En la mitología griega (recontada a su vez por la tragedia griega) se tienen dos figuras esenciales, el Héroe y el Rey; ambos estados pueden unirse en el mismo sujeto, pues héroe puede convertirse en rey; o un rey puede ser un héroe, pero esta unión nunca es automática.
El Rey, también llamado tirano, será aquel que ejerce el poder de una manera específica, lo ejerce por su propia fuerza, de manera unipersonal, gracias a su propio saber (no hay que leer aquí la tiranía como una característica negativa, sino una forma de ejercer el poder, de detentar la soberanía; pues en su sentido original tenía muchas veces una connotación positiva). El tirano era aquel que podía hacer las cosas por sí mismo, aquel que podía instaurar su voluntad en los hombres, aquel que podía gobernar. El Rey será entonces el gobernante, quien tiene la soberanía y el poder de mando.
El Héroe, en cambio, también tiene un tipo de poder particular, pero no es un poder de mando, es un poder de acción, es aquél que puede realizar cierto tipo de acciones: las acciones heroicas, las grandes hazañas; este poder es un poder personal, generalmente físico, que le permite llevar a cabo acciones gloriosas (salvar a la ciudad, matar al dragón, etcétera.).
Si bien estas dos figuras son originalmente distintas, permanentemente se cruzan, ya que además de haber héroes que son a la vez reyes, cuando no lo son necesariamente su destino se cruza con éstos; la figura curiosa es que, con relativa frecuencia, el héroe tiende a convertirse en rey, en tirano.
Esta es una migración del sujeto muy común, una metamorfosis (o cambio) del poder de hacer en el poder de mandar, podríamos buscar muchos ejemplos, pero conformémonos con Teseo, quien por dar muerte al minotauro será rey de Atenas 3. Ésta metamorfosis puede darse por varios motivos, pero sin lugar a dudas el más frecuente es que el héroe mate a algún tipo de bestia, salvando a la ciudad y siendo convertido en rey.
Hay que explicar que si bien los héroes son con frecuencia hijos de reyes, esta descendencia no les otorga la calidad de reyes en sí mismos; los mitos griegos estarán plagados de hermanos, tíos, sobrinos y otros pretendientes que amenazan su sucesión; es en este sentido que la derrota de la bestia significará el momento constitutivo que marcará su reinado, de alguna manera el héroe se convertirá en rey al ser ungido con la sangre de la bestia 4; el que quiere ser rey debe demostrar su valía en el doble acto de dar la muerte a la bestia y dar la vida a la ciudad. Ésta figura del héroe que se convierte en rey a través de dar la muerte a la bestia es fundamental, fundamental en el más claro sentido de la palara, pues ese acto se convierte en el fundamento de la soberanía; y no sólo es una figura de origen griega 5, y su trascenderá influenciará la mitología cristiana 6 y medieval.
Si la muerte de la bestia es el fundamento de la soberanía, la bestia es quien constituye al rey, no hay rey sin bestia a quien matar; el fundamento antiguo de la soberanía es siempre (de una forma u otra) la muerte.
Esto lo podemos analizar desde una relectura contemporánea; Cortázar lo muestra con asombrosa claridad en «Los Reyes» (la primera obra que publicó como propia) donde la relación entre el héroe que quiere ser Rey (Teseo) y la bestia que debe ser muerta (el minotauro) está completamente invertida.
En esta versión, como en la antigua, Teseo aparece para dar muerte al minotauro, pues es el hombre de la voluntad y el poder, es el igual al que Minos (el rey de Cnosos, esposo de la madre del minotauro y quien lo ha encerrado en el laberinto) cuando se encuentran por primera vez al principio de la obra, saluda de la siguiente forma:
«Teseo el matador. Sí, tienes la frente y la palabra dura de tu padre. Se ve al mirarte que te ordenas en torno de tu voluntad, como otros en torno de su gracia o su silencio»
Hay que prestar especial atención al se ve al mirarte que te ordenas en torno a tu voluntad, pues Teseo es el que quiere ser tirano, y quiere ordenar son su voluntad no sólo su propia vida, sino también la vida de toda su ciudad, y para esto tiene que matar. Por eso el saludo es Teseo el matador, aún cuando el minotauro sigue todavía con vida en su laberinto, pues Teseo ya se siente tirano, por eso dice:
«Además, soy rey. Egeo está ya muerto para mí. Atenas encontrará pronto su amo»
Hasta aquí todo está bastante acorde al mito original, la divergencia se da cuando el héroe encuentra a la bestia, y para su sorpresa éste no se ve a sí mismo como un monstruo, le dice el minotauro a Teseo:
«Aquí [en el laberinto] era especie e individuo, cesaba mi monstruosa discrepancia. Sólo vuelvo a la doble condición animal cuando me miras. A solas soy un ser de armonioso trazado; si me decidiera a negarte mi muerte, libraríamos una extraña batalla, tú contra el monstruo, yo mirándote combatir con una imagen que no reconozco mía.»
El minotauro no es una bestia en sí misma, sólo lo es en tanto Teseo (y Minos, antes que él) lo ven como tal, y sólo se reconoce como bestia cuando se ve reflejado en los ojos del hombre, no lo es sin la mirada del hombre que lo constituya como tal. Aquí hay un doble juego, el héroe debe matar al monstruo para instaurar su soberanía, pero el monstruo sólo es una bestia porque alguien la ve como tal, porque alguien la construye como tal. La bestia crea con su muerte al rey; pero sólo porque el rey la ha podido crear, antes, como bestia.
Esto es evidenciado en la última escena, donde aparecen las supuestas víctimas anteriores del minotauro y se descubre que están todas vivas, viviendo en el laberinto como en una especie de utopía, donde el citarista (uno de estas no – víctimas) le dice al minotauro mientras muere:
«¿Cómo no dolerme [tu muerte]? Tú nos llenaste de gracia en los jardines sin llave, nos ayudaste a exceder la adolescencia temerosa que habíamos traído al laberinto»
Pues la bestia no es tal, es noble y amable, pero su muerte es necesaria (y aceptada sin lucha en esta versión) y los sobrevivientes deben ocultar este hecho, deben mentir o guardar silencio, pues si dijesen la verdad todo el armazón de la soberanía se derrumbaría, por eso en el último parlamento de la obra quien habla es el citarista, que dice lo siguiente:
«¡Somos libres, libres! Oíd, ya vienen. ¡Libres! Mas no por su muerte – ¿Quién comprenderá nuestro cariño? Olvidarlo… Tendremos que mentir, continuamente mentir hasta pagar este rescate. Sólo en secreto, a la hora en que las almas eligen a solas su rumbo…»
1 Véase las ediciones de «La Época» del 13 de febrero y del 30 de enero.
2 Véase, de J. Derrida, «La Bestia y el Soberano».
3 Otros ejemplos: Perseo y la Medusa; Hércules y la Hidra; Belerofonte y la Quimera; Jasón y el Dragón; Edipo y la Esfinge; etcétera.
4 Alejándonos un poco de Grecia, el ejemplo arquetípico de esto será Sigfrido, que se baña en la sangre del dragón que acaba de matar.
5 La figura del héroe – rey ya está presente en la mitología sumeria.
6 Evidentemente los santos cristianos no querrán instaurarse como reyes, pero con frecuencia sus milagros tienen que ver con vencer (o domar) a bestias y animales, por ejemplo San Jorge y el dragón; San Patricio y las serpientes, etcétera.
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