septiembre 21, 2023

¿Es América Latina una región estratégica en el mundo?

Por José Galindo *-.


Dos artículos publicados con un intervalo de casi un año en la prestigiosa revista estadounidense Foreign Affairs arrojan luces sobre la percepción de la declinante potencia hegemónica respecto a la transición energética en ciernes, que prevén más problemática de lo que esperan muchos promotores de las energías verdes.

Aunque sesgado, su análisis sirve para identificar puntos de presión geopolítica que necesariamente acompañarán la transformación de un sistema energético que funciona en base a combustibles fósiles desde hace más de un siglo. Mucho de lo que se adelanta en relación a su rivalidad con Rusia y China está imbuido más de optimismo infundado que de realismo objetivo, llamando la atención el rol pasivo que se le asigna al mundo subdesarrollado y, sobre todo, su total omisión de algunos países latinoamericanos imposibles de obviar en un análisis mínimamente serio. Una ausencia muy lejos de ser inocente, a pesar del tono bienintencionado de su argumentación.

Un periodo de cambios turbulento

El primero de los escritos podría traducirse a “Convulsión verde: La nueva geopolítica de la energía”, escrito por Jason Bordoff y Meghan O`Sullivan, en enero de 2022. El artículo inicia señalando que las razones para desear una transición hacia fuentes de energía renovable son autoevidentes. Muchos de sus promotores no solo garantizan que su uso dará paso a sociedades económicamente más sostenibles, sino que incluso contribuirá a limar las asperezas geopolíticas del escenario internacional. No obstante, se advierte, la segunda aspiración es menos que improbable, debido a que la transformación de la matriz energética global implicará la reconfiguración de un orden cuyos elementos se vinieron formando desde finales de la Segunda Guerra Mundial.

Están en juego las fuentes del poder nacional, el proceso de globalización, las relaciones entre potencias y la convergencia económica entre países desarrollados y subdesarrollados, siendo esta última una idea que sobrestima el crecimiento económico del llamado Tercer Mundo a partir del consumo como principal indicador. En todo caso, señalan, la transición será problemática, cuando menos debido a que reconstruir el sistema energético mundial implica redefinir quiénes ganarán y perderán con este proceso.

Por una parte, los petroEstados verán un alza en los precios y la demanda de sus productos antes de que caigan irremediablemente; por la otra, los países pobres deberán incrementar su consumo de energía a la par que enfrentar los peores efectos del cambio climático, mientras que los Estados desarrollados asegurarán fuentes de energía para sostener su crecimiento económico. Los combustibles fósiles podrían desaparecer, pero la geopolítica de la energía no lo hará. Aun cuando el mundo llegue a cero emisiones netas, eso no implicará el fin de los combustibles fósiles.

De acuerdo a un reporte de 2021 hecho por la Agencia Internacional de Energía de los Estados Unidos, pese a que el mundo eliminará por completo sus emisiones de carbono para 2050, quedaría todavía la mitad de gas natural que hoy existe y una cuarta parte de petróleo.

Los países con tradición petrolera verán multiplicadas sus ganancias y su poder de vetar la producción, como sucede con la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Mucho más en la situación de los Estados con facilidad para extraer esos recursos, como pronto sucederá con Argentina. Rusia todavía tendrá un gran poder sobre Europa en este aspecto, una vez se concluya con el Nord Stream 2. Por lo tanto, los países productores de combustibles fósiles seguirán teniendo un rol clave en lo que resta del presente siglo. Asimismo, los países ganadores de la revolución de la energía limpia estarán determinados por la innovación y el capital barato, que les dará ventajas en al menos cuatro dimensiones:

