por: Raúl Prada Alcoreza |
La que parece más adecuada lectura de Marx, lo que podemos tomar como el aporte teórico y crítico más fuerte de Marx, es, desde nuestro punto de vista, indudablemente, la efectuada y reconocida como teoría crítica de la “ideología”. La premisa fuerte se encuentra en el capítulo de El capital titulado El fetichismo de la mercancía. La crítica es la crítica de la cosificación; dice que la “ideología” económica ha reducido las relaciones sociales a relaciones entre cosas, como si hubiera relaciones entre cosas y no relaciones entre sujetos sociales. El fetichismo de la mercancía es la expresión más aguda de la crítica de la “ideología”. El fetichismo de la mercancía no es el único fetichismo, hay otros, el fetichismo del Estado, el fetichismo institucional, el fetichismo del poder, el fetichismo discursivo, el fetichismo teórico; en conjunto podemos hablar del fetichismo “ideológico” o, si se quiere, del fetichismo como mecanismo operativo de la “ideología”.
La paradoja del marxismo es que, a pesar de esta crítica de la “ideología”, ha caído también en la “ideología”; es decir, en el fetichismo, ha convertido al marxismo en una “ciencia”, en el sentido positivista. La “ciencia” convertida en una verdad objetiva, cuyas leyes son indiscutiblemente las verdades de la historia. A esto llama las leyes de la dialéctica, las leyes del materialismo histórico y las leyes del materialismo dialéctico. También ha convertido al partido en otro fetiche institucional; sin partido no hay “revolución”. El partido es la vanguardia, la consciencia del proletariado, aunque esté constituida por intelectuales de las “clases medias”. No se trata de discutir su procedencia, lo que sería inocuo, tal como lo hacen los “marxistas” militantes, al demarcar ciencia proletaria de ciencia burguesa.Postura que los ha llevado a grotescas afirmaciones; por ejemplo, cuando opusieron la técnica del injerto como ciencia proletaria, frente a la genética, considerada ciencia burguesa. De lo que se trata es de mostrar esta pretensión vanguardista, de sustitución del proletariado, sobre todo, su pretensión de ser la consciencia histórica del proletariado.
Podemos decir que la “ideología” se remite a los imaginarios que hacen de dispositivos ideacionales de las dominaciones. En este sentido, es un recurso usado tanto por dominantes y dominados cuando refuerzan las dominaciones, aunque sean las propias dominaciones, que recaen sobre los propios cuerpos. Cuando los y las dominadas se emancipan o, si se quiere, comienzan los procesos de emancipación, mas bien, se desmarcan de la “ideología”, critican las formas de “ideología” usuales, se abren al decurso de la imaginación radical y del imaginario radical [1]. Inventan otras narrativas, otras interpretaciones, que activan la potencia social.
Por el camino de la nueva religión, se ha conformado una moral “revolucionaria”, que como toda moral, separa el mundo maniqueamente entre buenos y malos. Los buenos son los “marxistas”; los malos son los demás; en este caso hay una gama variada de malos; desde la “extrema derecha” hasta los desubicados, pasando por las “izquierdas” radicales, que pretenden hacer crítica a la sagrada religión, a las sagradas escrituras del Moisés Marx.
No es pues una casualidad que se hable de “siete pecados capitales” [2]. Los “pecados” son contra la religión laica, contra los mandamientos del partido, contra las verdades de la “ciencia” positiva del materialismo histórico y de la insuperable filosofía del materialismo dialéctico.
El primer “pecado” es comentar que los “revolucionarios” consideran el mundo como representación; es decir, no comprenden el mundo en su efectividad material conectada a la virtualidad imaginaria. El segundo “pecado” es señalar que los “revolucionarios” se inclinan por la trama heroica; en otras palabras, que se consideran héroes de una epopeya. El tercer “pecado” es considerar que la historia no es teleológica; la narrativa histórica o la historia como narrativa, pues no es otra cosa, a no ser que se crea que la historia es realidad y no interpretación. Que lahistoria efectiva, que no es narrativa, aunque comprenda muchas narrativas concurrentes, responde a mecánicas y dinámicas de fuerza. Las narrativas oficiales las escriben los vencedores, las narrativas histórico-políticas las transmiten los vencidos. El cuarto “pecado” es apuntar que la revolución no es un problema de derechos, sino de desconstitución y constitución de subjetividades plenas, de transformación de los esquemas de comportamientos y conductas. Esta tesis se refuta con la apreciación de la revolución como la constructora del hombre nuevo; entonces la revolución es “fenómeno de consciencia”. El quinto y sexto “pecado” es afirmar que si la revolución no viene acompañada por la articulación complementaria entre el igualitarismo con la libertad no es una revolución, sino un retorno al Estado policial. El séptimo ”pecado” es alegar que una revolución que no viene acompañada por la crítica cae en el dogmatismo, se enquista, se vuelve contra-revolución.
No se trata de refutar estas observaciones; caeríamos en lo mismo. Una discusión por la verdad. De lo que se trata es de definir qué se discute, cuál es el alcance de la discusión. Si la pretensión es la verdad, quién tiene la verdad, la discusión se circunscribe al campo “ideológico”. En cambio, si la discusión se abre a problemas de comprensión de la complejidad, que es la realidad misma, comprensión que incide en la capacidad de transformación. Si este es el caso, las pretensiones de verdad están de más, se oponen a la comprensión, obstaculizan la posibilidad de conocimiento, al convertir al saber en algo acabado, concluido. Clausuran la posibilidad de aprendizaje.
La discusión sobre la comprensión, interpretación, conocimiento, de la realidad, de la complejidad, es de suma importancia, pues lo que se discute es sobre cómo mejorar las condiciones de incidencia, cómo mejorar las capacidades de transformación. En este sentido, se trata de atravesar los límites del saber, los límites del conocimiento, a los que se ha llegado; de lo que se trata es de retomar la experiencia social buscando replantear las teorías usadas, desplegando teorías más completas, que respondan mejor a la interpretación y explicación de la complejidad. No se trata pues de defender una teoría dada, sino de ampliar considerablemente la comprensión y el conocimiento, mejorando las capacidades y posibilidades de transformación. La defensa de la teoría, la defensa de la pretensión de verdad, invierte la problemática, al reducirla a la subsistencia discursiva, a la persistencia de del corpus teórico. En este caso, la discusión es un debate dogmático, un debate sobre la ortodoxia. Se ha renunciado a la transformación efectiva, a la emancipación efectiva, optando por una transformación imaginaria, por una emancipación imaginaria. La preocupación es por el prestigio de la teoría, por el prestigio de la “ciencia” social positiva, por el prestigio del partido, pretendiendo que el destino de la “revolución” se juega en el partido, en la teoría, en esta pretendida “ciencia” positiva. Este es el síntoma evidente de que la “revolución”, de que los “revolucionarios”, han sido atrapados por las mallas del poder.
1 Conceptos elaborados por Cornelius Castoriadis. Ver Institución imaginaria de la sociedad. Siglo XXI.
2 Ver de Javier Larraín Los siete pecados capitales de Raúl Prada. La época; La Paz 2015.
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