de 2008 y de 2011, momentos de fuertes emisiones monetarias y de deuda.
Los argumentos de las bancas centrales en Estados Unidos y Europa es que se trata de problemas transitorios derivados de la “recuperación económica” postpandemia, la que impacta especialmente en precios de la energía y alimentos, entre otros. Materias primas en alza, especialmente los hidrocarburos, sindican que no se trata de un problema de corto plazo y no hay solución en el mediano (horizonte de 100 dólares el barril), aún con los llamados de atención a la mitigación de los efectos generadores del preocupante cambio climático y al cambio de la matriz energética.
Pese a esas tranquilidades discursivas, existen señales preocupantes, como el fin de la prohibición de desahucios en Estados Unidos, lo que puede significar millones de personas desalojadas ante la incapacidad de pagos por sus viviendas. Más grave es el impacto en el desempleo, que aun cuando se recupera la economía las tasas de desempleo e irregularidad en la contratación se mantienen elevadas en todo el mundo, muy por encima de la situación previa a la pandemia, asunto confirmado en los informes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
El discurso conservador esgrimido por la corriente principal en política económica demanda agudizar las restricciones monetarias y de deuda, cancelando líneas de préstamos personales e induciendo ejecuciones ante deudas por tarjetas y créditos prendarios e hipotecarios, entre otros.
Todo puede derivar en ascenso de las protestas y el conflicto social, agravando la situación de incertidumbre de la economía mundial. De hecho, la recuperación económica privilegia la ganancia de grandes empresas, quienes “pueden” aumentar los precios en desmedro de los ingresos de la mayoría de la sociedad. La desigualdad en ascenso es lo que devuelve la coyuntura mundial con el regreso de la inflación, salvo que la sociedad no legitime la ecuación del poder y vía conflicto social demande reordenar las relaciones económicas.
Esto habilita a pensar en términos alternativos, de ir en contra y más allá del orden capitalista. Ante la crisis que impactó en la pérdida de ganancias, la recuperación solo se piensa en términos de relanzar la ofensiva del capital contra el trabajo, la naturaleza y la sociedad, por lo que se requiere estimular resistencias y desarrollos de iniciativas que supongan acumulaciones de poder popular para enfrentar la situación actual en una perspectiva de transformación social.
- Economista.
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