  1. El poder de establecer los estándares para las especificaciones técnicas de producción y las normas de certificación en la producción de estas nuevas fuentes de energía. En otras palabras, el desarrollo de la técnica de producción;
  2. El control que se tenga sobre la cadena de oferta de minerales como el cobalto, litio, tierras raras y otros de importancia crítica en la producción de energía limpia. Su demanda se disparará hasta seis veces su nivel actual incluso antes de 2050. Ganarán influencia política con ello, aunque no necesariamente la voluntad para hacerla efectiva;
  3. La capacidad para manufacturar componentes para nuevas tecnologías. No es lo mismo que tener recursos naturales, aclara, pero producir los semiconductores para hacer paneles solares, como hoy sucede con China, le da la capacidad para generar cuellos de botella en las cadenas de oferta globales. Ser dueño de los dispositivos que permiten almacenar y conducir energía no es lo mismo que ser dueño de la energía, pero ayuda;
  4. Producir combustible bajo en carbono, como el hidrógeno o el amoniaco, dada su importancia para descarbonizar sectores difíciles de electrificar como la producción de acero, el impulso de camiones y vehículos pesados y la capacidad de balancear redes eléctricas con energía renovable y no renovable. Esto limitaría la influencia geopolítica de los productores de fósiles.

Entre otras consecuencias de la transición está la limitación del comercio global, pues un mundo descarbonizado depende más de electricidad, que se produce de forma local y es más difícil y cara de transportar a grandes distancias. Al mismo tiempo, la dependencia de fuentes de energías importadas crea preocupaciones más urgentes que ser dependiente de combustibles importados. Un mundo de cero emisiones netas será ciertamente uno menos globalizado, dice. Tendencia que podría reforzarse mediante el levantamiento de barreras arancelarias que impulsen sus propias industrias productoras de energía, como sucede con las altas tarifas de importación que la India ha impuesto sobre los paneles chinos.

Finalmente, la adecuación normativa de los Estados que buscan descarbonizarse podría llevar a que quienes lo hayan logrado exitosamente busquen influir para que otros sigan su ejemplo, utilizando medidas cuasi proteccionistas para ello.

Otra razón por la cual la transición será accidentada es la poca inclinación a la cooperación estratégica entre las potencias que destacan en el escenario geopolítico actual, evidente en la relación que hoy tienen Estados Unidos y China, que seguirán compitiendo agresivamente por tecnología, talento, suministros, mercados y normativización de indistintos sectores de la economía.

Por otro lado, los autores esperan que la meta de descarbonizar el mundo sirva como un acicate para renovar la relación entre los Estados Unidos y sus aliados, que luego podrían combinar su poder económico e influencia diplomática para formar un “club climático” comprometido con cero emisiones netas que imponga tarifas altas para los no miembros. En ese sentido, parecen temer por la persistencia del poder que Rusia retendrá sobre Europa por un largo tiempo, mientras esta última sea dependiente de sus recursos hidrocarburíferos.

Se indica que la convergencia que se ha dado en cuanto a crecimiento económico entre países desarrollados y subdesarrollados podría verse afectada debido a los costos climáticos que tendrán que enfrentar estos países en medio de un contexto de transformación energética global, en el que ya han demandado asistencia por parte de los países ricos como parte de su denunciada deuda climática, la misma que se prometió en la cumbre de Copenhague de 2009 con un montón de casi 100 billones de dólares. Compromiso hasta ahora incumplido.

Por último, se debe destacar la obviedad que los países subdesarrollados deberán transitar un camino distinto al que recorrieron los países industrializados, que desde principios del siglo XX lubricaron sus economías con energías fósiles, las que ya no estarán a disposición de la proporción más pobre del planeta incluso a niveles no productivos. Esto, temen, podría ampliar la brecha entre Estados pobres y Estados ricos. Sin mencionar la presión que el mundo desarrollado querrá ejercer sobre el mundo subdesarrollado para consumar la transición energética que se viene avizorando de forma cada vez más impostergable si se quiere evitar un escenario global catastrófico.

La era de la incertidumbre

El segundo artículo tiene un tono aún más ominoso que el anterior y puede traducirse como “La era de la inseguridad energética: Cómo la lucha por recursos está volcando la geopolítica”, escrito nuevamente por el misma dúo, Jason Bordoff y Meghan O`Sullivan, en abril de 2023, para Foreign Affairs.

