Por Diego Portal (Cientista político)-.
La decisión del Tribunal Supremo Electoral (TSE) de rechazar el acompañamiento a las dos convocatorias de congresos nacionales del Movimiento Al Socialismo (MAS) si bien deja las posibilidades abiertas a un entendimiento de partes en el plazo establecido también mantiene en suspenso la posibilidad de que esta agrupación se vea imposibilitada de participar en las elecciones nacionales venideras.
Las elecciones nacionales de 2025 podrían mostrar un escenario radicalmente distinto al de los últimos 25 años si es que la dirigencia del MAS no toma acciones inmediatas, que vayan más allá de los caprichos y apetitos personales. No hacerlo podría conducir a un desenlace imprevisible.
Desde 2002 el MAS ha sido, en el contexto electoral, el actor principal de la política nacional. En esa elección oficialmente ocupó el segundo lugar (las sospechas de fraude a favor de Sánchez de Lozada fueron reiteradas), sin embargo, los siguientes cinco procesos electorales (2005, 2009, 2014, 2019, 2020) fueron de triunfos absolutos y con votaciones contundentes, incluso después del golpe de Estado de 2019 que pretendió desaparecerlo del escenario político.
Nunca antes se había presentado en el país un fenómeno de esta magnitud, quedando atrás, con una considerable distancia, cualitativa y cuantitativamente, el proceso de la Revolución Nacional, iniciado en 1952 a la cabeza del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).
El MAS no solo puso fin a un período de 20 años de neoliberalismo, sino que dio inicio a un nuevo ciclo caracterizado principalmente por la inclusión en la gestión estatal de sectores históricamente marginados, bajo un nuevo marco constitucional surgido ya no de un grupo de políticos sino como resultado de una Asamblea Constituyente (la segunda en la historia del país) que transformó profundamente la estructura y el contenido político y social del Estado.
El inicio de la debacle
Propios y extraños coinciden en que el momento en el cual empieza el declive precipitado del MAS se produce como resultado del referéndum del 21 de febrero de 2016. El voto ciudadano (por mínima que se considere la diferencia) por primera vez en las urnas le dijo no al líder histórico del masismo en su pretensión de instalar en la Constitución la reelección indefinida de los primeros mandatarios del país. Esa negativa, pese a que antes Evo había afirmado que se sometería y aceptaría los resultados del referéndum, dio paso a una versión nueva del dirigente cocalero, alejado de aquella frase de “gobernar obedeciendo al pueblo” y aferrado (junto a un entorno condescendiente y servil) a agotar todas las opciones posibles para volver a ser candidato y, desde luego, presidente ad infinitum.
Lo que vino después fue la evidente sumisión del Tribunal Constitucional (TC) al Gobierno expresada en una resolución que sostenía que la reelección indefinida era un derecho humano, cuestión que no hizo más que exacerbar las posiciones críticas en contra de Evo y, desde luego, contra el proceso de transformación histórica iniciado en 2006. Particularmente los sectores urbanos de clase media, que hasta entonces habían mostrado simpatía con el proceso, empezaron a tomar distancia y en muchos casos se colocaron en una posición de abierta oposición al Ejecutivo.
En esas circunstancias, mucha gente se pregunta si no era previsible la preparación y ejecución de un golpe de Estado partiendo de la constatación de que el voto duro del MAS aún era fuerte y no estaban dadas las condiciones para una victoria opositora en las urnas. Más allá de las formas en que se ejecutó el golpe de 2019 y que han pretendido ser romantizadas por los escribidores de la derecha, un desenlace como el vivido en noviembre de ese año era previsible, demasiado previsible.
¿Por qué nadie defendió a Evo?
La soledad de Evo se hizo latente, se visibilizó en ese instante. Aun cuando algunos insistan en decir que era parte de una estrategia destinada a evitar el derramamiento de sangre que podía darse en un enfrentamiento fratricida entre bolivianos, lo cierto y evidente es que el Presidente se quedó solo. No fueron únicamente los militares y policías (que ya habían arreglado con el padre de Camacho) quienes se pusieron frente al Gobierno y al lado de los golpistas, sino también las propias organizaciones sociales que hicieron mutis por el foro, dejando a unas pocas decenas de jóvenes militantes y algunos servidores públicos que pretendieron defender el proceso en las calles, tarde, cuando las cartas ya habían sido echadas.
Tan difícil de explicar y de entender porqué la base social del proceso, sus actores principales, los movimientos sociales, no aparecieron en esos momentos cruciales; es más, algunos de ellos (sus dirigentes) apenas instalada la presidenta golpista en Palacio aparecieron a su lado en las fotos, en una actitud que se puede interpretar no solo como una traición a Evo sino al Proceso de Cambio y al instrumento político del que fueron parte, en una clara muestra de una subterránea complicidad de estos dirigentes con el movimiento golpista.
Tampoco hasta ahora existe una explicación válida del porqué el aparato de inteligencia del Estado, del Gobierno, los ministerios de Gobierno, Presidencia y Defensa no dijeron absolutamente nada, cuando era vox populi en diversos círculos ciudadanos que se venía preparando el golpe. ¿Realmente no lo supieron?, ¿no se enteraron? (cosa muy difícil de creer), ¿o es que, al igual que los jefes militares y policiales, tenían acuerdos con los golpistas? El hecho de que algunos de esos ministros tras el golpe hayan permanecido tranquilos mientras otros militantes de menor jerarquía eran sañudamente perseguidos por el gobierno de facto, deja abierta la duda sobre su conducta y su lealtad con Evo y con el proceso.
