Por Alberto Acosta (Economista)-.
El oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, | y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, | y llega incluso a llevar las almas al paraíso. Cristóbal Colón [1]
El colonialismo muta sus formas permanentemente, pero su esencia se mantiene inmutable. Lo hemos visto a lo largo de la historia. Hace más de 500 años los colonizadores llegaron en carabelas, buscando recursos naturales. Desde entonces, en la larga e interminable noche colonial, también buscando recursos naturales, ahora utilizando modernas tecnologías, siguen llegando las empresas de los países del Norte Global tratando de asegurarse el abastecimiento de esos recursos primarios o inclusive, como en aquellas lejanas épocas, de adueñarse de territorios para lograrlo.
En muchas ocasiones imponen su dominio con la fuerza de sus armas, sea propiciando conflictos bélicos entre países vecinos o sea alentando invasiones imperiales. Y, en la actualidad, con creciente frecuencia, cabalgando en modernas tecnologías, consiguen sus objetivos sin necesariamente desembarcar físicamente en los territorios a colonizar, por ejemplo, a través de los mercados de futuros de las materias primas.
De aquella época a la actualidad no ha cambiado la esencia del sistema de dominación imperial. Siguiendo el espíritu de Colón, el capitalismo se globaliza permanentemente inspirado en el saqueo de los bienes de la naturaleza, con impactos brutales en los territorios del Sur Global, tal como lo destacó hace más de 100 años Rosa Luxemburg: “el capitalismo vive a expensas de economías coloniales; vive más exactamente de su ruina. Y si para acumular tiene absoluta necesidad de ellas, es porque estas les ofrecen la tierra nutritiva a expensas de la cual se cumple la acumulación” [2].
Cabe destacar que, una y otra vez, estos afanes imperiales han contado y cuentan con la sumisión de quienes aceptan –por voluntad propia– este esquema de dominación, ilusionados –torpemente– en alcanzar el “desarrollo” y el “progreso”.
Un sistema con una larguísima historia
Así las cosas, los extractivismos, levantando la promesa del Paraíso, plasmada en esas ideas del “progreso” y del “desarrollo”, se expanden de forma cada vez más acelerada por el mundo, violentando territorios, comunidades, cuerpos y subjetividades. Las sociedades periféricas aparecen condenadas a la acumulación primario-exportadora, determinada por las demandas de los centros del capitalismo metropolitano. Y así, este modo de acumulación primario-exportador –dominante en los países periféricos– determina sus estructuras económicas, sociales e inclusive políticas.
Más aún, de él se derivan influencias culturales que terminan en aberraciones como, por ejemplo, una suerte de ADN-extractivista enquistado en estas sociedades: sus élites e inclusive amplios segmentos de la población, incluyendo ciertos intelectuales y políticos que reniegan del capitalismo, asoman atrapados en las (i) lógicas extractivistas y rentistas. Así, no sorprende que, en la actualidad, gobiernos neoliberales y progresistas coincidan en esta trampa extractivista, sumisos ante las pretensiones del imperialismo metropolitano –en cualquiera de sus versiones: yanqui, china, europea, rusa…–, hambriento de recursos naturales.
Tengamos siempre presente que el capital acumula en cualquier circunstancia. Esa es su esencia y su razón de ser. Ese objetivo se consigue aumentando la plusvalía de la fuerza de trabajo. Atesora conquistando mercados. Lucra por igual de la renta de la naturaleza, a través de los extractivismos, por cierto. Y cuando el capital no logra acumular produciendo, extrayendo o comercializando, acumula especulando, incluso mediado por los extractivismos: basta observar los mercados de futuro del petróleo, los minerales o cereales. De ahí viene también la creciente glotonería contemporánea por más y más recursos naturales a los que se mercantiliza incluso antes de extraerlos, todo para cristalizar la acumulación, en un escenario donde la especulación reina y donde la financiarización de los procesos productivos y extractivos está cada vez más presente.
Todo esto provoca cada vez más una mayor destrucción de la naturaleza y de las comunidades, sobre todo cercanas a los lugares de explotación, al tiempo que impacta en todos los ámbitos de la vida de esos países presos de las (imposibles) promesas de la Modernidad.
