Por Carla Espósito Guevara * -.
“Nadie presta atención a estos asesinatos, pero en ellos se esconde el secreto del mundo”, escribía Roberto Bolaño en la emblemática novela 2666, donde narra los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez durante los tiempos en que la maquila se instala en aquella ciudad.
Allá por los años 90 Ciudad Juárez fue testigo de cientos de asesinatos. Mujeres violadas, mutiladas y luego desechadas aparecían en los basureros, en lotes baldíos, como cuerpos inservibles semienterrados en fosas clandestinas sin que nadie reclamara por ellos, sin que nunca apareciera un culpable.
Parafraseando a José Ramón Ruisánchez, creo que la marginalidad de aquellas mujeres, conforme se multiplica, se convierte en las mujeres asesinadas por la Inquisición, en las mujeres asesinadas en Ruanda, en las mujeres violadas y asesinadas por las dictaduras militares en América Latina y también en las mujeres asesinadas en Bolivia por feminicidas anónimos cuyos casos se olvidan pronto y quedan, generalmente, en el más impune silencio.
En un artículo anterior me preguntaba, ¿por qué si las mujeres participan hoy más que nunca antes de la economía, del mundo público, de la política y tienen mayores niveles de educación que sus madres y abuelas, en vez del socavamiento del patriarcado y la disminución de su violencia, como sería lo esperable, tenemos justamente lo contrario, el recrudecimiento de su virulencia? No solo las cifras de la violencia contra las mujeres, sino también las formas en que son asesinadas señalan ese recrudecimiento.
Los asesinatos de Julio Pérez Silva, el asesino en serie de El Alto, son un ejemplo de aquello; pero igual podría citar a la niña Tatiana Barreto, encontrada muerta en un basurero el año pasado; el de Mayerly, cuya muerte y desmembramiento fueron filmados por su asesino Matusalen Matute; o podría nombrar a Anhalia Huaicho, asesinada frente a su hijo por su marido; o a Helen Álvarez, atropellada por su novio; o el reciente caso de María José, arrojada de una moto por su pareja. Estos son solo algunos entre cientos de casos que podría nombrar para ejemplificar la virulencia con que se cometen los crímenes del patriarcado. Lo terrible es que esto, lejos de alarmar a la Policía, a los medios o al Poder Judicial, los conduce a crear formas de normalización de los feminicidios, así como un sistema de tolerancia y encubrimiento de los criminales que condena a las víctimas al silencio mientras forjan un sistema de justicia que parece insensible frente al dolor femenino. No otra cosa significa que al menos 119 feminicidas y violadores estén libres gracias a los beneficios que recibieron de jueces casi tan carentes de alma como los feminicidas.
Roswita Scholz atribuye el recrudecimiento de la violencia patriarcal al embrutecimiento del capitalismo en el mundo neoliberal, pero quizás sea Rita Segato quien mejor aterriza esa idea cuando habla de “las pedagogías de la crueldad”. Una sucesión de cadenas de violencia que empiezan en lo laboral y terminan en el hogar, en las relaciones íntimas, donde el hombre indígena se transforma en el colonizador y el hombre de la masa urbana se convierte en el patrón puertas adentro y el de los empleos precarios se convierte en el agente de la presión productivista, competitiva y reproductora del descarte en el hogar. Esta cadena de despojos, maltratos, humillaciones y explotaciones con las que opera el capitalismo sobre los hombres son, para ella, formas de emasculación que introducen el orden violento del capitalismo dentro de casa.
Pero Segato ve además un carácter enigmático en la violencia de género y que estriba en que todos los actos y prácticas del patriarcado enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo en cosas para disponer de ellas. El misterio de la violencia patriarcal radica entonces, dice ella, en la cosificación del cuerpo femenino, por eso los cuerpos de las mujeres terminan en basureros, arrojados en fosas clandestinas, cual cuerpos inservibles. Pero este es el mismo enigma que Marx descubre en el misterio de la mercancía, que consiste en la cosificación de las relaciones humanas.
Quizás Bolaño tenía razón cuando decía que en los asesinatos de las mujeres se esconde el secreto del mundo.
* Socióloga y antropóloga.
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