La crisis del 70 del siglo pasado ha mellado hondo en la subjetividad gringa, eso es claro. Sobre todo cuando muchos estadounidenses se percatan que la transición hacia una economía de energías limpias no será armoniosa ni pacífica, como lo demuestran los últimos años en los que la guerra de Ucrania ha elevado los precios no solo de los alimentos, sino de los combustibles. Esto ha llevado a desempolvar un viejo término que los Estados Unidos no creían que volverían a utilizar en su léxico: Seguridad energética, definida como la capacidad de contar con los combustibles suficientes a precios accesibles.

No obstante, los cambios geopolíticos recientes han obligado a unos cuantos países desarrollados a pisar el acelerador de la transición energética, dada la dependencia de Europa del gas ruso. Un contexto que les recordó a los estadounidenses la crisis de combustibles de los años 70, después del embargo saudí de petróleo y la Revolución iraní. Una situación que teme que se repita con el dominio que hoy ostenta China sobre la cadena de suministros para energías verdes, como los paneles solares.

Una situación que ha ampliado la distancia entre el mundo desarrollado y subdesarrollado, con el último denunciando el aumento de los costos de la energía provocados por la guerra en Europa al mismo tiempo que se presiona para diversificar las fuentes de energía lejos de los combustibles fósiles, notando la hipocresía de los países ricos que al principio abogaban por alejarse de los fósiles y hoy se apresuran frenéticamente para asegurarse fuentes de gas y petróleo por todo el mundo.

Ahora bien, los autores identifican tres fuentes de estrés geopolítico principales: 1) La rivalidad entre grandes potencias en un contexto cada vez más multipolar y un sistema internacional fragmentado; 2) Los esfuerzos de muchos países por diversificar sus cadenas de suministros; y 3) Las realidades del cambio climático.

En el primer aspecto, basta con señalar las consecuencias del poderío ruso en la el este de Europa, aunque no se menciona el papel de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la inducción de los hechos acontecidos.

De mayor trascendencia señalan, empero, es la rivalidad de los Estados Unidos con China, que no ha sido suficiente como para que la potencia americana logre independizarse de su dependencia de semiconductores y dispositivos para la producción de energía renovable, lo que lo convierte en un país vulnerable a shocks inducidos por la potencia asiática.

En cuanto a la segunda fuente de estrés debe señalarse la iniciativa que Beijing y Moscú tienen en la región centroasiática, con impulsos al diálogo saudí-iraní, el acercamiento entre Rusia y China y el práctico aislamiento de los Estados Unidos en la región, con pocos y contados aliados incondicionales. Un problema que se ha profundizado por la tendencia aislacionista imperante de Washington desde los años de Trump.

Pero, lo más preocupante de todo, dicen, es que el cambio climático ha tenido el perverso efecto de reducir la capacidad para producir energía eléctrica en varias áreas del mundo, desde los Estados Unidos hasta Brasil, producto de la reducción del caudal de los ríos que impulsaban esta forma de energía. Estas realidades obligarán a Estados Unidos a diversificar sus fuentes de energía, construir resiliencia y mejorar la calidad de la información en el mercado de la energía.

Subestimación estructural

Ahora bien, incluso una lectura desprejuiciada de ambos artículos revela una actitud condescendiente para con el mundo subdesarrollado, al que se asume como totalmente carente de agencia o capacidad de iniciativa. No solo por el hecho de que no se mencione la posibilidad de que Venezuela, Brasil, Argentina, respecto al gas y el petróleo, o Bolivia, Chile o Argentina en relación al litio, puedan impulsar iniciativas orientadas al desarrollo autónomo de la industria latinoamericana de las energías renovables, sino porque ni siquiera se nombra a estos países.

Desde su punto de vista, en el planeta entero existen solamente Estados Unidos, Europa, China y Rusia como actores estratégicos. Algo que ciertamente no se puede objetar en términos de poder económico o militar, pero que deshecha totalmente la posibilidad de que la Región pueda convertirse en un actor relevante de la transición energética que se avecina. Subestimación que debe ser tomada en cuenta en la propia política económica del Estado Plurinacional de Bolivia. En todo caso, ambas lecturas son recomendables si se quiere comprender la percepción hegemónica sobre el futuro inmediato.


  • Cientista político.

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