Por Sara Valentina Enriquez Moldez -.
Julian Assange está padeciendo una muerte lenta en una cárcel de máxima seguridad por develar al mundo miles de documentos que comprueban los atentados contra la humanidad por parte de Estados Unidos, los que se traducen en asesinatos, torturas y bombardeos, mayormente relacionados con las guerras de Irak y Afganistán, y la prisión de Guantánamo.
El martirio constante por el que atraviesa Assange desde su detención en diciembre de 2010 no ha cesado. Ulteriormente de desaparecer un tiempo y abandonar Suecia, él mismo se presentó en una comisaría luego de que se activara una orden de detención internacional en su contra. Una semana después quedó en libertad bajo fianza. En 2011, las revelaciones de WikiLeaks continuaron y desnudaron el espionaje estadounidense a grandes líderes mundiales. Londres aprobó la extradición de Assange a Suecia y, en junio de 2012, se refugió en unos pocos metros cuadrados dentro de la embajada de Ecuador en Londres por siete años, hasta la llegada de Lenín Moreno a la presidencia ecuatoriana, lo cual produciría un cambio total en todos los estratos de la política de ese país. Así es como Ecuador permite la entrada de la Policía londinense en su embajada y se produce la detención de Assange. Esta vez ya no sería la justicia sueca quien lo reclamara, sino directa y desvergonzadamente la estadounidense. Desde ese día, el hombre que se enfrentó a la primera potencia mundial permanece encerrado en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, mientras la justicia imperial busca incansablemente su extradición a Estados Unidos para el cumplimiento de su condena de 175 años, que en realidad persigue su humillación.
Muchos países no alineados con Estados Unidos le ofrecieron asilo político, pero las diplomacias internacionales, que no son más que artificios de dominación del capital, no lo permiten.
El caso Assange, sin duda alguna, es la evidencia más clara de que en la lucha de opresores contra oprimidos la batalla de la información es crucial. El manejo de la verdad resulta ser una cuestión de gran trascendencia, porque además de patentizar el potencial transformador de las clases subversivas, demuestra la ambivalencia convenenciera del manejo de la información por parte de Estados Unidos o la élite empresarial a nivel global. El ejemplo claro de esta paradójica situación es la brecha entre Assange y Zuckerberg, siendo este último quien maneja los datos de todos a su gusto y con verdaderas filtraciones de informaciones sensibles, sin embargo, es aclamado y galardonado globalmente. Y en la vereda del frente se encuentra Assange, quien es criminalizado, perseguido y torturado por difundir los datos del poder global, dando a conocer las atrocidades de las potencias que subyugan a los pueblos.
Todo este angustiante y triste escenario me hace recuerdo al texto La Notte del mondo. Marx, Heidegger e il tecnocapitalismo de Diego Fusaro, donde explica que estamos en una época en que la oscuridad está tan presente que ya ni siquiera vemos la oscuridad en sí, y por lo tanto no somos conscientes de esa oscuridad. Assange desnudó la noche, destapó la oscuridad y demostró que el verdadero miedo ya no es la oscuridad, sino el no poder verla, y eso es algo que el poder no perdonará jamás.
Lo cierto es que Assange se convirtió en el mayor símbolo de rebeldía y disidencia en la actualidad, pero también que es una persona viva, que siente, que sufre y ha sufrido durante más de una década, y al momento de convertirlo en mero símbolo se lo deshumaniza.
La revolucionaria filtración de Assange fue una obra humanitaria de carácter internacional que es inherente a todos los países, al estar en un mundo tan globalizado y hegemonizado por la ideología de la clase dominante, a lo que por sentido común correspondería ejercer presión internacional desde todos los conductos posibles, desde los Estados hasta protestas en los barrios.
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