Las deudas como instrumento de dominación
En este punto, debemos destacar una herramienta poderosa de dominación: la deuda. Este ha sido uno de los instrumentos que, a lo largo de la historia humana, más ha servido para construir y reafirmar jerarquías y desigualdades de todo tipo. La deuda ha sido un poderoso medio de explotación, sometimiento y esclavización, la que, con el paso del tiempo, ha adoptado diferentes caras. El endeudamiento y la servidumbre por deudas fueron pilares del sistema colonial en las Américas: prestar dinero con intereses a quienes no podían pagar y exigir que devolvieran los préstamos en forma de trabajo. En esa línea, la esclavitud de miles de personas fue una consecuencia del endeudamiento.
Con el fin de conseguir su independencia los países latinoamericanos recurrieron a un costoso y usurario esquema de endeudamiento externo, sobre todo en Inglaterra, Holanda y Francia. Estas potencias estaban empeñadas en debilitar los imperios español y portugués para aprovechar de los cuantiosos recursos naturales de sus colonias y entrar en sus mercados. Con el tiempo, esas deudas de la independencia devinieron deudas de la dependencia.
Así, de diversas maneras, esas deudas se han transformado en una suerte de “deuda eterna”, quizás por efectos hereditarios de una antigua maldición que se inició hace casi 500 años, con el rescate del inca Atahualpa: para conseguir su libertad, consciente de la codicia de los españoles, el monarca inca ofreció un millonario rescate a sus captores; el inca pagó su rescate con enormes cantidades de oro y plata, pero de todas formas fue ajusticiado. Desde entonces se mantiene invariable la codicia por recursos naturales provenientes de tierras latinoamericanas y se sigue “ajusticiando” comunidades y naturaleza. Historias similares encontramos en otros continentes, en África en particular, en donde este latrocinio de recursos de recursos vino inclusive atado al saqueo de seres humanos.
Más cerca en nuestro tiempo, con el fin de conseguir el ansiado desarrollo, los países empobrecidos, una y otra vez, recurren al financiamiento externo. Sean inversiones extranjeras, a las que les brindan todo tipo de ventajas, o sean créditos internacionales, que normalmente vienen atados de una serie de condiciones que limitan la capacidad de respuestas soberanas; en ambos casos, con una inusitada frecuencia, estos capitales tienen en la mira el acceso a los recursos naturales de esos países. Luego, buscando liberarse de dichas deudas externas, en una suerte de espiral sin fin, estos países ahondan más y más los extractivismos, inclusive recurriendo a nuevos créditos o inversiones extranjeras.
Así se vivieron procesos de endeudamiento acelerado en los años 70 del siglo XX, para recordar apenas un episodio de la larga historia. Entonces, tanto los países importadores como los exportadores de petróleo pudieron acceder a cuantiosos créditos externos –gracias a los conocidos como petrodólares que inundaban el mercado financiero internacional–; los primeros para enfrentar los crecientes precios del crudo y los otros para aprovechar de la bonanza. Luego vendría un brutal ajuste, cuando los países del capitalismo metropolitano, con los Estados Unidos a la cabeza, cambiaron las reglas de juego del sistema financiero y monetario mundial, desatando la gran crisis de la deuda externa. Un asunto que se complicó con la simultánea caída de las cotizaciones de las materias primas a nivel mundial.
En la actualidad, presas de la ilusión de la descarbonización en clave de las transiciones energéticas propuestas por los países del Norte Global, estos países empobrecidos recurren nuevamente al endeudamiento externo. Así como a nuevas inversiones extranjeras. A modo de ejemplo veamos cómo la búsqueda de minerales –litio, cobre, tierras raras– alienta un esquema de “colonialismo verde”, en el que juegan un papel preponderante los tratados de libre comercio. Y todo en un ambiente de creciente presencia del crimen organizado transnacional, que permea cada vez más los sistemas financieros nacionales e internacionales, a la par de que se adentra en el resto de las economías, incluyendo los ámbitos extractivistas, en particular la minería de oro.
