Por Marcelo Caruso Azcárate * -.
Si Colombia ha sido siempre un país de extremos, no debe ser por su pueblo. Para entenderlo miremos su historia. Millones de indígenas asesinados por colonizadores y explotados por transnacionales caucheras. Comuneros en 1781 emulando a Túpac Amaru II, levantados en armas por la indignación de una mujer, Manuela Beltrán, dispuestos a no pagar los costos de la guerra de España contra Francia, a liberar a los esclavizados y devolver sus tierras a los indígenas. Campesinos y curas rechazando la intromisión del Papa y buscando copiar en Pasto la Comuna de París en 1876. “Bolcheviques” en el municipio de Líbano, Tolima, intentando “tomar el poder” en 1929. Comuna revolucionaria de obreros petroleros en Barrancabermeja en 1948, rechazando el asesinato de Gaitán. Y de ahí en adelante paramilitares (pájaros) conservadores, continuados por guerrilleros liberales del llano luego extendidos a las montañas como comunistas, exigiendo democracia, tierra y libertad. ¿Será que en todo esto tiene algo que ver la conformación económica y acción política de su clase dirigente o es que a esa “chusma” le gusta vivir peleando y arriesgando su vida en una situación de guerra perpetua?
Seguimos siendo un país de contrastes, pues junto a esa valiente historia de resistencias –por lo general traicionadas– hoy se encuentran fallos de sus cortes –Constitucional y Suprema– que declaran sujeto de derechos a la Naturaleza, o Estados de Cosas Inconstitucionales pues no se garantizan los derechos fundamentales.
Y ahora llegan las elecciones con posibilidades de un triunfo progresistas y de izquierda y, como nunca antes, salen a luz las rencillas del bajo mundo corrupto de la política tradicional, en el que priman el fanatismo, el sectarismo y, ante todo, los liderazgos individualistas que fragmentan sus coaliciones. Cualquier observador poco informado colapsaría al tratar de entender este escenario y un anunciado suicidio colectivo de su clase dirigente. Se encuentra a quienes acusan a las cortes de golpistas, al Papa de subversivo, a los jóvenes indignados de “vándalos y terroristas”; también a quienes anuncian un colapso de un sistema que supuestamente los obliga valientemente a migrar a Miami, lamentando los contratos perdidos por cláusulas copiadas de negocios entre mafiosos, solo pensables en Colombia.
Mientras tanto, la inmensa mayoría victimizada por esa violencia observa callada, paciente y pareciera prepararse para la revancha. Para, esta vez, ganar y no ser engañados. Más allá de los riesgos que ya se están viviendo, la sombra de nuevos y múltiples “bogotazos” frena la mano de espíritus antidemocráticos asesinos. Sin embargo, se presentan los riesgos de lo que llaman el vacío de poder, en el cual los polos enfrentados no logran dirimir la disputa política. Es allí donde aparecen los llamados bonapartismos: un personaje que con lenguaje popular se coloca por encima de las clases y del Estado de Derecho y, prometiendo ayudar a todos, se afirma en el poder. Puede ir hacia la derecha –Bukele– o hacia el progresismo –López Obrador–. En Colombia se preanuncia el primer escenario –Rodolfo Hernández– y la ultraderecha se dispone a apoyarlo si sus opcionados no llegan a segunda vuelta, lo cual puede llevarlo a fracasar en el intento.
Las cartas están sobre la mesa, pero la gente no entiende bien lo de las consultas presidenciales. El debate programático está muy centrado en las propuestas concretas y regionales de la gran cantidad de aspirantes al Congreso. Esperemos que los votos vayan en línea con la historia de las resistencias. En las consultas tendrán un brillo particular candidaturas que se alejen del discurso convencional y presenten descarnadamente los problemas y necesidades de la gente, junto con el cómo y con quiénes transformarlas, no olvidando ese bello lema “antiegos” del movimiento que representa Francia Márquez: “Soy porque somos”.
* Filósofo.
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