mayo 2, 2024

La mujer boliviana en la historia nacional

Por Luis Oporto Ordóñez *-.


El 2 de octubre de 1979 se promulgó el Decreto Supremo 17081, que instituye el 11 de octubre como Día de la Mujer Boliviana, en memoria de Adela Zamudio, fecha emblemática en las luchas por la igualdad de género, tarea monumental dado el carácter patriarcal y machista de la sociedad boliviana.

La Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia (CPE) reconoce los derechos sociales, económicos y políticos de las mujeres como parte fundamental de la familia y su importante papel en la sociedad. El 9 de marzo de 2013 se promulgó la ley 348, Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia, que incorpora el delito de feminicidio, aunque no logró detener la crueldad contra la mujer por cuestión de género, es decir, que se asesina a las mujeres por ser tales. Los victimarios son, paradójicamente, los esposos o cónyuges, las parejas o exparejas que juraron amarlas y protegerlas. Muchos son jóvenes. La crueldad y saña extrema con la que se asesina a las mujeres tiene como origen una sociedad patriarcal de data colonial.

Durante la época prehispánica la mujer jugó un importante rol en el desarrollo de los Estados andinos, hecho que se expresa en el concepto de chacha-warmi, con un lugar preponderante en la estructura social, apareciendo al lado del jefe. Guamán Poma ha documentado su rol en los diversos estadios de vida, en la infancia, adolescencia, madurez y edad de adulta mayor. Las mujeres viudas, huérfanas o ancianas, fueron protegidas y consideradas.

La situación de la mujer cambió radicalmente con la invasión, conquista y colonización hispana, que introdujo las Siete Partidas del rey Alfonso X el Sabio, exponente del Derecho alcanzado en la baja Edad Media. La mujer fue considerada incapaz y puesta por ello bajo la tutela del esposo, el padre o los familiares varones. La mujer se veía obligada a entregar una dote, en aras de cumplimiento, para contraer matrimonio, pero no podía disponer de sus propios bienes, sino con el consentimiento y autorización del marido. Si eran viudas, el juez debía autorizar para que disponga sus bienes. Si la mujer incurría en adulterio, se autorizaba al esposo a lavar su honor y limpiar su honra asesinando a la infiel. Hubo casos en los que el marido no quiso acusar a su mujer adúltera, por lo que la ley facultaba a algún varón de la familia (padre, hermanos o tíos) para matar al adúltero y a la adúltera. Un grupo de mujeres transgresoras lograron ejercer sus derechos por medio de la barraganería o amancebamiento, tolerado y fomentado por la misma legislación, para prestar servicios sexuales a altas autoridades que llegaban a ejercer sus funciones sin sus esposas. Otro conglomerado de mujeres calificadas como “vil” o “mala mujer”, carecía de derechos y se cernía sobre ellas la infamia y la pena capital. Eran las siervas, las azorradas, las juglaresas, taberneras, regateras y alcahuetas, impedidas incluso de ejercer como prostitutas.

En el mundo indígena aparecieron mujeres que lograron dominar los mercados de las ciudades, llevando los productos agrícolas a los repartos, las recovas y los mercados campesinos. Una de ellas fue Bartolina Sisa, esposa del aymara Tupaj Katari, que llevó la rebelión india a niveles insospechados. Fue perseguida y torturada con saña, usada como carnada para atrapar al rebelde esposo.

Un grupo de mujeres ricas abrazaron la causa independentista y por ello fueron cruelmente perseguidas, desterradas, torturadas y vejadas antes de ser asesinadas. María Manuela Sagárnaga fue extorsionada por Goyeneche, obligada a pagar altas sumas de dinero por la libertad de su esposo y su hermano, quien pese al monto entregado fue ejecutado; siendo desterrada a Caupolicán. Vicenta Juaristi Eguino no dudó en entregar a sus dos hijos y un puñado de indios de su servicio para la causa independentista. Bolívar recibió de ella la llave de oro de la ciudad, “había perdido su fortuna y su salud se hallaba quebrantada”, pero recibió la estimación y gratitud de un pueblo. Ramona Sinosaín sacrificó su fortuna y bienestar personal por la causa de la patria; desterrada a Inquisivi, regresó clandestinamente y conspiró con Manuela Manzaneda, siendo extorsionada por Ricafort, “reunió cuanto pudo y se la entregó, pero al considerar la triste situación en la que quedaban sus hijos, sucumbió de dolor en 1814”. La mestiza Simona Mazaneda fue apresada por aquel y encerrada en prisión, condenada a la pena capital, “se la paró desnuda, montada sobre un asno, rapada la cabellera, fue azotada en las cuatro esquinas de la plaza mayor, amarrada a una de los postes de la plaza, fue baleada por las espaladas en noviembre de 1816”.

Pero fue Juana Azurduy de Padilla la heroína sublime de la patria. Perdió a su esposo Manuel Ascencio Padilla en combate y vio morir a sus hijos mientras ella combatía, con su ejército de 10 mil indios leales de su servicio; quedó con escasos bienes y una hija que sobrevivió a la hecatombe. El Ejército argentino la dignificó con el título de Coronela de sus armas. Bolívar, en gesto digno, le otorgó una pensión que le fue arrebatada por los hombres de la nueva República y murió en espantosa miseria.

En el siglo XX serían las mujeres mineras las que doblaron el brazo al sistema patriarcal, siendo una de las exponentes Domitila Barrios de Chungara.

Adela Zamudio (Cochabamba, 11 de octubre de 1854-2 de junio de 1928) experimentó en carne propia el régimen patriarcal excluyente que le negó el derecho a su educación, pues solo logró cursar hasta el tercer año de primaria en la escuela católica San Alberto de Cochabamba. Nunca claudicó, se formó de manera autodidacta a través de la literatura. Usó la palabra para expresar su rechazo al sistema patriarcal, convirtiéndose en una transgresora de las normas sálicas, resabio de las Siete Partidas. Con la insurgencia del liberalismo logró acceder a una plaza de maestra en la misma escuela donde se educó y tomó plaza en la primera escuela laica de Bolivia en La Paz, en 1905. Fundó la primera escuela de pintura para mujeres, en 1911. Fue combatida por sus ideas por el obispo Francisco Pierini, que azuzó a mujeres conservadoras, devotas del Rosario, agrupadas en torno a la Liga de Señoras Católicas, con las que la persiguió de manera implacable. Al final de su trayectoria literaria fue reconocida en 1926 como “la más elevada exponente de la cultura femenina”, y una luchadora inclaudicable por los derechos de la mujer, siendo por ello considerada como pionera del feminismo en Bolivia.


  • Historiador y archivista.

 

 

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