En este contexto no sorprende para nada que la situación de sobreendeudamiento de muchos países en el mundo empobrecido alcance cada vez más niveles insostenibles, como demuestra el Informe sobre la Deuda 2024, presentado por la campaña en contra la de la deuda externa en Alemania: Erlassjahr [3]. En este trabajo aparecen testimonios impresionantes y deprimentes de hasta qué punto la pobreza crece en el Sur Global, mientras que el Norte Global se enriquece cada vez más por efecto del manejo de la deuda externa. Ambos fenómenos son complementarios, es decir, dos caras de la misma moneda.
La esclavitud a la deuda del Norte Global es la extensión histórica del colonialismo en la era del capitalismo global. Así se mantiene dominados a casi todos los países del Sur (incluyendo a los del sur de Europa, como Grecia), a los que sistemáticamente, por la acción de los organismos multilaterales de crédito –FMI y Banco Mundial, que ya cumplen 80 años al servicio del capital transnacional [4]–, se cierran las puertas para que no puedan encontrar rutas propias para conseguir el bienestar de sus poblaciones o, en el mejor de los casos, se toleran “alternativas” dentro de las lógicas de los mercados y dentro de límites aceptables al capital.
Es por eso que a estos países se les niega la posibilidad de acceder a soluciones definitivas como las que alcanzó Alemania, luego de la conocida como Segunda Guerra Mundial, el 27 de febrero de 1953, con el Acuerdo de Londres [5]. Eso explica también porqué no se da paso a la construcción de esquemas sustentados en el derecho y la justicia, que deberían conducir a otro orden financiero y monetario internacional [6].
A la postre, los países colonizados por la deuda externa y por otros mecanismos de dominación están literalmente controlados por instancias externas. Su soberanía es una simple entelequia, pues en muchos casos queda reducida casi solo a su bandera, su escudo y su himno nacionales. Mientras tanto, las potencias colonizadoras sostienen gran parte de su bienestar a través de este sistema de explotación internacional, es decir, a costa de otras sociedades y de la naturaleza: un sistema que ya tiene varios siglos de existencia.
Pagar es morir, queremos vivir [7]
Un primer paso hacia la justicia global es, sin duda, la desobediencia frente a la deuda externa. Es indispensable organizarse para no pagar e inclusive para exigir el cobro de la deuda ecológica y la deuda colonial, en las que los países deudores de las deudas financieras son los acreedores.
Como planteamos con Miriam Lang y Esperanza Martínez, aunque se hable de deuda, sea esta colonial o ecológica, no se trata solamente de movilizar grandes flujos de dinero de Norte a Sur, ni de país a país, ni hacia comunidades o individuos. El dinero es el lenguaje del capitalismo, sirve en primer lugar para reforzar las relaciones capitalistas que justamente tenemos que desmontar.
En lugar de restringir la mirada al “pago” de esas otras deudas y a la anulación sin condiciones de las deudas financieras, es importante introducir al debate las nociones de restitución y de reparación. Reparaciones que, aunque son motivadas por injusticias pasadas, en su ejecución no apuntan ni a la reconciliación ni a la redención. Apuntan, más bien, a rehacer el mundo, en otros términos, con otras reglas del juego y otras estructuras, a crear un orden político completamente nuevo, caracterizado por la autodeterminación y la solidaridad, más no en la dominación y la jerarquización. Esto demanda, por supuesto, la construcción de otra economía para otra civilización [8], que incluye con otras estructuras internacionales. Y todo en clave con la urgencia de recuperar la racionalidad ambiental, potenciando los derechos de la naturaleza [9].
Siguiendo con estas conclusiones, se trata entonces de restituir en la medida de lo posible lo que se quitó o destruyó, en todas sus dimensiones, materiales, ambientales y simbólicas. Se trata, entonces, de restituir a los pueblos la soberanía de tomar decisiones colectivas democráticamente sobre el propio futuro, de manera situada y apropiada a cada contexto en territorios de diversidad cultural. Eso implica restituir la soberanía sobre la política económica por fuera del yugo de la deuda externa y de las imposiciones comerciales expoliadoras. Por igual demanda restituir la soberanía sobre el territorio y la soberanía alimentaria y energética. Así como restituir y reconocer los modos de vida que giran alrededor de la calidad de las relaciones y del equilibrio entre humanos y con la naturaleza, en lugar de poner al centro la acumulación de dinero y de poder.