Más allá de las traiciones o deslealtades, la soledad de Evo mostraba cuanto se había aislado en su torre de marfil de ambiciones personales, alejándose desde hacía tiempo de las bases del proceso. Esa es la principal explicación de la ausencia de quienes lo defiendan en esas críticas jornadas. Además, cuando esas mismas bases esperaban que el “comandante” llamara a la resistencia el jefazo tomó la de Villadiego y partió rumbo al exilio.
El MAS 2.0
El golpe de Estado de 2019 es un verdadero parteaguas en la historia del MAS, del Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (IPSP) y, desde luego, del proceso de transformación histórica y social iniciado 14 años antes. Lo que sucedió después y aún está sucediendo ya es parte de otra historia.
La resistencia al golpe, los candidatos, la campaña electoral, el triunfo de octubre y la posesión del nuevo Gobierno tuvieron características distintas a la lógica y a las formas con las que se vivió en los 14 años previos a la interrupción del proceso democrático.
No querer admitir esa realidad pensando o diciendo que el gobierno golpista de 11 meses solo fue un cuarto intermedio o una pausa en el proceso y que al retornar la democracia los actores siguen y deben seguir siendo los mismos no es otra cosa más que ceguera política o empecinamiento individualista.
Esta nueva realidad y la incapacidad o la falta de voluntad de reconocerla y aceptarla es la que está llevando al movimiento político más grande de todos los tiempos a su momento más crítico y poniendo en riesgo su pervivencia, y no solo eso sino también al movimiento popular boliviano a una derrota que podría ser un retroceso histórico impensable, tendiendo la alfombra para el retorno de esa Bolivia colonial, dependiente y subordinada al Imperio y a los capitales transnacionales.
Dialogar y deponer intereses personales
A esta altura hay cuestiones que han hecho ya mucho daño al proceso. Si durante 14 años de Gobierno se pensó que el gobernante podía ser eterno, por lo que nunca se dio paso a la generación de nuevos cuadros dirigenciales y a profundizar la formación política de la militancia tanto en las organizaciones sociales, en sectores urbanos y de clase media, hoy podemos evaluar que esa visión no solo era equivocada sino que fue dañina.
El diálogo debe generarse en todos los niveles de la estructura del movimiento, no puede ser solamente una atribución exclusiva de la dirigencia. Los dueños del movimiento y del instrumento, del proceso, no son los dirigentes, sino las bases, es el pueblo boliviano a través de sus organizaciones sociales y es allá donde debe retornar el debate y la decisión de reencaminar este proceso histórico, esperando que en el camino se vayan deponiendo los intereses personales. No se trata de desconocer a quienes fueron importantes en determinadas etapas, pero ya cumplieron sus tareas, el paso de la historia es inexorable.
No hay otro camino para salvar el instrumento y el proceso que no sea dialogando y deponiendo las ambiciones individuales. Lanzar apresuradamente candidaturas, descalificar a compañeros de uno y otro lado, intentar sabotear la gestión del Gobierno, desconocer la voluntad de las bases de las organizaciones sociales es la forma más directa de ir al suicidio.
Puede parecer totalmente formal y para algunos incluso intrascendente, pero mantener la personería jurídica del movimiento y seguir jugando en la cancha de la democracia es fundamental para el futuro del Proceso de Cambio y las organizaciones que son parte de este.
No es lo más adecuado hacer congresos de las partes en conflicto por separado, esperando que sea el TSE el que defina la legalidad de uno de ellos, ya que también podría suceder que este descalifique ambos por vicios en su realización o incumplimiento de sus propios estatutos. Hay que sentarse a conversar, hay que recuperar la unidad y hay que retornar a escuchar y asumir las decisiones de las bases, solo así se podrá pensar que el proceso sigue en marcha y que el pueblo en las elecciones nacionales de 2025 tendrá una opción que le garantice continuar profundizando la transformación iniciada en 2006.
Lo contrario, más allá de las personas que pudieran convertirse en candidatos de las fracciones que queden del MAS, será una irresponsabilidad política que con seguridad la historia juzgará.
Suele ser bueno revisar la historia del país y mucho más la del movimiento popular. Todavía debemos haber algunos que vivimos hace ya 40 años la caída de la Unidad Democrática y Popular (UDP) y el encumbramiento de la derecha neoliberal que se extendió por dos décadas, no precisamente por mérito de su dirigencia, sino por la irresponsabilidad de quienes desde el propio Gobierno udepista (MNRI, MIR y Partido Comunista) y desde la izquierda autodenominada radical, atrincherada en la Central Obrera Boliviana (COB) y otras organizaciones sindicales, se dedicaron únicamente a una pelea estéril, sin perspectiva política, llevando no solo al acortamiento del mandato de la UPD, sino a una catastrófica derrota política de los sectores populares y de la izquierda nacional que dio paso a dos décadas de neoliberalismo y de subasta de la patria, echando por tierra los logros y las conquistas que le habían costado sangre y dolor al pueblo.
Quien no toma en cuenta la historia está destinado no solo a repetirla, sino a padecer derrotas mucho más duras.
No hay más opciones que no sean la unidad, la consecuencia revolucionaria y el dejar de lado los apetitos personales que puedan evitar a esta altura caer por el despeñadero. La historia no los absolverá, los juzgará con todo su rigor. Pero aún están a tiempo de actuar con responsabilidad revolucionaria.
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