marzo 29, 2024

Caminos y caminantes

En el camino no importa tu nombre, solo tu presencia, y el tiempo se mide por los pasos que has andado. Caminando descubrí el poder de la inmensidad, la esencia que sostiene al mundo en comunión con el cosmos, el alma grande de la naturaleza que todavía no ha sido desacralizada, la palabra de la naturaleza y la mía se volvieron una sola y sentí que era nadie, pero al mismo tiempo era dueño de todo lo que veía.

La distancia entre lo que ves y lo que sientes no está en tus pies, está en las palabras con las que describes el paisaje, porque el paisaje también eres tú y por tanto es una expresión del ser; todos los paisajes por muy agrestes o desolados que parezcan siempre tienen algo que decir y existen palabras sagradas para nombrar a la naturaleza. Esta fuerza nominativa es poética y tu espíritu lo sabe, si encuentras las palabras apropiadas tendrás una experiencia estética, el paisaje se moverá en tu interior y el horizonte será tuyo, comprenderás que la Arcadia también puede estar instaurada en tu jardín.

Mi alma me hizo recuerdo —el recuerdo es una potencia del alma— de los nombres trashumantes de los espíritus tutelares de la naturaleza (bawrawa:wa dicen mis ancestros movimas), palabras sagradas con poderes míticos, y, para evitar que mi presencia sea sacrílega, les pedí permiso para cruzar por sus cañadas, sus selvas, sus montañas y sus ríos. No existe otra iniciación para los misterios de la naturaleza que el amor a la misma naturaleza; solamente el amor puede hacernos comprender estos misterios que nacieron junto con los tiempos.

Una noche, a cielo abierto, bajo las estrellas, donde el silencio es el mundo, descansando de la jornada en una apacheta, tomé una piedra, de esas que han resistido los cataclismos, y froté con ella mi cuerpo desnudo para que se lleve todo mi cansancio y me renueve la energía cósmica; con la energía alcancé mi cábala, comprendí que la Divinidad reposa en mí y ella se despertó para comunicarme con el Universo.

La noche fue una pascana que me permitió el reencuentro conmigo mismo y me ayudó a comprender la raíz de mis cobardías, de mis vanaglorias y de mis excesos, así como la de mis efímeras victorias; asumí que la sabiduría es aceptar la metamorfosis de todas las cosas y decidí salir de mi sombra y ser el espectador de mi propia vida.

Ver y oír se volvieron un solo sentido, tuve la sensación de estar viendo con los oídos y de estar escuchando con los ojos, y se me revelaron cosas sobre mí mismo que me sorprendieron y pronto descubrí que muchas de ellas partieron conmigo y, si bien no pude obtener todas las respuestas, sentí que, desde adentro mío, algo o alguien me ayudaba a formular las preguntas precisas.

Entonces llovió en mi interior y me sentí barro moldeado por la noche estrellada. Dejé de pensar y el Universo me pensó.

Conjurando el camino

He aprendido que se vive para caminar y que escribiendo se conjura el camino.

De todos los caminos, aquel que va hacia uno mismo es el más difícil de ser hallado porque no existe cartografía alguna, la poesía nos ayuda a encontrarlo.

Cuando lo recorremos no interesa tanto lo que perdemos como lo que encontramos y sucede que siempre tropezamos con lo que no buscamos: sueños inquietantes perdidos en la azotea, recuerdos que germinan en melancolías, invisibles afectos y gestos cariñosos, solidaridades inesperadas, amigos que se tornan enemigos y enemigos cuya reciente amistad nos reconforta.

De todos los hallazgos, el más jubiloso es el de los demás, porque al encontrarlos nos hallamos a nosotros mismos.

Y el definitivo se da sin la víspera que previene, cuando descubrimos el amor para el que nacimos.

Nunca sabremos qué tan largo es el camino, pero cada día, sin renunciar a lo que somos, tenemos que avanzar con reverencia y afecto, tomando con humor las derrotas y caminando sin retroceder sobre nuestros pasos.

En las noches, después de la jornada, es necesario ver cuánto hemos navegado y en las madrugadas, antes de embarcar en la nave de los días, es menester recordar que la vida es el camino.

No hay camino sin asombro y son muchos los caminos que acontecen, tantos como las encrucijadas, y corremos el riesgo de elegir la ruta errada, es entonces cuando se hace necesario que el amor nos ilumine.

Los caminantes

En algunos caminos lo importante son las palabras, que poseen personalidad y poderes espirituales; las palabras nos recuerdan que el mundo fue creado para ser contado, sin embargo hay cosas que solo existen en la memoria de algunos caminantes que imaginan sitios imposibles que creen haber visitado o lugares maravillosos de los que no hablan porque los creen cosechas de sus sueños.

Hay caminantes cuyos pasos son huecos y sus palabras se parecen a esas casas que nunca fueron habitadas. Otros parecen que no se sienten bien en ningún lugar, porque son felices en todos los lugares. Escuché a los que tienen la inveterada costumbre de usar las palabras como máscaras para ocultar sus intenciones. Contemplé a otros que llegaban cargados de oscuridad y desenvainaban sus palabras desde la tumba del alma y comprobé que nadie puede ofenderte si la ofensa no está en ti, y, también, conocí a aquellos que recién han empezado el camino y hablan, tan prosaicos que estremecen, como si hubiesen recorrido muchas vidas. Algunos te emboscan con sus palabras y otros con sus soberbias.

Alrededor de la fraternidad de la palabra, en la que el yo es el de toda la especie humana, deslumbrado por la forma pura de la narración, el reino de la memoria, aprendí a respetar a los que, ante la más fogosa y entretenida conversación, guardan silencio como si fueran rocas inmutables frente a las furiosas olas del diálogo. El silencio es su destino.

Hubo atajos en los que me crucé con soñadores, herederos de una larga nostalgia, que añoraban con regresar adonde nunca estuvieron; presté atención a los que creen que la Historia es Dios y a los que se parecen a Sherezade y cuentan historias como si en ello se les fuera la vida, narran prodigiosamente, transfigurándose en sus propias palabras que hacen las veces de todas las artes; me maravillé con los que llegan iluminándolo todo, como si la Divinidad estuviera en cada una de sus palabras, que son como el resplandor que circunda la luz de sus ojos, esos seres humanos ya estuvieron camino a Damasco, y con ellos comprendí que la poesía es nuestro último Paitití y que, pese a la virtualidad, las palabras siguen y seguirán siendo el signo de los tiempos.

Escuché todas las palabras y me quedé con aquellas que nominan el mundo y sus alrededores, aquellas que cuentan la historia de la humanidad, de los hacedores del día y de la noche, palabras con inesperados significados con los que vamos creando nuevos lugares comunes, su recuerdo es el camino. Cuando me reencuentre con mis hijos, seré hablado con esas palabras y volveré a crear los paisajes, reviviré los lugares que visité, moldearé las esculturas que descubrí, pintaré los colores con los que aluciné y saborearé los platos que disfruté, y si es corto el camino siempre me quedarán milagrosas palabras, antiguas y nuevas, para prolongarlo.

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