De la misma manera que el colonialismo y la colonialidad del poder, la economía global y la financiarización, han constituido cierto tipo de mundo, se trata de construir desde las resistencias las bases constitutivas de otro mundo en clave de pluriverso [10]: un mundo en donde caben muchos mundos, garantizando en todo momento la vida digna de seres humanos y no humanos.
* Cortesía del portal web Rebelión – https://www.rebelion.org
1 Cristóbal Colón menciona 175 veces la palabra oro y menos de 50 veces la palabra Dios o ser supremo en su bitácora de viaje, publicado en Los cuatro viajes – Testamento, Alianza Editorial, Madrid, 1986.
2 Rosa Luxemburg [1913]. Die Akkumulation des Kapitals – Ein Beitrag zur ökonomischen Erklärung des Imperialismus, Buchhandlung Vorwärts Paul Singer, Berlin. Nachdruck Limmat-Verlag, Zürich, 1966. / La acumulación del Capital, Grijalbo, México, 1967.
3 Erlassjahr; Informe sobre la deuda 2024 (en alemán). Disponible en https://erlassjahr.de/produkt/schuldenreport-2024/
4 Alberto Acosta (2024). “80 años – Organismos no democráticos: FMI y Banco Mundial”. Disponible en https://rebelion.org/organismos-no-democraticos-fmi-y-banco-mundial
5 Alberto Acosta (2023). “Un aniversario histórico – 70 años del Acuerdo de Londres, ¿por qué es un imposible para los países del sur?”. Disponible en https://rebelion.org/70-anos-del-acuerdo-de-londres-porque-es-un-imposible-para-los-paises-del-sur/ Cabe anotar que, por razones de geopolítica imperial, una solución similar se dio a Indonesia, Polonia, Egipto.
6 Una opción podría ser esta propuesta de Oscar Ugarteche, Alberto Acosta (2006). “Los problemas de la economía global y el tribunal Internacional de arbitraje de deuda soberana”; POLIS Revista Académica de la Universidad Bolivariana de Chile, Santiago, Volumen 5 Número 13. Disponible en https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=30551310. También es recomendable el artículo del autor con John Cajas-Guijaro (2020). “Del coronavirus a la gran transformación. Repensando la institucionalidad de la economía global”. Disponible en https://www.researchgate.net/publication/349488944_Del_coronavirus_a_la_gran_transformacion_Repensando_la_institucionalidad_de_la_economia_global
7 Este era el mensaje corto, pero potente de Manolo Barreno, teólogo ecuatoriano, fallecido en el año 2000, que recorrió incansablemente el mundo rompiendo lazas contra el perverso sistema de la deuda externa.
8 Consultar en Alberto Acosta, John Cajas-Guijarro (2020). “Buscando fundamentos biocéntricos para una post-economía – Naturaleza, economía y subversión epistémica para la transición”, En el libro coordinado por Griselda Günther Mónika Meireles, Voces Latinoamericanas – Mercantilización de la Naturaleza y Resistencia Social. Universidad Autónoma Metropolitana, México. Disponible en https://let.iiec.unam.mx/node/3669
9 De los varios textos del autor, se recomienda esta síntesis: Alberto Acosta (2022). “Sin derechos de la naturaleza, la libertad es una ilusión”. Disponible en https://rebelion.org/sin-derechos-de-la-naturaleza-la-libertad-es-una-ilusion/
10 Ashish Kothari, Ariel Salleh, Arturo Escobar, Federico Demaria, Alberto Acosta; Editores (2019). Pluriverso: Diccionario del posdesarrollo. ICARIA. Barcelona. De este libro existen versiones en la India, Ecuador, Colombia, Perú-Bolivia, Italia, Francia, Brasil, Alemania.
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